• 04/02/2016 01:00

El amor, la soledad y otros temas

El amor, como denominación de un acto real

El amor, como denominación de un acto real, puede además referirse a un catálogo de metáforas que, si bien se cifran en un lenguaje alegórico, nos hablan de una misma realidad humana. Todos conocemos esa sensación placentera que gozamos sin esfuerzo, que sentimos sin aprender a hacerlo. En eso consiste ‘ser amado' que no es lo mismo que ‘amar', que es mucho más difícil y requiere conocimiento y dedicación.

En ese sentido, el amor es una actividad, es el acto de dar y recibir, y toma muchas formas como expresión simbiótica de nuestra vida. Implica cuidado, responsabilidad y respeto, como el amor entre padres e hijos, entre hermanos, amigos, cónyuges, etc., llegando hasta otros más abstractos como el amor a la patria o el amor divino o religioso.

También el amor conlleva la búsqueda de un ‘objeto amoroso' apropiado para amar; por ejemplo, una mujer u hombre atractivo en el caso de una relación sexual. Pero esta búsqueda paradójicamente nos revela nuestra propia soledad.

A primera vista, estas dos palabras —amor y soledad— no aparentan tener un lazo que las une, más bien parecen ser contradictorias. Sin embargo ambas forman el eje que divide el alma humana en partes iguales, cada cual buscando alivio y convivencia fuera de sí mismo, especialmente cuando nos encontramos irremediablemente solos.

Es así, porque la soledad es precisamente lo que nos separa, nos diferencia y nos individualiza; lo que hace difícil comunicarnos con el prójimo sin primero recurrir al amor como antídoto a ese miedo a la soledad.

Igual de cierto es que se discrimina cuando se ama algo, al dirigir nuestro amor allí, pues no amamos todo lo que vemos, sino que seleccionamos ese objeto con previsión y providencia mediante un proceso regido culturalmente, que varía según su tiempo y lugar.

Pero ese huir de la soledad y de amar y ser amado selectivamente choca con otra necesidad humana: la de su libertad e intimidad interior, su egoísmo. En la mayoría de los casos, este conflicto le da un sentimiento trágico a la vida.

Todos hemos sentido ese ‘temblor de lágrimas' del que habla Albert Camus al referirse al miedo de ser olvidado después de muerto, sin dejar huellas ni tener una voz que lo cante, quedándonos en medio de una soledad cósmica.

En el caso de Panamá y sus ciudadanos, esta tragedia consiste no tanto en ese ‘temblor de lágrimas', sino en el sistema de represiones, internas y externas, que le caracterizan como sociedad: leyes que no se obedecen, promesas que no se cumplen, obligaciones que se ignoran y la ingratitud como norma.

Si en otros países la soledad creó fórmulas para una convivencia feliz, aquí surgió el juegavivo, centrado en el egoísmo, olvidando la generosidad del amor, fuente inagotable de sacrificio y perfección.

Peor aún, el panameño piensa que todo lo que tiene es obra suya, ignorando el esfuerzo de otros, inconsciente de que en la soledad de dos se encuentra el amor y la libertad.

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