Lidia Sogandares, el triunfo de la mujer panameña

Actualizado
  • 27/03/2022 00:00
Creado
  • 27/03/2022 00:00
Fue la primera doctora de Panamá y Centroamérica; una mujer extraordinaria, amante de la justicia y fervorosa creyente de los derechos humanos
Retrato al óleo por Mariano Eckert. fotografía de Henry B. Beville, National Gallery of art, Washington DC. La composición incluye imágenes en la vida de la doctora Sogandares: el campanile del Colegio Santa Teresa, donde cursó premedicina; la fachada de la Escuela de Medicina de la Universidad de Arkansas y el pabellón principal del Hospital Santo Tomás. Tomado del artículo Tierra y Dos Mares: Lidia Sogandares (1908-1971)

Con menos de 13 años Lidia Gertrudis Sogandares tenía clara su vocación, despertada durante sus largas caminatas solitarias en las playas de su natal Taboga, sorprendida y fascinada ante los misterios de la vida que se escondía dentro de los caracoles, las conchas y debajo del mar.

“Desde que tengo conciencia, abrigaba el ansia de ser médica. Ese deseo mío era algo insólito. Todos me decían que no lograría nunca mi anhelo y que pronto me aburriría”, comentaría en 1951 a un periodista de la Editora Panamá América.

Sogandares nació y creció en una época en que apenas se despertaba en Panamá el deseo de la mujer por salir del ámbito hogareño y acceder a una educación superior. Cursaba la secundaria cuando apenas empezaba el movimiento sufragista y en Panamá no había todavía universidad. Peor aún, la medicina era considerada una profesión reñida con la feminidad: apenas unas cuantas mujeres del continente se habían atrevido a desafiar a una sociedad que atribuía las peores cualidades del carácter a una mujer dispuesta a ver cadáveres de hombres desnudos o recibir clases de anatomía en compañía de condiscípulos varones.

Primer puesto de honor

Lidia Gertrudis Sogandares Rivera nació en Taboga, el 17 de octubre de 1908, e hizo sus primeros años de estudio en la isla, para luego pasar al Colegio de Niñas de Santa Ana No. 2, en la ciudad de Panamá.

Lidia Sogandares, el triunfo de la mujer panameña

En 1920 logró ingresar en el Instituto Nacional, recientemente abierto a la matrícula femenina, de donde se graduó con el primer puesto de honor en el año 1926 –la primera vez que una mujer alcanzaba este logro–, que sorprendió a la pequeña sociedad panameña de la época, no acostumbrada a ver a las mujeres descollar.

Aun con la clara inteligencia demostrada nadie habría apostado por su futuro. Ser mujer y de condición humilde casi que la condenaba a una vida de pocas posibilidades profesionales, acaso la docencia o la enfermería.

Pero la suerte estuvo de su lado. Una mañana de 1927, la educadora Esther Neira de Calvo encontraba entre su correspondencia una carta del doctor Leo Rowe, director de la Unión Panamericana. Le notificaba este la disponibilidad de una beca para que una joven panameña estudiara en el College of Saint Teresa, en Winona, Minnesota.

¿A quién le podremos dar esta beca?, se preguntaba la señora Calvo –como detallaría en un artículo de su autoría publicado por La Estrella de Panamá en marzo de 1972, en ocasión del primer aniversario de la muerte de su amiga Lidia Sogandares.

En esas cavilaciones se encontraba cuando sonó el teléfono. Era Lidia Sogandares. La llamaba para pedirle que fuera su madrina de confirmación.

“!Que feliz coincidencia! La identifiqué de inmediato. Era la estudiante de honor egresada pocos meses antes del Instituto Nacional. La primera mujer que lograba tal distinción”.

“La veo sentada al lado de mi escritorio, mirándome con timidez mientras le entregaba la documentación de la beca. Cuando terminó su lectura, le dije: Lidia, creo que tú eres la mejor candidata para hacer uso de esta excelente oportunidad”.

