Colombia, Estados Unidos y un destino manifiesto

Actualizado
  • 06/11/2020 00:00
Creado
  • 06/11/2020 00:00
Dieciocho años después de maniobrar para quitarle su posesión más valiosa, Estados Unidos decidió indemnizar a Colombia por la pérdida de Panamá

Habían pasado ya seis días desde que los panameños declararan su separación, el 3 de noviembre de 1903, y todavía el Gobierno colombiano no se enteraba de la pérdida del istmo. El cable telegráfico que unía a la ciudad de Colón con Suramérica estaba roto. Se necesitó el penoso regreso a Cartagena del vapor Orinoco para que los soldados del Batallón Tiradores comunicaran el fracaso de su misión de sofocar la revuelta.

Colombia, Estados Unidos y un destino manifiesto

El pueblo colombiano reaccionó indignado. En Barranquilla, un funcionario leyó la noticia en la plaza y, de inmediato, la turba se lanzó a las calles a los gritos de “Muerte a los americanos” y “Muerte a los panameños”, señalan los diarios de la época.

La reacción fue aun más apasionada en Bogotá. Miles de airados manifestantes rodearon el Congreso para insultar a los senadores que habían rechazado el tratado Herrán-Hay. Mientras una turba arrojaba piedras contra el Consulado de Estados Unidos, miles más se dirigieron por la Carrera 8 hacia la Presidencia, a los gritos de “Abajo Marroquín”, exigiendo la renuncia del presidente, quien poco después, decretaba la ley marcial.

El presidente, sin mucha experiencia política, era el perfecto chivo expiatorio de la población colombiana. Sus errores se acumulaban.

Un intelectual llega a la presidencia

José Manuel Marroquín había nacido en 1827, en una familia de “abolengo virreinal” (Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E., 2004). Aunque huérfano a temprana edad, fue educado “en las más rígidas normas de la buena sociedad”.

Para él, la política era algo nuevo. Había vivido la mayor parte de su vida como un rico terrateniente con vocación por la literatura y la educación. Fue profesor, fundó una escuela y se hizo conocido por sus novelas costumbristas, sobre todo, por su Tratado de ortografía castellana, con el que se educaban los estudiantes de toda Colombia.

Despreciaba a los políticos, a quienes culpaba de todos los males del país, pero a los 70 años se dejó convencer por unos amigos y se unió a la nómina conservadora de Manuel Antonio Sanclemente como vicepresidente. Cuando Sanclemente ganó las elecciones (por un periodo de seis años) y se enfermó, le tocó a Marroquín reemplazarlo.

Bajo su gobierno, Colombia sufrió de la horrible Guerra de los Mil Días, que la llevó a la bancarrota. La decisión del presidente de emitir papel moneda agravó la crisis, provocando una de las peores inflaciones de la historia del país.

Al finalizar la guerra, su gobierno logró negociar con los estadounidenses un tratado para construir un canal por el istmo de Panamá –tratado Herrán Hay–, pero no dio suficiente importancia al asunto ni presionó porque fuera aprobado en el Congreso colombiano.

Tres meses después de que este convenio fuera rechazado por los senadores colombianos –para furia de los panameños que veían la construcción del Canal como la única posibilidad de salvación económica–, designó como gobernador del istmo a José De Obaldía, un nativo panameño que había declarado su deseo de independizarse si se rechazaba el tratado. De hecho, De Obaldía pasó a los organizadores del movimiento rebelde información confidencial que ayudó a culminar con éxito el movimiento.

La vía diplomática

Humillado tras el movimiento secesionista panameño, Marroquín necesitaba ganar el istmo de vuelta y su primera acción fue la vía diplomática. Envió una comisión de alto nivel a Panamá para intentar convencer a las nuevas autoridades istmeñas de dar marcha atrás.

La comisión, encabezada por los generales Rafael Reyes y Jorge Holguín, llegó a la ciudad de Colón el 20 de noviembre, en el buque 'Canadá'. Allí se presentaron los representantes del nuevo Gobierno panameño para escuchar sus ofertas.

Lo que no sabían Reyes y Holguín era que para entonces ya se había firmado el tratado Hay-Bunau Varilla, y en este, Estados Unidos “garantizaba y mantendría la independencia de la República de Panamá”.

Los generales se enfurecieron, pero lograron continuar la cita hasta las 8:00 de la noche, cuando el general Holguín puso la última carta sobre la mesa: Colombia estaba dispuesta a rectificar su actitud hacia el tratado Herran-Hay y... a trasladar la capital de la República a Panamá.

Ninguna de las ofertas pareció suficiente a los panameños. Las rechazaron todas y expresaron que, por el contrario, no querían más comunicación con ningún representante colombiano hasta que este país estuviera listo para reconocer a la nueva República.

'Entonces, de la manera más correcta y amistosa, los integrantes de la comisión colombiana y la panameña caminaron hasta el final de la cubierta del buque, desde donde observaron los ejercicios de unos cien soldados que formaban dos líneas y presentaban armas', relatan los diarios.

Diplomacia en Estados Unidos

Al no tener resultados en Panamá, Reyes continuó el viaje hacia Washington, para hacer una desesperada oferta al Gobierno estadounidense: Colombia estaba dispuesta a permitir la construcción del canal sin exigir ninguna compensación económica. Estados Unidos no tendría que pagar ningún centavo para construir el Canal de Panamá (al istmo el tratado le asignaba $10 millones).

