El sabio y la computadora

Actualizado
  • 10/10/2021 00:00
Creado
  • 10/10/2021 00:00
Nota del Editor: Hace cuarenta años, La Estrella de Panamá publicó un artículo titulado “El sabio y la computadora” de la pluma del pensador venezolano Arturo Uslar Pietri, que adelantaba con pasmosa visión la realidad que hoy vive la sociedad. Se marca dos años después de la publicación, el año 1983, como la fecha en que “nació el internet”. La lectura de este artículo muestra la profundidad del pensamiento visionario de uno de los intelectuales latinoamericanos más importantes del siglo XX
El sabio y la computadora
Biografía

El autor de este artículo fue un abogado, periodista, filósofo, escritor, intelectual y político nacido en Caracas, Venezuela.

Miembro de las Academias venezolanas de la Lengua y de la Historia. Ministro de Educación, de Hacienda, de Relaciones Interiores y Senador.

Su elevada formación lo llevó a destacarse por su cultura e ideas, cuando fue designado representante de Venezuela ante la UNESCO, en la década de 1970.

Además de figura política, crece como literato y humanista utilizando los medios de comunicación, especialmente la televisión, para llegar al gran público con un sistema semanal de charlas sobre los grandes personajes y acontecimientos de la historia universal.

Dueño de una amplia bibliografía, destacan sus obras: Las lanzas coloradas (1931), El camino de El Dorado (1947), Treinta hombres y sus sombras (1949), Oficio de Difuntos (1976) y La Isla de Robinson (1981).

Escrito en 1981

La noción de ser un hombre culto que hoy empleamos con harta frecuencia nos viene, casi seguramente, del Renacimiento. Ya sin duda, no corresponde a las realidades actuales dada la extensión y las complejidades de los saberes. Hay un arquetipo del hombre culto para nosotros que, consciente o inconscientemente, se calca sobre la imagen que tenemos de genios como Leonardo, o como Montaigne, o como Bacon. Literalmente, en su época, llegaron a abarcar todo lo que el hombre sabía y hasta algunas cosas más. Ciencias y letras, arte y tecnología, política y guerra. No solo podían opinar sobre todas las ramas del conocimiento, sino que, además, lograban hacerlas progresar de manera múltiple y asombrosa.

Desde hace mucho tiempo esto ya no es posible. Cada día que pasa lo será menos. La explosión que el conocimiento ha experimentado en los últimos dos siglos ha hecho inabarcable el conocimiento para una sola persona. Han tenido que surgir, fatalmente, los especialistas para poder alcanzar un conocimiento suficiente en alguna rama. El campo de la ciencia se ha multiplicado hasta el infinito y tiende a separar los especialistas en compartimientos cerrados.

La incomunicación entre la ciencia y las letras se ha hecho cada día mayor. Se habla en nuestros días de las dos culturas, refiriéndose a los dos vastos dominios, casi incomunicados, de la ciencia, por un lado, y de las humanidades por el otro. Con graves consecuencias de toda índole.

El hombre de ciencia y novelista inglés, Charles Percy Snow (1905 – 1980), y otros, han señalado este angustioso y amenazante divorcio. No solo hay incomunicación entre la ciencia y las humanidades, sino que, además, las humanidades pudieran estar apoyándose sobre nociones científicas que ya dejaron de tener validez. Todavía en el campo de las humanidades, que está muy conectado con el de la educación general y el de la política, se siguen aplicando, como dogmas, algunas conclusiones de la ciencia del siglo 19.

El determinismo trasladado de la física a las ciencias sociales y la noción de la evolución natural. Estos conceptos están profundamente cuestionados por la ciencia actual más avanzada, por la física nuclear, la genética y la bioquímica, pero esas nuevas certidumbres científicas no han penetrado todavía en el mundo de las humanidades. Esta disparidad es flagrante y peligrosa.

Las disciplinas científicas se han multiplicado y han hecho necesario modificar, a veces profundamente, nuestras nociones globales. La genética, la etología, la biosociología plantean muy graves cuestiones para nuestras ciencias sociales tradicionales.

Sin embargo, en el discurso literario y político seguimos repitiendo ciertas afirmaciones que pudieron tener alguna validez en los tiempos de Newton o de Darwin.

Las humanidades mismas han extendido y fragmentado extraordinariamente sus dominios. Han surgido disciplinas nuevas. La filología se ha subdividido, la ciencia del lenguaje ha experimentado una de las mayores transformaciones imaginables. Ha llegado el momento, después de Wittgestein, de Saussure y de Chomski, en que todo parecía reducirse finalmente al lenguaje.

No es menor la transformación ocurrida en las artes plásticas, la literatura y la música. Un crítico de arte de hace cincuenta años no entendería casi nada de lo que hoy llamamos arte.

Ante la magnitud del problema y de sus consecuencias de toda índole han surgido la preocupación y las fórmulas para buscarle salida o atenuación. Los organismos internacionales han acuñado la horrible palabra interdisciplinario para designar las tentativas de hacer converger sobre una cuestión dada los puntos de vista y los lenguajes de varias ciencias y disciplinas. Se ha tratado también de crear ingeniosos mecanismos de divulgación que suministran información básica comprimida sobre todos los aspectos del saber y del hacer humanos. No es fácil mantenerse al día en esos resúmenes que a fuerza de simplificación terminan por ser insignificantes y que dada su inagotable variedad requerirían en el lector de una preparación tan extensa y superior que casi no existe en nadie.

¿Estaremos condenados a presenciar la recaída del hombre en la barbarie por el exceso mismo del saber? No es una hipótesis enteramente descabellada. Con el desarrollo de los sistemas de las computadoras, las memorias electrónicas y los bancos de datos nos estamos acercando al día en que todo el saber podrá estar almacenado y disponible en esos mecanismos. A ellos tendremos que acudir en busca del dato que nos importa y acaso, también, ellos nos puedan dar la dimensión aterradora de las conexiones e implicaciones en toda la extensión del saber de ese pequeño dato que queríamos verificar.

Será sin duda un mundo distinto y también un hombre distinto. El saber, en su totalidad, estará almacenado en máquinas que nos darán las respuestas precisas y limitadas que podamos requerir, pero ya más nunca podremos pretender a una mente que todo lo abarca. Así como los mastodontes prehistóricos tuvieron que desaparecer al cambiar el clima físico, también han desaparecido para siempre esas figuras casi sobrehumanas que nos dio el pasado: Platón, Tomás de Aquino, Montaigne, Bacon, Goethe, Humboldt. La computadora, con mucho menos prestigio y fascinación, hará ese papel.

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