Poco tiempo después partía Lidia Sogandares para Winona, Minnesota, lista para ingresar a la prestigiosa institución regentada por religiosas de la orden franciscana. A sus 20 años, apenas conocía el idioma inglés, pero en este college encontraría un ambiente culto, nutritivo, con amplias oportunidades para actividades extracurriculares en un poblado pequeño pero caracterizado por sus vistas pintorescas, abundantes parques y sitios históricos.

Ya en 1928, la joven panameña se adaptaba perfectamente al ambiente, incluso resultaba elegida presidenta del club de estudiantes internacionales, formado por jóvenes de Filipinas, China e Italia.

En 1930, con el título de Bachelor in Arts –premedicina– del Saint Teresa College, ingresó a la Escuela de Medicina de la Universidad de Arkansas, Little Rock, donde obtendría una licenciatura en ciencias médicas en 1932 y un doctorado en 1934. Posteriormente realizaría un año de práctica profesional en el Hospital de Mujeres de Filadelfia, una clínica especializada en el tratamiento de mujeres y niños, con facilidades para la instrucción clínica a mujeres dedicadas al estudio de medicina y enfermería.

Bienvenida a Panamá

Su regresó a Panamá en 1936, como la primera mujer panameña y centroamericana acreditada para la práctica de la medicina, constituyó un acontecimiento nacional, diría Neira de Calvo. “Su título constituyó un poderoso estímulo y el despertar de una nueva conciencia profesional de la mujer panameña”.

Más cuando quienes en su trato cercano conocían su extremada sencillez y simpatía. Era hermosa, culta, amable, suave y persuasiva, pulcra y sencilla en el vestir. Siempre tenía una frase oportuna, cordial y cariñosa, decían quienes la conocieron en esta época.

Santo Tomás

Tras dos años limitada a la enseñanza de los cursos de higiene en el Liceo de Señoritas de la ciudad de Panamá y la Normal de Institutoras, logró encontrar una plaza como médico interno en el hospital Santo Tomás. Ya podía practicar la medicina.

Allí, en poco tiempo pasaría de interna a residente, subjefe y después jefe de Obstetricia y Ginecología, puesto en el que se jubilaría en 1969.

Le correspondió esta práctica en las décadas de 1940 y 1950, cuando Panamá experimentaba una explosión demográfica que provocaba un enorme peso económico sobre el Estado, que debía solventar gastos médicos y sociales de una masa de población en precarias condiciones económicas.

La sala de maternidad del hospital Santo Tomás sería el gran reto en la vida de la doctora Sogandares. Allí debió lidiar con los pocos recursos y exceso de pacientes, especialmente en la llamada sala de “caridad” del hospital, al que llegaban mujeres de pocos recursos. Tres doctores atendían en la sala del hospital Santo Tomás más de 400 partos al año con facilidades insuficientes.

“Las mujeres parturientas deben yacer en colchones esparcidos por el suelo, en los corredores, en cualquier rincón. A las 24 horas de nacido el niño, todavía con peligro de hemorragia, tenemos que devolverlas a su casa para que su espacio lo ocupe otra pobre que lo necesita con mayor urgencia”, reveló Sogandares en la misma entrevista a la Editorial Panamá América.

“Son comunes los casos de mujeres que no han pasado de los 20 años y ya tienen tres o cuatro hijos sin padre. Los hombres que las seducen, apenas se dan cuenta de que van a ser madres, las abandonan en el mayor desamparo. Para estas mujeres la maternidad no es el más alto y noble de los estados..., sino un estigma... no hay puerta que se les abra, ni aun entre sus propios familiares tienen cabida, pues son tan pobres como ellas y una mujer con un recién nacido en brazos siempre es un engorro en cualquier hogar que no sea el propio”, continuaba la doctora, detallando el dolor que le provocaba ver a las mujeres jóvenes ya acabadas por este sufrimiento.

