• 28/08/2010 02:00

El olor de los libros

P rimero fue la Luz; la Palabra, tuvo su valor; la Escritura, compartió su memoria; y la Lectura, garantizó sus pasajes.

P rimero fue la Luz; la Palabra, tuvo su valor; la Escritura, compartió su memoria; y la Lectura, garantizó sus pasajes.

Florencia, Italia, 25 de agosto.— Invitado a un debate sobre la iniciativa que está llevando adelante la Biblioteca Nacional de Florencia con el famoso coloso informático Google, me encuentro sentado escuchando a los oradores que debaten sobre el futuro del libro; sobre el sistema comercial entorno a este; sobre la conservación, la catalogación de ellos; sobre la funcionalidad de las bibliotecas; y el tema central, que versa, en esta tardecita florentina, sobre la petición de Google de digitalizar algunos manuscritos, textos y libros conservados en la Biblioteca, siendo esta la más nutrida e importante de Italia.

Debido a que es un debate, a cada plantamiento los participantes intervienen con preguntas, reflexiones o intercambio de ideas... sigo, como siempre, con interés, estas intervenciones, respetando el protocolo de no girar la cabeza para mirar los oradores que se encuentran detrás de mí en la fila. Muchos de estos oradores remarcaban con gran énfasis la ayuda que la digitalización ha aportado, algunos de estos teorizaban la muerte del ‘libro cartaccio’ (libro imprimido sobre papel) entusiastas de las modernas técnicas interactivas.

Fue así que desde el fondo de la sala, detrás de mí, se escuchó una dulce voz femenina, con un acento florentino muy marcado, que dice, como en un canto y pesando con pausa las palabras: ‘Para mí, los libros nunca dejarán de existir, porque nosotros no podemos vivir sin el olor de ellos’.

Tuve que voltearme a ver quién era esta persona, a quién pertenecían estas palabras fuera de contexto científico, pero llenas de connotaciones emotivas... y, para mi sorpresa, era una anciana señora de ojos claros, de mirada profunda, que entre sus blancas manos apretaba un extraño libro, atado con una cinta de seda roja antigua... largos cabellos grises, bien amarrados, al estilo florentino... ella capturó mi atención... y creo que la de muchos de los presentes... y el debate continuó, hasta su conclusión.

Al llegar a mi casa, la imagen de la señora y sobre todo lo dicho por ella, se alternaban con las importantes reflexiones sobre las que los participantes intelectuales y técnicos habían debatido. Es ese proceso de ‘digestión intelectual’, donde cada momento regresa a la mente y las reflexiones generales se encuentran con las personales, creando aquel territorio imaginario, donde las certezas personales vienen a encontrarse con la parte oscura de otras verdades.

Sin darme cuenta, me encontré sentado en mi cocina con la primera edición de 1992 —Imprenta Universitaria— de la novela En ese pueblo no matan a nadie, de Francisco Changmarín, con dedicación personal del autor... bebo a sorbos mi té, mientras miro mis libros, algunos con sus dedicatorias, otros que ya forman parte de mí.

¿Qué es de la belleza, si no estamos al nivel de extasiarnos frente a ella, al punto de sufrir la ceguera de negar su existencia? Un libro es algo personal, es el objeto perteneciente a las huellas dejadas en nuestra construcción intelectual, aquel que nos abrió el inmensurable mundo imaginario, desconocido, es la guía férrea en la oscuridad... y me doy cuenta de que, acariciando mis libros, siento la presencia de lejanas certezas, que van desde la palabra, la escritura y la lectura.

Sí, los libros tienen sus perfumes... sus olores, como bien hizo notar aquella dulce señora.

*ARTISTA VERAGÜENSE RESIDENTE EN FLORENCIA, ITALIA.

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