• 14/09/2008 02:00

Secretos de las granjas atuneras

Es indiscutible que cualquier alteración enfocada en potenciar el desarrollo o multiplicación de una especie viva —sobre todo con fines ...

Es indiscutible que cualquier alteración enfocada en potenciar el desarrollo o multiplicación de una especie viva —sobre todo con fines económicos—, siempre entrará en conflicto con el equilibrio natural del ecosistema en el que se lleva a cabo dicha potenciación. Y pese a que algunos señalen que la acuicultura y maricultura pueden contribuir a reducir los efectos negativos de la sobrepesca; no menos cierto es que, según los científicos, estas actividades pueden causar daños ambientales semejantes a los que originan las prácticas productivas llevadas a cabo en tierra —como la contaminación—, con la agravante de que, incluso, pueden poner “en jaque” no sólo a la pesca que aún nos queda, sino también a otros sectores de la economía como el turismo.

Desde estudios realizados por la National Geographic, hasta declaraciones de organizaciones ambientalistas internacionales, coinciden en que el modelo actual de granjas dedicadas a la crianza de atunes —la nueva moda en este país en donde queremos hacer de todo— es sencillamente insostenible, pues contribuye a la sobreexplotación del “stock” de la especie criada —ya de por sí sobrepescada—. Peor aún, el hecho de que las granjas estén localizadas en zonas muy cercanas a la costa, fuertemente contaminadas en algunos casos, provoca que los atunes acumulen elementos tóxicos y metales pesados.

Pero aquí no acaba esta historia de terror. En efecto, desde el punto de vista biológico, las granjas de engorde de atún podrían alterar la calidad del agua —tanto por las sobras de alimento utilizados para el engorde, como por los excrementos de los peces— afectando el equilibrio químico y la disponibilidad de oxígeno en el agua de la región. Aunado a lo anterior, la acumulación de peces y la producción masiva de desechos puede dar lugar al desarrollo de enfermedades no sólo en los atunes, sino también en las comunidades nativas que rodeen las jaulas o se acerquen a las mismas.

Por otro lado, la colocación y tamaño de las jaulas podrían interferir con las rutas de migración o desove —como es el caso de las tortugas marinas que recorren la zona para llegar a playas de anidación— o con las rutas de desplazamiento naturales —por ejemplo, los cetáceos o especies migratorias de peces— con lo que, comunidades humanas aledañas que tienen como actividad económica el avistamiento de ballenas y delfines, podrían verse afectadas por una variación en el ecosistema de acuerdo con estos impactos.

La metodología utilizada nos presenta igualmente otras desventajas que van desde la posible afectación sobre los ecosistemas marinos por las redes de transporte, hasta los efectos que podrían tener las jaulas sobre las comunidades naturales que habitan en los arrecifes de coral y los fondos marinos, entre otros tantos ejemplos.

Señores gobernantes, no olviden que están obligados a velar porque las actividades desarrolladas en nuestro país beneficien, respeten y protejan los intereses sociales y ambientales locales y nacionales y no los de ciertos apellidos sonados recientemente.

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