• 31/12/2015 01:01

EE. UU., Cuba, Panamá: realismo político

Temas nada sencillos, si se consideran los antecedentes confrontacionistas de ambos, y por lo mismo, las pasiones que despiertan

Dos acontecimientos suscitados hace pocos días han generado debates intensos: la decisión del presidente Juan Carlos Varela de reconocer el martirologio del 20 de Diciembre de 1989, y la de EE. UU. y Cuba de normalizar sus relaciones.

Temas nada sencillos, si se consideran los antecedentes confrontacionistas de ambos, y por lo mismo, las pasiones que despiertan. En ambos hay, sin embargo, un rasgo a destacar: una especie de realismo político que proyecta nuevas formas de encarar viejos problemas.

En el caso panameño, no creo que la admisión de Varela implique negar las raíces del conflicto, el drama que vivió Panamá en los años 80 y la manera como concluyó. Las consideraciones gravitan en torno al delicado tema de la Invasión. La decisión del presidente puede interpretarse como la oportunidad que se da el país para purgar sus pecados, para el balance y la apertura a un debate donde analice, no las inculpaciones mutuas, sino su comportamiento como sociedad, como ese grupo nacional que comparte una historia, un territorio, tiene un Gobierno y ejerce una soberanía sobre 75 mil kilómetros cuadrados.

Un balance sobre si aquel fue el método acertado de resolver sus diferencias o si a futuro debería considerar otras alternativas menos drásticas. Estoy bajo la percepción de que es esa y no otra, la intención del presidente. No creo que le esté pidiendo a nadie dejar de sentir. Eso no lo pueden hacer quienes resultaron seriamente afectados en sus reclamos democráticos, en sus derechos cívicos. Tampoco los afectados de la Invasión. Pero persistir en las heridas y no en la sanación no parece ser el rumbo acertado.

Es posible que la palabra del presidente deba ir acompañada de reconocimientos a ambas partes, porque lo innegable es que, independientemente de las individualidades, la afectada fue la Nación, la sociedad panameña.

La investigación y el balance 25 años después de la Invasión revelan que entre 1988 y 1989 hubo varias posibilidades de resolver la confrontación por la vía de la negociación. Cada vez que esa posibilidad tomaba forma, sin embargo, algo ocurría y la alternativa se frustraba, hasta que llegamos a la tragedia. En febrero de 1989 la nómina civilista produjo un documento donde proponía un acercamiento con los militares para una salida negociada. No hubo la suficiente voluntad política y esa posibilidad se frustró. El siete de diciembre de 1989, a pocos días de la Invasión, el doctor Ricardo Arias Calderón le decía a CNN que aún se estaba a tiempo para llegar a un acuerdo que evitara una salida violenta, y esa perspectiva tampoco cuajó.

Hoy, debemos encarar los resultados nefastos de la tragedia, y creo que la virtud del planteamiento de Varela radica en la posibilidad de que las partes enfrentadas busquen una salida que suture la herida, aunque la cicatriz persista. No distante de ese enfoque está el tema cubano-estadounidense. Lo único sorpresivo fue el anuncio.

Hacía 18 meses los dos países se habían sentado a conversar, por lo que no fue casual el estrechón de manos de Obama con Raúl Castro durante el sepelio de Nelson Mandela. En octubre de este año, en un extenso artículo de su página editorial el influyente periódico The New York Times afirmaba que ya era tiempo de levantar el bloqueo a Cuba. Lo que me parece significativo, sin embargo, radica en la puerta que se abre, porque admitir que hay que cambiar lleva implícito el reconocimiento de que en algo se ha estado equivocado, y quien así lo reconozca admite también que algo hay que corregir.

Y no se trata de que uno ‘lo ha admitido’, o de que el otro ‘ha vencido’. Soy un convencido de que tales consideraciones distan mucho del nuevo mapa político que caracteriza hoy a la región.

Hay valentía y entereza en ambas partes.

En un presidente Barack Obama que aun a sabiendas de las repercusiones que tendría una decisión como esa se ha atrevido a hacerlo. No solo porque cierta izquierda lo vería como ‘uno de sus triunfos’, sino porque cierta derecha gritaría que se trata de ‘una derrota’ para Estados Unidos. Curiosamente los extremos casi siempre están de acuerdo. En el fondo, el realismo político no significa la renuncia a los principios o a los objetivos perseguidos. Se trata más bien de una nueva forma de llevarlos adelante, de nuevas estrategias, donde Washington no va a renunciar a sus reclamos democráticos en la Isla, y Cuba no va a renunciar a la defensa de sus posiciones.

¿Y si es así, qué valor tiene entonces la normalización de sus relaciones?

En un inicio el reconocimiento del fracaso de las viejas estrategias, la renuncia a la humillación como táctica política y el traslado del debate a un nuevo escenario donde cada parte va a invertir, con toda seguridad, sus mejores argumentos. El afloramiento de protagonistas hasta ahora proscritos. Hay que ver las repercusiones habidas en Miami y en La Habana. Si ese es o no el sendero que seguirán ambos países, no solo está por verse, sino hasta dónde los nuevos tiempos podrán soportar nuevas confrontaciones o vientos de guerra, porque cuando una bomba cae no le pregunta a la víctima su tendencia política.

¿Qué tal si en el debate que se pueda abrir en Panamá se demuestra que durante la invasión también murieron civilistas? Un optimismo cauteloso es lo que comienza... ojalá se llegue a buen puerto.

PERIODISTA

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