Las élites: clave para la consolidación de la democracia

Actualizado
  • 25/09/2020 00:00
Creado
  • 25/09/2020 00:00
Cuando algunos analistas advierten sobre la posibilidad de una nueva era de autoritarismo, cabe analizar cuán sólida es la democracia panameña

Las fuerzas que guiaron a Panamá en su retorno a la democracia en 1989, no son las mismas que permitirán que esta se consolide en tiempos de covid-19.

Las élites: clave para la consolidación de la democracia

El sistema democrático panameño ha sido resiliente en las últimas décadas, pero no está asegurado, sostiene el profesor Peter Michael Sánchez, Phd en filosofía y gobierno de la Universidad de Texas y profesor de ciencias políticas de la Universidad de Loyola, en Chicago, Illinois. Sánchez es también autor del libro ¿Panamá perdido? (“Panama Lost?”, 2008).

En su ensayo “La democracia panameña, cien años después de su independencia: prospectos y problemas”, Sánchez señala que la democracia panameña ha logrado superar barreras complicadas, como el colapso económico de los años 80, la invasión de 1989, intentonas golpistas, los efectos del lavado de dinero y el tráfico de drogas, y las incursiones armadas en la frontera con Colombia.

Como muestra de esos avances, el autor menciona elecciones libres y honestas para elegir a presidente y diputados, dos referendos sobre reformas constitucionales y la existencia de dos partidos políticos que se han alternado en el poder.

No obstante estos logros, Sánchez invita a analizar la distribución de los beneficios de la democracia, sobre todo la situación de las clases populares, y advierte que la concentración del poder en las élites (y para las élites) unida a la desigualdad económica, la pobreza y la corrupción podrían llevar al surgimiento de líderes autoritarios y populistas.

“Las masas pobres y las clases medias débiles estarían más dispuestas a aceptar la pérdida de la democracia si esta no garantiza su prosperidad”, sostiene el autor, a cuya advertencia se une la de una encuesta del grupo Oxfam que encontró que hasta un 75% de la población de América Latina podría considerar que “se gobierna para unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio”. En Panamá, el 81% llega a la misma conclusión en la encuesta realizada en 2017. (Ver “Democracias capturadas”, Oxfam.org)

Para Sánchez, la mayor amenaza a la democracia en América Latina y Panamá no se deriva de la falta de apoyo a los valores democráticos, sino a la falta de equidad.

Clave - Conducta de las élites

De acuerdo con Sánchez, una de las claves para el sostenimiento de la democracia es la conducta de las élites (económicas y políticas). Si estas están convencidas de que los procedimientos democráticos son la mejor forma de preservar sus intereses a largo plazo y actúan de acuerdo con esta creencia, la democracia tendrá más posibilidades de consolidarse.

En su ensayo “La democracia panameña”, Sánchez sostiene que la política panameña ha estado tradicionalmente controlada por una élite comercial urbana, a la que considera, con sus defectos, más favorable para la democracia que las élites latifundistas que han dominado otros países latinoamericanos, pues estas últimas se nutren de mano de obra barata para mantener su posición y sus necesidades están en oposición al empoderamiento de las masas populares.

Élites históricas

Como muchos otros países de América Latina, Panamá nació como República independiente bajo la tutela de una oligarquía unificada que, con algunas excepciones, controló la política y las decisiones de gobierno durante la mayor parte de la vida republicana.

Cuando los movimientos de masas emergieron en el siglo XX, las élites debieron tomar una decisión: compartir el poder con los nuevos grupos o reprimirlos.

En asociación con Estados Unidos, los panameños en muchos casos optaron por esto último. El reto a la clase dominante tomó fuerza, según Sánchez, en la década de 1930, con el surgimiento de los hermanos Harmodio y Arnulfo Arias Madrid.

Los hermanos Arias Madrid venían adquiriendo notoriedad en la vida pública por sus propios medios y no por sus conexiones con los poderes dominantes. Ingresaron al sistema político apelando al sentimiento nacionalista y con el apoyo de una emergente clase media profesional.

Llegaron al poder por medio de la primera insurrección armada en la historia republicana, rompiendo la hegemonía de la que disfrutaban los partidos políticos tradicionales –Liberal y Conservador– y, en el caso de Arnulfo, en desafío a Estados Unidos.

Harmodio Arias, posteriormente electo en elecciones libres en 1932, fue el primer presidente panameño no afiliado a los partidos Liberal o Conservador (el suyo era el Partido Revolucionario Nacional). Ganó las elecciones organizadas por Ricardo J. Alfaro, consideradas las más limpias de la historia del país hasta ese momento –recuérdese el dicho “el que escruta, elige”–. Su sucesor fue Juan Demóstenes Arosemena, que aunque estaba inscrito en el Partido Liberal, ganó las elecciones con el apoyo del partido de Arias en unas elecciones muy cuestionadas.

