• 23/11/2010 01:00

Riqueza, inequidad y la paciencia de los pobres

Panamá es una nación de contrastes. Por un lado, nuestra economía crece, aumentamos el Índice de Competitividad, colocándonos en el pues...

Panamá es una nación de contrastes. Por un lado, nuestra economía crece, aumentamos el Índice de Competitividad, colocándonos en el puesto 53 mundial y alcanzando altísimas evaluaciones en accesibilidad a servicios financieros (4), Transferencia de tecnología (7), Solidez bancaria (7), Suscripciones de teléfonos móviles (7) y muy buena evaluación en calidad de infraestructura portuaria, transporte aéreo, capacidad para atraer inversión extranjera, amplitud de banda de Internet y facilidad de acceso a créditos. Mejoramos nuestro grado de inversión, tenemos el presupuesto más alto de la historia y abundantes recursos minerales. Ante este panorama macroeconómico, ‘Vamos bien’, parece un eslogan irrefutable.

Sin embargo, según el informe del Programa de Naciones Unidas Para el Desarrollo (PNUD), ocupamos el tercer lugar en Latinoamérica con la peor distribución de la riqueza y el número 11 a nivel mundial (181 países). El 20% de la población panameña de menores ingresos, solo recibe el 5,1% del ingreso que genera la economía, mientras que el 20% de la población de altos ingresos, recibe el 48,5% de la riqueza. Más del 80% del Producto Interno Bruto (PIB), es generado en las provincias de Panamá (67%), Colón (15%) y Chiriquí (7,8%). A pesar de que el 45% de nuestra población es rural, la producción agropecuaria solo representa el 4% de nuestra economía.

En cuanto a la calidad del empleo de nuestra población económicamente activa (1,5 millones) solo el 17% tiene un ‘empleo decente’, o sea formal y permanente, un 47% tiene empleos formales temporales, 30% informales y 6% desempleados. Los informales aumentan a 80% en aéreas indígenas y alrededor de 50% en las rurales.

La educación por otro lado, es tan asimétrica como la distribución de la riqueza. De cada 100 jóvenes de bajos recursos, solo 56 acuden a la escuela secundaria, mientras que en los sectores de altos recursos económicos 94 de cada 100 jóvenes asisten. Estamos entre los 15 peores países del mundo (139 evaluados), en calidad de la educación en matemáticas y ciencias (129) primaria y sistema de enseñanza superior. El 80% de nuestros ejecutivos elites, son o estudiaron en el extranjero.

La Independencia del Poder Judicial, es ubicada en el lugar 125.

De los recursos mineros, tampoco podemos esperar mucho. Solo cuatro minas tienen riquezas que superan con creces todo lo que podamos obtener del Canal de Panamá. Cerro Colorado, Cerro Quema, Cerro Chorcha y Petaquilla tienen a los precios actuales del oro, cobre, plata y molibdeno una riqueza estimada entre 210 000 a 230 000 millones (11 000 millones por 40 años). EL Estado recibiría anualmente por regalías, entre 220 y 440 millones (2 a 4%). Y en el caso de Petaquilla, la totalidad de la inversión, es deducible del impuesto sobre la renta, al costo de afectar el Corredor Biológico Mesoamericano y una extensión de aproximadamente 13 800 campos de fútbol juntos.

¿Y qué pasa con los pobres entre los pobres, aquellos que sobreviven con menos de un dólar al día y representan el 17,5% de la población no indígena, mayoritariamente campesina y el 58% de la población originaria? ¿Cómo vamos a disminuir esta pobreza?

La extensión de la red de oportunidades a 85 000 familias, solo mitiga, pero no cambia en nada la realidad. Tampoco la minería, cuyos puestos de trabajo en conjunto difícilmente sobrepasarán los 4000. El campo, fuertemente afectado en su producción, en parte por factores ambientales y en parte por la rebaja masiva de aranceles, ha visto postergada la inversión de las 12 presas y drenajes, necesarios para mejorar la producción y que representaban una inversión conjunta de 1250 millones. La inversión en infraestructura turística se concentra mayoritariamente entre Colón, Panamá y Coclé.

Esta asimetría en la distribución de la riqueza, origina dos realidades diferentes, El Panamá que va bien macroeconómico, empresarial, referencial, educado, importador de bienes y exportador de servicios; y el otro pobre, ignorado, mal empleado, con baja educación y oportunidades de equidad. La paciencia de los pobres se agota, provocando un sentimiento de frustración, represión e incluso ira, caldo de cultivo de la inestabilidad social.

Así como en tiempos del viejo capitalismo el Estado tenía el deber de defender los derechos fundamentales del trabajo, así, ahora con el nuevo capitalismo, el Estado y la sociedad tienen el deber de defender los bienes colectivos que, entre otras cosas, constituyen el único marco dentro del cual es posible para cada uno conseguir legítimamente sus fines individuales... Juan Pablo Segundo en su encíclica Centesimus Annus.

*ASOCIACIÓN CONCIENCIA CIUDADANA.

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