En Panamá no había entonces ninguna clínica oficial ni privada que enseñara planificación familiar o el uso de anticonceptivos. Lo que sabían las mujeres y los hombres se les enseñaba en el hogar o la calle, en una cultura en la que prevalecía el tabú y la ignorancia sobre los asuntos sexuales.

La mujer urbana panameña tenía un promedio de 5.5 hijos y la del interior 6. El método preventivo más común era, de acuerdo con el libro Recuerdos, del doctor Julio Lavergne, colocar en la vagina tabletas de permanganato de potasio, que con frecuencia producían hemorragias severas por las quemaduras y perforación de la pared vaginal.

“Todos nosotros, en una u otra educación, tuvimos que atender a mujeres con infecciones pélvicas severas y hemorragias masivas producidas por abortos inducidos”, decía Lavergne.

Con base en estas experiencias, Sogandares se unió a los doctores Lavergne, Gaspar Arosemena, Gabriel Sosa, Alfredo Sardiñas, Rolando Rodríguez Dávila, además de Cecilia Alegre, Esperanza Espino e Hildebrando Araica para formar la Asociación Panameña para el Planeamiento de la Familia (Aplafa), concebido con la idea de poner en marcha programas educativos de salud sexual y reproductiva y de responsabilidad paterna.

Gracias a este centro, creado en 1965, los panameños de bajos recursos tuvieron por primera vez acceso a conocimientos de planificación familiar y salud reproductiva.

Profesora universitaria y asociaciones

A la par de sus logros profesionales y académicos, la doctora Sogandares destacaba por su participación en los gremios. Fue cofundadora y primera mujer miembro de la Academia Panameña de Medicina y Cirugía; cofundadora y primera presidenta de la Sociedad Panameña de Obstetricia y Ginecología, miembro de la Alianza Panamericana de Mujeres Médicas, de la Isthmian Medical Association of the Canal Zone y del Women Medical Association.

Destacó en foros nacionales e internacionales con trabajos investigativos en temas como placenta previa, separación prematura de la placenta, tratamiento de la toxemia de preñez con largactil, presentación podálica, ruptura uterina, preñez ectópica, los problemas del aborto criminal, entre otros.

También se le reconoció el apoyo que ofreció a una generación de mujeres que siguiendo su ejemplo incursionaron en el campo de la medicina. Hermelinda Cambra de Varela, Mary Prietto y Marisín Villalaz de Arias tuvieron siempre para ella palabras de agradecimiento.

Todas estas actividades y sus prominentes frutos le valieron reconocimientos internacionales y nacionales. En el año 1959, al cumplirse 25 años de su graduación como doctora, el Gobierno Nacional le otorgó la Orden Vasco Núñez de Balboa en grado de comendadora.

Un año después, el Saint Teresa College le otorgó una medalla de honor como exalumna sobresaliente.

Muerte

“La clase médica está llena de una profunda tristeza por la partida de la más querida de las colegas y una de las mujeres más extraordinarias que Dios me dio la dicha de conocer. Si hay nostalgia entre los médicos, qué solas nos quedamos las doctoras, sus amigas y protegidas, a quienes siempre ayudaba con la más dulce de sus sonrisas y el más profundo cariño”, diría la doctora Villalaz de Arias en un artículo en La Estrella de Panamá con motivo de su inesperado fallecimiento, por trombosis cerebral, el 21 de marzo de 1971.

Su funeral, en la iglesia Cristo Rey, fue atendido por cientos de colegas y amigos que cosechó en vida.

De ella, diría su madrina Esther Neira de Calvo: “Hizo de su profesión un credo y de su servicio un apostolado. Sirvió con esa filosofía a las mujeres necesitadas y a las de fortuna. Fue una mujer extraordinaria, amante de la justicia, fervorosa creyente de los derechos humanos”.

(Información tomada de los archivos verticales de la Biblioteca Nacional y de la charla “Visión de la primera ginecóloga panameña”, por Vannie Arrocha Morán, septiembre de 2018).

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