• 05/04/2014 02:02

A dónde vamos

Las injusticias del mundo las fabricamos nosotros mismos, nuestra sociedad.

Nuestros fabulosos cuerpos, material biológico de alta perfección, que nos brindan múltiples funciones de gran efectividad, siguiendo la ley natural de la vida, se agotan y tienen su fin. Todo se transforma. Fin, transición, reencarnación, otra vida, son las alternativas que nos dan las religiones y filosofías como dogmas de fe y esperanza. La Psicología, con sus sofisticadas actividades cerebrales que nos brindan inteligencia, memoria, placeres, etc. Tienen su término funcional en las enfermedades neurológicas y al fallecer.

Ese Psiquis, alma o espíritu tiene su realización en la vida. El espíritu del: cuerpo, de las leyes, de las cosas son tan intangibles y etéreas y son inherentes a ellas. Son su razón de ser y allí quedan. Entonces trascienden a lo que nos rodea, a la sociedad. La Sociología que es como la memoria colectiva. Nos mantiene vivos en el recuerdo, en las trayectorias, en las creaciones, realizaciones, investigaciones, progresos, en lo que dejamos como herencia intelectual o material, de lo que hemos hecho. Es como el eco de una composición musical, o una grabación, de algo tan abstracto como el sonido. En dos o tres generaciones y la presencia vivencial ya no existen, porque no hay quien las mantenga. Solo quedan los genes dispersos como testigos concretos de una realidad que fue.

Las ciudades, las costumbres, las personas, todo va cambiando. Solo queda tal vez alguna anécdota, la historia, algún dato bibliográfico o gráfico, puede dar cuenta de nuestra existencia en un mundo que también está llamado al olvido; dando paso a nuevas épocas, que lógicamente no guardan ninguna relación con el hoy.

Las injusticias del mundo las fabricamos nosotros mismos, nuestra sociedad. ¿Lo bueno y lo malo para quién? A veces tiene un reconocimiento actual. Pero cuántas cosas se dan sin premios ni castigos. Entonces buscamos la Justicia Divina. Esa siempre está allí, en la corazón y la fe.

En manos de los dioses, que no tienen principio ni fin. Esa Justicia como una meta lógica y sabia, vale cuando trasciende a lo infinito, a la eternidad; pero queda como una frustración humana entre los terrícolas. Los conceptos divinos, sí son espíritus inmortales, capaces de revivir, con normas sabias y perfectas, para que los seres humanos los sigamos en busca de la paz, la armonía y la felicidad para todos en este planeta. Incapaces de entender tales abstracciones, nos dejan el consuelo y la esperanza de la fe para cubrir el vacío existencial que angustia el final inexorable. Después al final, con hipocresía o cinismo, todo se filtra y purifica con la cortesía o diplomacia en los discursos fúnebres, silenciando las feas lacras, pero que no corrigen los errores, los bienes mal habidos, ni las vidas ajenas perjudicadas. Todo se cubre con el blanco velo de la impunidad. Entonces todos quisiéramos apegarnos a lograr una justicia terrenal, legal económica, política. Que nos satisfaga, nos dé la impresión de alcanzar aquí la excelencia de la felicidad al menos temporal y circunstancial. La equidad, la eficacia científica, la producción, la generosidad, la comprensión, que dé a cada quien, su pan de cada día, sus salud, su nivel de información, su satisfacción del deber cumplido para con una sociedad, que también nos brinde seguridad e íntima felicidad a cada quien, según su propio entender.

En la Tierra se dejan grandes injusticias, macrodeudas que afectan a todos, vidas cortadas o perjudicadas sin ninguna justificación. La impunidad terrícola agrava la situación. Ese clamor por la Justicia motiva ideas como el JUSTICIALISMO, que va por la justicia social. Como tal, es una versión del Socialismo, que cuando adopta posiciones nacionalistas, aquí se denomina Panameñismo. Pero los conceptos ideológicos no siempre son llevados estrictamente y se desvían o se distorsionan según intereses locales o grupales y entonces ya pierden toda su fuerza social. Ahora la tecnología, el transporte y comunicación acerca a las gentes, nos hace compartir muchas cosas, pero solo los sentimientos nos unen y nos dan felicidad. Un canto a la vida, a la acción, al valor, a la generosidad, altruismo, a participar, al bien común, a compartir el tiempo, los momentos de nuestras comunes endorfinas, a producir instantes de felicidad que es el capital humano que sí podemos acumular en nuestro disco duro, mientras dispongamos del combustible oxigenado a nuestras neuronas. Las realidades vivas se dan en la investigación, la eficacia, el trabajo, la honestidad, los ejemplos, la docencia, la dignidad, los valores, para producir un mundo mejor.

—Solidaridad con Chile en un momento de tragedia natural.

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