Universidad: De la mercantilización de la ciencia a la subversión de los saberes

Actualizado
  • 31/08/2019 02:00
Creado
  • 31/08/2019 02:00
El programa revolucionario de la nueva universidad, esa que es polifónica y abierta, se necesita sobre todo pensarse, revisarse, conocerse a sí misma para experimentar sus límites actuales y sus reales desafíos

Un punto de partida. La progresiva mercantilización de las ideas y de los productos tecno-científicos es el hecho fundamental de la historia actual de la institución llamada antiguamente ciencia. En correspondencia el locus fundamental de su generación no son los laboratorios universitarios, sino los complejos consorciados entre industria y centros de investigación financiados por las mega corporaciones de todas las áreas punteras del conocimiento, desde la Informática y la Inteligencia Artificial hasta la Nanotecnología y los Nuevos Materiales, pasando por las biociencias y las neurociencias, y sin que queden exentas las ciencias sociales (Wallerstein, 2007). Por otra parte, el liderazgo en las universidad es, en tanto tradicionales centros de transmisión de la ciencia, cada vez son más lugares marginales a excepción de unas 100 o 200 instituciones debidamente ‘rankeadas' en base a parámetros de medición de capital humano como número de doctores o número de artículos indexados en revistas parametrizadas en rankings por las misma dos o tres organizaciones que manejan el mercado mundial de publicaciones científicas.

La universidad actual pasa por un momento muy similar al de prolongado letargo que va desde el Renacimiento a la fundación de la Universidad de Berlín, donde la ciencia no se hacía en los claustros sino en la Academias de Ciencia o por científicos aislados en sus observatorios o laboratorios. En estos lados del mundo, que representamos el 8% de la población del planeta y sólo el 2% de la producción científicas, las universidades de calidad mundial son dos o tres muy por debajo de sus pares del Norte. A excepción de China, India y Brasil, el resto de las naciones debemos conformarnos por tener algo más que escuelas de tercer nivel que tratan de seguirle la pista a aquellas. Y nuestra noción de calidad y pertinencia se han tornado dependientes de alinearse al canon anglosajón ¿Es esa la vía? ¿La única vía? ¿Es la pertinente? ¿Pertinente para quién?

Hoy como siempre el dilema está entre los que creen que estamos ante el mejor de los mundos posibles y quienes piensan que otro mundo es posible. Pero creer no es saberobjetivo

Un punto de inflexión. Pero lo cierto es que necesitamos ciencia, pero ciencia pertinente, no lo que el norte que nos domina llama ciencia, sino a las necesidades crecientes de soluciones adecuadas a la vida de nuestros pueblos, insertas en sistemas de innovación inclusivos (Arocena et al, 2018). Soluciones que combinen no solo la legítima ciencia hecha a la manera moderna, sino también los saberes propios de las culturas que han sabido preservar desde modos de atender la salud hasta un compromiso social de desarrollo respetuoso con la naturaleza, sustentable a escala micro, pero deseable hoy a escala global.

En consonancia deben crearse ‘pluriversidades' para usar el neologismo de su creador, el científico y filósofo social Boaventura De Sousa Santos (2014). La revolución informática en curso –que hace prácticamente ubicua la información- y la revolución sanitaria que ha permitido prolongar la vida de la gente a por lo menos 85 años en una gran parte del mundo, nos permite pensar ahora con seriedad en una Educación para todos, para toda la vida… y en toda la vida, agregaríamos nosotros. Esto es, una educación que deje de ser primariamente ‘escolarizada', a una que lo sea ampliamente desescolarizada, fuera de escuelas y universidades. Respecto a éstas últimas, ‘la universidad sale a la calle', deja de hacer ‘función extensión' y se vincula orgánica y profundamente con las comunidades, las ciudades y gentes, en una nueva simbiosis, para enseñar y aprender con ellas y desde ellas.

‘La revolución informática en curso –que hace prácticamente ubicua la información- y la revolución sanitaria que ha permitido prolongar la vida de la gente a por lo menos 85 años en una gran parte del mundo, nos permite pensar ahora con seriedad en una Educación para todos, para toda la vida'

Bifurcaciones urgentes. Que algo cambien para que todo cambie. Contra el gatopardismo lampedusiano, de aquello que ‘todo cambie para que nadie cambie', el programa revolucionario de la nueva universidad, esa que es polifónica y abierta, se necesita sobre todo pensarse, revisarse, conocerse a sí misma para experimentar sus límites actuales y sus reales desafíos. Sólo así podrá devenir en otra cosa distinta de las que las fuerzas hegemónicas del mercado mundial la han convertido, haciendo ver y sentir como natural, entre los trabajadores académicos, el ser propio de la universidad contemporánea. Pensarse, repensarse, cuesta, pues el academicismo en boga ha convertido al pensamiento crítico en un rara avis dentro de los claustros y el eficientismo de la gobernanza de estos cuerpos académicos, rechaza como ideológicos los productos fundamentales del pensamiento contra-hegemónico. Los ensayos críticos no ganan puntos en las revistas indexadas por mucho que la novedad no se revista de citas y se apegue a los cánones de las formas aceptadas acríticamente, o que este pensamiento se revele en castellano o en lengua que no sea la del nuevo latín imperial. Y ni hablar de los saberes nativos y los códigos del antimachismo o el cuestionamiento del orden social vigente (patriarcal, xenófobo y judeo-cristiano occidental). En esta hora oscura, se necesita sobre todo la generación de teoría que esclarezca, de pensamiento que ordene, sabiéndose que ese orden es precario y temporal, porque toda realidad es temporal, sobre todo la del orden social y la del intelecto que lo piensa será siempre parcial y fragmentaria. De premisas como las de la ‘Epistemología del Sur' o del pensamiento complejo (Prigogine, Morin, Maturama y Varela) puede venirnos un discurso que apoye las transformaciones profundas que nos conduzcan hacia otros mundos socioeducativos donde la educación sea lideradora, y no alienante, y donde la ciencia sirva para resolver problemas reales, mundiales y locales, y se denuncie sin ambages la ciencia sin conciencia que permite la muerte de muchos en función del lucro de las grandes trasnacionales farmacológicas y biotecnológicas que van introduciendo soluciones a los problemas de salud según las normas de la rentabilidad financiera; o de las megafábricas mundiales que atemperan la entrada en vigor de medidas efectivas para combatir el calentamiento global y el cambio climático.

Cierto es que la partera de la Historia será como siempre la lucha social. Sí, esa que hizo el cambio a la jornada laboral a ocho horas o previamente la abolición de la nobleza y el absolutismo, pero esa lucha no tiene un final escrito en las estrellas (Igualdad y Fraternidad son un largo mentis frente la libertad de mercados). Hoy como siempre el dilema está entre los que creen que estamos ante el mejor de los mundos posibles y quienes piensan que otro mundo es posible. Pero creer no es saber. Y ni la rabia ni la indignación moral son suficientes. Los actores sociales se mueven en un mundo de ideas tanto como de realidades materiales y hacen la historia sobre percepciones y motivaciones, primero difusas, y luego más claras y distintas según la realidad y las necesidades vaya develando sus claves profundas.

También los universitarios panameños necesitamos repensar la historia y la universidad. Las claves no nos la darán ni Santo Tomás ni Kant ni Humboldt. Ni Bello ni Sierra. Acaso Martí o el desaforado Simón Rodríguez.

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