• 02/09/2014 02:01

El diputado

¿Podremos corregir el mal? La mala imagen del diputado.

Uno de los políticos menos comprendido por la sociedad civil es el diputado. Por títulos, pareciera el más respetado, Honorable por el hecho de ser diputado y encima ‘padre de la patria’. Pero la verdad, el diputado es quizás el menos comprendido de todos los funcionarios y el más atacado. Pero lo cierto es que muchos de los problemas que lo llevan a esa triste realidad no son culpa de él, sino heredados por degeneraciones del sistema.

El problema comienza por la percepción que tienen todos del honorable. Para el político conocedor, el diputado es el encargado de legislar a nivel nacional y además supervisar la ejecución del Ejecutivo. Para su elector, o al menos la mayoría de ellos y más dentro de las capas más bajas, el diputado es el encargado de resolver todos los problemas de su comunidad y, además, los personales. Para su copartidario el diputado es quien puede conseguirle un empleo o bien darle seguridad en su puesto de gobierno. Al final, el diputado es un poco de todo eso, con énfasis en aquellas medidas que le garanticen votos en su próxima elección.

Porque hay que entender que el diputado tiene ambiciones personales, y quiere o proyectarse para un cargo más alto o bien reelegirse. Para ambas cosas requiere expandir su popularidad y cultivar nuevos electores. En ese marco, el diputado sabe que lo más importante es no nadar contra la corriente, más bien ir con ella. De allí los problemas de partidas circuitales. Porque el electorado, en una degeneración de lo que es el diputado, cree que él tiene que resolverle problemas comunitarios y personales. Entonces, con frecuencia, vemos en la Asamblea decenas de personas que llegan no a escuchar los debates, sino a interceptar al diputado y presentarle una necesidad, que va desde una pasaje al interior, hasta un entierro de un familiar, costos escolares o soluciones por un percance coyuntural.

El diputado lo único que tiene es la opción de regatear la ayuda, pero no puede negarla, eso es sacrificar votos reales, porque en ese mundo del salve, corre como el fuego tu bondad o mezquindad. Nada peor en una campaña que la fama de duro o tacaño. Lo malo es que la degeneración del sistema fue aupada por los propios diputados que, al lograr en el gobierno anterior un presidente que usaba las partidas para garantizarse y comprar lealtades, proyectó al final del camino el uso por diputados de 10,12, 8, 5,4 y tantos millones de balboas en su periodo.

Hoy, los diputados están frente al gran dilema de ¿cómo poder competir con sus antecesores? Para el pueblo, pedir es fácil, pero para el diputado hoy día cumplir se le ha hecho muy difícil. En medio de esta distorsión real existente del rol del diputado, están las oportunidades que el diputado encuentra en el camino para seguir prosperando y proyectándose. En la coyuntura actual, lo que debía ser ventaja para el partido al sumarse a la gobernabilidad, se convierte en ventaja del diputado, quien no negocia para el partido sino para su círculo cercano.

Lo malo de la degeneración que ha sufrido el sistema es que ha permeado a los propios electores, que prefieren al elegir al ‘buen gente’, aunque sea maleante conocido, que al preparado intelectualmente. Buenos diputados en el mejor sentido de la palabra, caen derrotados en su reelección, como fue Víctor Fábrega y Alcibíades Vásquez Velásquez entre varios. Hoy la Asamblea no juega el papel fiscalizador del Ejecutivo ni es foro de grandes oradores, su presencia en la televisión de los debates da tristeza al verlos chateando, hablando por celular, conversando, todo menos poniendo cuidado a los oradores.

Pero ¿podremos corregir el mal? Solo un gobierno que reconozca el problema, que asigne las partidas circuitales a los honorables representantes de corregimiento y reduzca al diputado a su función constitucional, que logre que las respuestas a los problemas de las comunidades las atienda el representante y no el diputado conjuntamente con el Ejecutivo, entonces en un breve plazo veremos una mejor asamblea.

Volverán entonces los debates de aquella época de oro con Carlos Iván Zúñiga, Rigoberto Paredes, Virgilio Shuber y tantos otros. Y dejaremos para el pasado a los Chello Gálvez y compañía. Los propios partidos serán más selectivos al escoger sus candidatos, los maleantes con popularidad saldrán del hemiciclo y políticos con una trayectoria decente y honesta podrán competir por las curules. Pero, si no corregimos, preparémonos para peores tiempos, seguirá la chabacanería reinando en la Asamblea.

*INGENIERO INDUSTRIAL Y ANALISTA POLÍTICO.

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