Pensamiento del Dr. Eusebio A. Morales, (II parte)

Actualizado
  • 23/10/2021 00:00
Creado
  • 23/10/2021 00:00
Este hombre de tan recto criterio, en el mismo ensayo sugiere una legislación electoral inspirada en la de la Argentina de la época, país que visitó para estudiar su sistema electoral. Allí recomendaba severas sanciones para los delitos electorales y establecía un sistema de elecciones que preveía la representación proporcional y los derechos de las minorías, conquistas todas estas vigentes en el pasado inmediato y hoy proscritas de nuestro sistema electoral.
Pensamiento del Dr. Eusebio A. Morales, (II parte)

Publicado originalmente el 24 de noviembre de 1981.

Hacia una constituyente

Un gran sector de la nación panameña viene postulando la necesidad de construir un sistema democrático que encuentre asiento seguro y estable en una nueva constitución. Los que así han fijado su línea política han estimado que la Constitución vigente, por no representar la voluntad de toda la nación, no puede ser la carta básica de todos los panameños. Una constitución debe ser el fruto de un gran consenso nacional, que incorpore en su articulado las más variadas ideas sin llegar a afectar la filosofía democrática que la define. No puede ser una constitución trofeo de un solo sector político ni las instituciones creadas pueden ser contrarias a la realidad nacional, a nuestras costumbres y experiencias, a la eficacia como objetivo práctico de toda norma.

Sobre el particular, el Dr. Eusebio A. Morales, en el mensaje que la Junta de Gobierno Provisional remite a la Convención Nacional Constituyente de 1904, exterioriza los siguientes principios:

“La constitución política de un país, como en otra ocasión hemos tenido la oportunidad de observar, no es, no puede ser, la obra exclusiva de un partido político. Una constitución, como el nombre mismo lo indica, es la traducción, en preceptos obligatorios, del modo de ser, de las costumbres, de las aspiraciones y de los ideales políticos de un pueblo; los pueblos no se modelan a la obra caprichosa de los ensayadores de sistemas y pretenderlo causa siempre graves y profundas perturbaciones que a veces no se reparan sino después de crueles y terribles pruebas”.

Los que nos adherimos a este pensamiento del doctor Morales deseamos una constitución que no sea la obra exclusiva de un partido político o de un sector de la sociedad, y que consagre los ideales políticos de la nación. Previsoramente debemos conjurar las “crueles y terribles pruebas” advertidas.

Un Tribunal Electoral imparcial

Los fraudes electorales han constituido uno de los vicios crónicos de la vida política panameña. Desde 1968, el país ha vivido una experiencia electoral precaria hasta el punto de que en el Panamá de hoy ningún panameño menor de 34 años ha elegido jamás a un presidente de la República. Igualmente, desde entonces, las pocas elecciones populares para representantes de corregimiento o para representantes provinciales, han dejado un saldo de denuncias por fraudes electorales. La preocupación ante la reiteración de los delitos electorales se hace mayor si se examina el texto constitucional que determina la composición del Tribunal Electoral. Son tres los magistrados escogidos, uno por el Órgano Ejecutivo; otro por la Asamblea de Representantes de Corregimientos y otro por la Corte Suprema de Justicia. La integración así del Tribunal Electoral no constituye garantía para un sufragio libre, porque la independencia de los órganos del Estado en estas democracias incipientes nunca se da en las cuestiones políticas, y menos dentro de las estructuras políticas actuales definidas todas ellas en sus adhesiones irrestrictas al partido oficial.

El Dr. Eusebio A. Morales recordaba en un discurso pronunciado con ocasión del cumpleaños del doctor Pablo Arosemena, que el sufragio libre fue una de las promesas de los fundadores de la República.

“Una de esas promesas es el sufragio libre y puro. No hay república posible ni libertad humana asegurada donde el sufragio depende de las manipulaciones vergonzosas de gentes sin escrúpulo; no hay sufragio libre en donde el poder público encargado de mantener a cada uno dentro de los límites de su derecho, tercia en las contiendas eleccionarias a favor de determinadas parcialidades o bandos”.

“Para alcanzar, pues, la república verdadera prometida el 3 de noviembre de 1903, es obligatorio, es imperativo no emplear los métodos acostumbrados hasta el día de la separación; es preciso cambiar de rumbos o fracasar. Que las elecciones populares las hagan a su capricho los inspectores de policía, los alcaldes, los gobernadores y los secretarios de Estado, como en tiempos de Colombia, y que las decidan jueces de escrutinio que anulan el voto real de los pueblos cuando no ha sido posible defraudarlos, son cosas que en la República de Panamá no deben acontecer”.