Tampoco recibió respuesta. Los estadounidenses se burlaron de su desesperada oferta. Entonces, Reyes decidió emitir un comunicado público, dirigido a los gobiernos de los países latinoamericanos, europeos y al pueblo estadounidense: “Colombia ha sido víctima de una agresión y está en peligro de perder la parte más estratégica de su territorio, por un movimiento de barracas sin ningún arraigo popular”.

“El istmo de Panamá, el más deseado rincón del globo y la más preciosa parte de nuestro territorio, debe ser custodiado por Colombia”, decía el comunicado.

Los gobiernos latinoamericanos estaban indignados por la osadía del presidente Roosevelt y temían en el futuro ser víctimas de una agresión similar, pero ninguno se atrevió a organizar una protesta colectiva, ni irse contra Estados Unidos.

El siguiente paso fue enviar una carta a los senadores. Marroquín apelaba a “los principios tradicionales del Gobierno americano, opuesto a los movimientos de secesión” y solicitaba a los congresistas “asistirnos a mantener la integridad de nuestro territorio y la represión de la insurrección que no ha sido el resultado de un sentimiento popular”.

El esfuerzo de movilizar a la rama Legislativa del Gobierno de Estados Unidos en contra del presidente Teodoro Roosevelt, fue considerado de mal gusto y una metida de pata en los círculos diplomáticos de Washington.

La vía bélica

Los esfuerzos diplomáticos habían fracasado y Marroquín decidió explorar la vía bélica. El próximo paso fue organizar una invasión contra Panamá.

Para los primeros días de diciembre, en toda Colombia y Suramérica se rumoraba que Marroquín se preparaba para invadir el istmo. De acuerdo con publicaciones de La Estrella de Panamá, un comando de 400 soldados colombianos había llegado a cabo Tiburón, en la entrada del río Atrato, cargado de machetes y listo para abrir camino a través de la montaña para las tropas colombianas.

Pocos días después, el diario anunciaba que los soldados habían invadido la isla de Pinos, propiedad panameña, al noreste de Tiburón.

Colombia incluso ofreció a Alemania un territorio en la frontera con Panamá si la ayudaba en la incursión bélica, pero los poderes europeos advirtieron que estaban en contra de este tipo de iniciativas. No solo le temían a Estados Unidos, sino que querían la construcción del canal y este parecía imposible si Panamá continuaba unido a un país como Colombia en el que las guerras civiles parecían interminables.

Estados Unidos se había salido con la suya. Logró construir un canal a través del istmo para consolidar su posición como potencia militar en el mundo. Sin embargo, la iniciativa exitosa había tenido también su lado oscuro: una mala reputación en todos los países suramericanos que veían el despojo de Panamá como una maniobra más de un país dispuesto a consolidar su “Destino Manifiesto”, imponerse sobre los demás territorios del continente y dispuesto a todo, incluso a arrasar países débiles e indefensos.

Dieciocho años después

Al finalizar la Primera Guerra Mundial, la situación era diferente. Estados Unidos necesitaba del apoyo y el favor de los países latinoamericanos. El país emergía del conflicto con aspiraciones de gran potencia y entendía que su capacidad de consolidarse como tal dependía de asegurar el flujo de petróleo y mantener bases comerciales y militares en todos los rincones del mundo. Ello requería del apoyo de los países latinoamericanos.

En Colombia, un grupo de compañías estadounidenses habían ido adquiriendo más de 341 mil hectáreas de tierra colombiana con depósitos de petróleo –denunció el diario El Espectador del 3 de febrero de 1919–, causando la indignación de los colombianos.

Según el periódico colombiano, las compañías petroleras estadounidenses se habían apoderado del 90% de la riqueza petrolera del país, que por entonces se consideraba una de las mayores reservas del mundo.

Todos los gremios colombianos protestaron y se urgió al gobierno para que tomara medidas que impidieran este nuevo despojo.

Pero el Gobierno estadounidense tenía un as bajo la manga.

Si la guerra le había favorecido al país norteño, a Colombia le había producido todo lo contrario, el caos financiero. Las importaciones y los impuestos aduaneros, casi su única entrada, habían disminuido dramáticamente. El peso colombiano se había sumergido, los precios del café se habían desplomado.

El gobierno carecía de dinero para pagar a los empleados públicos, al ejército, a la policía. Tampoco a los jueces o a los maestros. No se podían sostener las cárceles. No podía pagar sus deudas, ni afrontar el manejo de los recientes problemas sindicales.

Pero había una manera de salir adelante. El presidente estadounidense Woodrow Wilson envió una propuesta de tratado. Estaba dispuesto a compensar con $25 millones si Colombia allanaba el camino de las inversiones de las compañías petroleras en su territorio.

En abril de 1921, el tratado fue aprobado por el Congreso de Estados Unidos y el 22 de diciembre de 1921 por la Cámara de Representantes de Colombia, con sus modificaciones.

Colombia reconocía finalmente la existencia de la hermana República de Panamá, pero no ante el Gobierno panameño, sino al de Estados Unidos de América.

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