La actividad artística en la configuración del espacio común

Actualizado
  • 23/03/2019 01:00
Creado
  • 23/03/2019 01:00
La extensión de la técnica, la marca de nuestra civilización, empuja al arte a reconfigurar su espacio y lenguaje en la actualidad, enfrentada a colosos como los medios de comunicación y la publicidad, los cuales poseen un mayor alcance e impacto

Cuando el filósofo francés Jacques Rancière nos habla de política, este entenderá a la misma como ‘la configuración de un espacio específico, el recorte de una esfera particular de experiencia, de objetos planteados como comunes y como dependientes de una decisión común, de sujetos reconocidos como capaces de designar estos objetos y de argumentar sobre ellos'. Aquí Rancière estaría retomando una idea expresada en la Política de Aristóteles en la que el filósofo griego se refiere a la cualidad que distingue al hombre del resto de los seres vivientes que habitan el globo.

En dicho texto, Aristóteles indica que el hombre ‘es el único animal que tiene palabra', pues a diferencia del resto de los seres vivos, el hombre no sólo tiene una voz que le sirve para indicar placer o dolor, sino que la palabra lleva en sí la posibilidad de distinguir entre lo justo e injusto. En nuestro contexto político la cuestión reside en quienes tienen palabra y quienes no. Así pues, y retomando lo dicho por Rancière, la política acontecerá allí donde los silenciados se plantean demostrar que su voz no sólo denota placer o dolor sino que está en capacidad de participar en la configuración, distribución y redistribución de lo que el filósofo francés denomina el reparto de lo sensible.

Dicho reparto define aquello que es común dentro de una comunidad, es decir, constituye aquellos sujetos y objetos que son visibles dentro de la comunidad, mas habrá momentos en los que se reconfigure dicho reparto, de modo que aquellos que se hallaban ocultos en la periferia —donde su voz no podía ser escuchada— adquieran visibilidad.

Como ya vimos, Rancière entenderá a la política como la configuración del espacio común, pero toda nueva configuración del reparto de lo sensible presume que hay algo preexistente, es aquello que el autor francés denomina como policía. Cuando Rancière emplea el término policía se está refiriendo al orden hegemónico, el cual determina las maneras de visibilidad y decibilidad de lo común. La política es aquel momento activo, de litigio, que abre el espacio anteriormente cristalizado e inmovilizado por la policía. En este sentido, hay un momento activo que pone en evidencia las ausencias o carencias del orden preexistente. Dicho movimiento se debe entender en términos de acción política, pues cuestiona los modos de visibilidad y decibilidad de lo común hasta entonces existentes, en otras palabras, cuestiona la lógica policial.

ARISTÓTELES INDICA QUE EL HOMBRE ‘ES EL ÚNICO ANIMAL QUE TIENE PALABRA', PUES A DIFERENCIA DEL RESTO DE LOS SERES VIVOS, EL HOMBRE NO SÓLO TIENE UNA VOZ QUE LE SIRVE PARA INDICAR PLACER O DOLOR, SINO QUE LA PALABRA LLEVA EN SÍ LA POSIBILIDAD DE DISTINGUIR ENTRE LO JUSTO E INJUSTO.

Pero esta facultad no le es solo inherente a la política, el filósofo francés nos dirá que las prácticas que formulan lo que denominamos como arte también pueden intervenir en este reparto, de modo que hacen una labor de reconfigurar y abrir nuevos espacios de visibilidad. ‘Esto quiere decir que arte y política no son dos realidades permanentes y separadas (…) Son dos formas de división de lo sensible dependientes, tanto una como la otra, de un régimen específico de identificación', agrega Rancière.

¿Pero por qué el arte puede participar sobre la lógica policial? Esto será posible a partir del momento en el que penetramos dentro del régimen estético del arte, pues allí el hacer artístico adquiere autonomía y esto le permite visualizar una nueva forma de vida individual y colectiva. En el régimen estético el arte se libera de ser una mera copia de la naturaleza o a estar regulada por tradiciones y constricciones de orden moral. Mas para entender a qué nos referimos con régimen estético, hay que explicar la elaboración que realiza Rancière en su texto ‘El reparto de lo sensible', en donde se enuncian tres regímenes: el régimen ético, el poético (mimesis) y el estético. Es el último de estos regímenes el que como ya hemos dicho hace del arte ‘una forma autónoma de la vida' y se desarrollará a partir de la modernidad.

¿QUÉ ES UN RÉGIMEN? RANCIÈRE LO DEFINE COMO LA RELACIÓN ENTRE PRÁCTICAS, FORMAS DE VISIBILIDAD Y MODOS DE INTELIGIBILIDAD CON LOS QUE PODEMOS IDENTIFICAR QUÉ PRODUCTOS PERTENECEN AL CONJUNTO ARTE. CADA UNO DE LOS TRES REGÍMENES MENCIONADOS ANTERIORMENTE DEFINE AL ARTE DE UNA FORMA COMPLETAMENTE DISTINTA.