Nadie duda en el Panamá de hoy que las prácticas viciosas de la época colombiana, no superadas en la era republicana, continuarán en el sistema actual por la naturaleza parcial de su organización y por el espíritu partidista que determina la conducta de los gobernantes en materia electoral.

En su Ensayo sobre la reforma electoral publicado en diciembre de 1918, decía el Dr. Morales:

“Mi amor por el sufragio puro y libre no es ni ha sido nunca un sentimiento acomodaticio. Yo no transijo nunca con el fraude ni con la violencia electoral, venga de donde viniere, porque considero que quien vicia el sufragio es, como dice el cardenal Gibbons, tan malvado como el que envenena las fuentes públicas. Cuando los hombres que se han llamado copartidarios míos han venido a decirme que han votado dos veces en una elección, y que lo han hecho porque los enemigos lo estaban haciendo, he sentido vergüenza y cólera al recibir la confidencia”.

Este hombre de tan recto criterio, en el mismo ensayo sugiere una legislación electoral inspirada en la de la Argentina de la época, país que visitó para estudiar su sistema electoral. Allí recomendaba severas sanciones para los delitos electorales y establecía un sistema de elecciones que preveía la representación proporcional y los derechos de las minorías, conquistas todas estas vigentes en el pasado inmediato y hoy proscritas de nuestro sistema electoral.

Nuestra generación respondía a los mismos lineamientos éticos consagrados por el Dr. Morales y postuló como freno al fraude el lema “contra dinero y licor, vergüenza”. Pero si entonces hubiéramos sabido que la pureza electoral era un principio consustancial con la razón de ser de la nueva república, como lo recuerda el Dr. Morales, el fraude lo hubiéramos convertido en delito de lesa patria.

La educación

La educación es definida por el Estado, porque este descansa en una filosofía que debe realizarse en el aula. En Panamá la educación tiene un ideal democrático y busca como norte la creación de un hombre enteramente nuevo, humanista, libre, lejos de los fetiches.

Desde su nacimiento, la República ha estado acechada por fuerzas culturales disolventes y ha sido de su mayor estrategia educativa crear los valores escolares que puedan garantizar la unidad nacional. El Estado logra la unidad nacional mediante una educación democrática. En cada momento en que las circunstancias políticas pretendieron en el país usar la educación para levantar teas y no antorchas; fetiches y no principios, y para modelar un hombre autómata, irreflexivo, sectario, el pueblo ha expresado su disconformidad porque intuye el peligro de una sociedad integrada por corderos y no por hombres. Esa intuición brota de la idiosincrasia de nuestras gentes, pero en alguna medida es el fruto de ciertas lecciones de nuestros maestros que quedaron por allí en alguna orilla de la conciencia nacional. Eusebio A. Morales, en su discurso pronunciado en la inauguración del Instituto Nacional, daba respuesta a las inquietudes puestas de manifiesto por sectores privados ante el nacimiento de un centro docente tan directamente comprometido con la filosofía del nuevo Estado.

“El Gobierno de la República, decía el Dr. Morales, no ha tenido en miras la creación del Instituto Nacional con fines sectarios. Esta no es una institución de combate, sino un centro docente. Aquí han de venir los jóvenes a beber la ciencia en fuentes puras; a equipararse para la lucha de la vida; a recibir energía para el cuerpo y para el espíritu, a vigorizar el carácter con el ejemplo de lo que es bueno, digno y noble; a aprender el inmenso valor del propio esfuerzo. Las escuelas que se fundan para enseñar al niño o al joven solo a un aspecto de las cosas, solo una faz de las doctrinas, solo un sistema de las ideas sin discusión ni examen, son profundamente peligrosas porque estimulan las tendencias antisociales que el hombre lleva latente en su organismo, como restos del tránsito de la animalidad a la humanidad, y porque en definitiva esas escuelas no producen sino perseguidores.

“El Gobierno, por el contrario, aspira a que el Instituto Nacional sea un campo abierto a las ideas grandes, generosas y nobles; a que en su seno reciban los jóvenes un bautismo de tolerancia, para que así puedan surgir de entre ellos los observadores asiduos, los investigadores pacientes y sagaces, y los pensadores valerosos y desapasionados”.

En tan precisas palabras quedan compendiados los fines permanentes de la educación panameña. Los arrebatos intolerantes de la reciente data pretendieron desviar de su senda la función histórica de nuestra educación. Las multitudes que intuitivamente negaron un ensayo que creaba cultores de la personalidad y no hombres libres, encontrarán en las palabras de los fundadores del Instituto Nacional la línea civil de humanismo panameño.

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