A la muerte de Juan Demóstenes Arosemena (1936-1939), le sucedieron interinamente dos miembros más del partido Revolucionario: Ezequiel Fernández y Samuel Augusto Boyd, quienes manejaron el país hasta que Arnulfo Arias, también del Partido Revolucionario Nacional, logró imponerse en las elecciones de 1940 con el apoyo de una nueva clase media profesional y del campesinado –en unas elecciones también cuestionadas–.

Menos de un año después, la oligarquía criolla se unía a Estados Unidos para derrocarlo. Arias había retado a ambos grupos, señala Sánchez. Para la vieja oligarquía, su popularidad y radicalismo representaban una amenaza. A Estados Unidos le negó la instalación de 100 sitios de defensa que este país necesitaba para prepararse para la guerra.

El Partido Liberal volvió al poder y continuó en él hasta que el doctor Arias irrumpió nuevamente en la política en el año 1951. Llegó al Palacio de las Garzas, no a través de unas elecciones libres –historiadores sostienen que se le hizo fraude en 1948 a favor del Partido Liberal–, sino por el dedo autocrático del comandante de la Policía Nacional, José Antonio Remón, quien lo utilizó para consolidar su posición, cuando era retado por el presidente Daniel Chanis.

Arias sería nuevamente derrocado en 1951. En lo sucesivo y hasta 1968, el poder lo ostentarían diferentes coaliciones que continuarían los fraudes electorales y la corrupción, en un ambiente internacional dominado por la Guerra Fría, la propaganda comunista y la creciente concienciación de las masas de su miseria (ver encíclicla Populorum Progressio, 1967).

En ese ambiente, Arnulfo Arias volvió a ganar las elecciones de 1968 para volver a ser derrocado.

En relación al golpe de Estado de Omar Torrijos y Boris Martínez, Sánchez sostiene que “nunca sabremos la completa historia detrás de este golpe”. Sin embargo, manifiesta que resulta claro que el gobierno militar pospuso la consolidación de una poliarquía (gobierno de muchos) en el país, a la par que implementaba una política inclusiva que permitió la incorporación de elementos no oligárquicos y no blancos de la población a la estructura del gobierno.

“El régimen de Torrijos eliminó la participación democrática, la libertad de expresión y de participación política, pero también forjó una unidad nacional basada en sentimientos de soberanía y autodeterminación”. “Aunque estas contribuciones no estuvieron dirigidas a la meta de establecer una poliarquía, crearon el contexto en el que esta podría emerger”, asevera Sánchez.

Las élites hoy

La preocupación que expresa el citado autor coincide con la posición de Oxfam, una confederación de organizaciones sociales enfocada en el alivio de la pobreza, que en su estudio “Democracias capturadas” advierte que en Panamá y muchos otros países, las decisiones políticas se están dando en contextos caracterizados por desigualdades profundas, en las que permean con mayor facilidad los intereses de las élites económicas y políticas.

“Los niveles de desigualdad y la insatisfacción ciudadana con el sistema democrático nos hablan de sistemas en los que unas élites cooptan, corrompen o desvirtúan la naturaleza de las instituciones democráticas para impulsar políticas que mantienen su posición privilegiada” (ver Democracias capturadas, Oxfam).

El fenómeno de “democracia capturada”, la define el Banco Mundial como “la capacidad de algunos actores en la arena política de ser capaces de diseñar o implementar una política que maximiza sus beneficios privados ante el bienestar social debido a su mayor poder de negociación”.

En resumen, la democracia istmeña tiene fortalezas, debilidades y amenazas.

Fortalezas: “Los panameños están unidos en el orgullo de haber recuperado el Canal y su demostrada capacidad para manejarlo”. “La democracia ha permitido aminorar las diferencias étnicas y raciales, abriendo espacio para que todos los ciudadanos participen en los procesos políticos”, aunque con limitaciones.

Debilidades: la institucionalidad. Hace falta un Órgano Judicial, una legislatura y un Tribunal Electoral verdaderamente independientes que guíen el camino hacia la consolidación democrática.

Amenaza: “Panamá debe asegurar que la prosperidad económica no solo beneficie a las clases altas. Para que la democracia panameña prospere, se debe disminuir la severidad de la brecha entre pobreza y riqueza, y la ciudad y el campo. Si Panamá continúa siendo una nación dividida en términos de riqueza y raza, podrá caer fácilmente en el camino del populismo, la inestabilidad y un nuevo autoritarismo”.

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