¿Qué es un régimen? Rancière lo define como la relación entre prácticas, formas de visibilidad y modos de inteligibilidad con los que podemos identificar qué productos pertenecen al conjunto arte. Cada uno de los tres regímenes mencionados anteriormente define al arte de una forma completamente distinta. Nuestro filósofo toma como ejemplo la estatua de una diosa griega y como es concebida en cada régimen; así pues, en el régimen ético la estatua es aprehendida como una imagen de la divinidad, aquí no existe aún propiamente el arte, sólo hay imágenes que son juzgadas en función de si portan una verdad intrínseca a ellas y si sirven a la colectividad. En el régimen mimético se libera a la diosa de aquel cumplimiento de validez con la divinidad, ahora la estatua es una representación en la que deben conjugarse los arquetipos de la femineidad. En este sentido, harán falta una serie de cánones de representación a los que el artista debe adecuarse. En el tercer y último régimen, el estético, el arte ‘no está ya dada por criterios de perfección técnica sino por la asignación a una cierta forma de aprehensión sensible'. En este régimen el arte adquiere su propio dominio, ya no responde a arquetipos, a la naturaleza o a la divinidad, con ello puede pasar a ‘jugar' —usando el término schilleriano— en el ámbito político, no porque promete un auxilio a la emancipación política, sino porque la política le es propia —siguiendo la definición de Rancière—, pues aunque sea de manera indirecta el arte liberado de toda dominación permite configurar nuevas formas de visibilidad y decibilidad.

Política. Editorial Gredos, Madrid, 2011.

Obras Libro I / Vol.2. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Abada Editores, Madrid, 2008.

La práctica artística como generadora de sujetos políticos. Una lectura de Jacques Rancière. Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2009.

Teoría del arte. Editorial Tecnos, Madrid, 2010.

Estética y política en Jacques Rancière. Università degli Studi di Torino, 2005.

El malestar en la estética. Editorial Clave intelectual, Madrid, 2012.

El reparto de lo sensible. Ediciones LOM, Santiago de Chile, 2009.

Tomando nuevamente el ejemplo de la estatua de la diosa, en el régimen estético dicha estatua adquiere autonomía y con ello pasa a formar parte del ámbito de aquello que llamamos arte, cosa que no ocurría en el mundo de los antiguos griegos, el escultor griego no estaba esculpiendo una obra de arte, sino que traducía en la piedra una creencia común. Pero en el régimen estético la estatua pasa a convertirse en una expresión, la cual será siempre portadora de una naturaleza política, pues lleva la promesa de una reinterpretación de lo común. Walter Benjamin recuerda que si bien el modo de integración en la sociedad de una obra de arte estaba siempre teológicamente fundada, desde los griegos, pasando por los medievales, hasta los modernos, pero en la época de la reproductibilidad de las obras de arte —gracias a inventos como la fotografía y más reciente aparatos como el iPhone—, el arte empieza a perder aquella función social-religiosa y ‘en lugar de fundamentarse en el ritual, pasa a fundamentarse en otra praxis, a saber: la política'. Este último régimen aparece primero con la figura de Schiller, quien opone a la Revolución Francesa la revolución estética y alcanzará su desarrollo pleno con las vanguardias del siglo XX.

Hoy en día esta propuesta nos podría sonar como una especie de anacronismo, pues las vanguardias con su intento de politizar el arte y de convertir al artista en una especie de Prometeo (aunque el universo simbólico con el que solemos pensar el artista ya empezaba a dibujarse desde el Renacimiento), terminaron convirtiéndose en academicismos cerrados que fueron pronto rotos por el avance de la tecnificación de la vida, como nos recuerda el filósofo español José Jiménez en su Teoría del Arte. De modo que ‘las artes se han visto forzadas a convivir, sin ningún tipo de privilegio, con una integrísima estetización de la experiencia, propiciada por la configuración técnica de la cultura', un escenario del cual han surgido colosos como los medios de comunicación de masas o la publicidad, con un enorme impacto sobre la sociedad.

Usando la terminología de Rancière podríamos indicar que estamos ante un nuevo régimen, uno de sobreabundancia estética, o quizás en términos más peyorativos, de excesiva contaminación estética. Mas la expansión de la técnica es la marca de nuestra civilización y no hay marcha atrás en dicho proceso, la cuestión está en: ¿cómo retomar aquel proyecto artístico que se toma en serio su participación en la reconfiguración del espacio común sin caer en un anacronismo que no cumple su función? Y con ello evitar someter al arte a aquella narrativa de algunos ‘artistas' que sienten deben llevar la ‘cultura' (o, más bien, el orden policial) a los pobres y miserables plebeyos de la periferia quienes están desposeídos de dicha ‘cultura'. O peor aún, reducir la producción artística al tratamiento de temas insípidos, con tal de no herir susceptibilidades.

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