• 14/05/2014 02:00

Mercado y propaganda electoral

‘La campaña electoral panameña demostró que es ocasión de aprovechar los intereses que buscan los votos’

El vicepresidente Nixon —durante la administración Eisenhower— se acercó a un par de empleados de la cocina en la Casa Blanca, les entregó unos platillos de propaganda y preguntó sobre la situación de la minoría negra; prometió que si llegaba a ocupar la silla presidencial, trabajaría por los derechos civiles. Dejó para ellos accesorios promocionales y pidió además del voto, que dieran dichos recuerdos a sus allegados.

Esta imagen está planteada en la cinta cinematográfica El mayordomo, que cuenta la vida de un hombre negro que llega a laborar en el servicio doméstico de la residencia y oficina del mandatario estadounidense y tiene la oportunidad de permanecer allí durante varias décadas. Pero esta escena descrita, pone en evidencia la forma como a mediados del siglo pasado se hacía promoción política mediante pequeños obsequios.

En pleno siglo XXI el mercadeo político no ha cambiado mucho en cuanto a la esencia, pero sí en lo que respecta a la dimensión. La campaña electoral panameña demostró que es ocasión de aprovechar los intereses que buscan los votos. Las ofertas se lanzan y se propone solucionar las necesidades más apremiantes de los votantes. Becas, terrenos, casas, artefactos, trámites, agua potable 7-24, puentes, calles y un largo etcétera.

Una vez concluido el proceso de los comicios y como decía Sócrates, ‘cuando la violencia de las pasiones ha cedido y se ha amortiguado su fuego, el hombre se ve liberado de un tropel de tiranos furiosos’; el momento es propicio para ejercitar una reflexión sobre el discurso esgrimido por quienes han aspirado a diferentes puestos de elección y cuyas acciones, generaron consenso o rechazo hacia sus propuestas.

Se plantea el concepto de ‘discurso’ en singular, porque no se trata de revisar los argumentos de tal o cual candidato específico, sino tratar de analizar sobre el clima generado por el conjunto de las fuerzas que buscaron cautivar el favor de la audiencia votante y las implicaciones hacia el futuro de la democracia en el país. El primer indicador es la oferta política que no ha variado.

Hace algún tiempo, conversaba con el abogado Eduardo Morgan, quien explicaba cómo los terratenientes y acaudalados durante los años cincuenta llevaban a sus jornaleros y humildes campesinos hasta las urnas y con diferentes argucias y triquiñuelas les hacían votar por quienes recibían el patrocinio o adhesión partidaria. El ambiente actual es semejante, aunque ha variado la proporción de los estímulos.

No se trata de la mitad del billete de dólar prometido siempre y cuando se exhibiera el voto en aquellos tiempos. Ahora hay una multiplicidad de ofertas, bienes, posiciones en la nueva administración y un clientelismo que condiciona la gestión futura y reduce las posibilidades de consolidar un programa institucional que contribuya a fortalecer el Estado y crear condiciones para un proyecto equilibrado y realmente participativo.

La campaña recién terminada ha sido una competencia de mostrar dominio en brindar esperanzas sin sentido; así como aportes materiales, a una sociedad que en lugar de ejercitar sus mejores capacidades para estudiar planes, propuestas e iniciativas novedosas y certeras, frente a necesidades reales para el conjunto de la nación; se ha visto enfrentada a una pobre proyección hecha por la comunidad política.

El saldo del proceso no genera una convicción de que la democracia se ha fortalecido. Por el contrario, pone en evidencia que lo único que ha crecido es la ilusión o falsa utopía, en alguien poderoso que saldrá a defender derechos que corresponde a todos perfeccionar, en una modalidad de mayor equidad y participación, único modelo beneficioso, trascendente y sostenible para el país.

PERIODISTA

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