• 14/02/2017 01:03

Mejor filibusterismo que matraqueo

‘A ningún legislador (en EE.UU.) se le ocurriría prolongar extraordinariamente una aprobación sin decir a sus votantes y al país'

En los EE.UU., donde el principio ‘Rule of Law' (cuya traducción, nos explicaba el profesor César Quintero, es muy difícil, pero que podemos ensayar como Estado de derecho. Aunque los europeos prefieren Imperio del Derecho), es columna vertebral de todo su sistema de vida, la designación de un magistrado de la Corte Suprema de Justicia es un acontecimiento de proporciones históricas.

Si fuera solo por razón del designado, sin duda que lo es, visto que el cargo es de por vida y existe una larga tradición de no renuncia. Pero no solo por esto, como por lo influyente que puede llegar a ser el criterio de un magistrado y de la inclinación que dé a la Corte Suprema su voto, sobre todo como dijera Alonzo Hamby, profesor de la Universidad de Ohio, en tiempos en que ‘es literalmente imposible que un presidente ignore una decisión de la Corte Suprema' (la cita es de 2004).

Por supuesto que sería inoportuno recordar aquella ocasión en 1832, cuando después que la Corte Suprema declaró que el Gobierno no podía imponer el retiro forzoso de las tribus Cherokees de sus tierras, el presidente Andrew Jackson desdeñó la decisión del presidente de la Corte diciendo: ‘John Marshall ha tomado su decisión. Ahora que la haga cumplir'.

Lo cierto es que el Estado de derecho es fundamental para la convivencia humana pacífica. De allí la importancia que tiene el proceso de aprobación de leyes de cualquier índole, pero especialmente del ordenamiento penal.

Aunque han pasado 25 años, recuerdo vívidamente el proceso de confirmación del hoy magistrado Clarence Thomas. El Senado dilató por más de 100 días la votación para su ratificación. Fue un proceso intenso y voraz, aunque hubo algunos temas muy mediáticos, muchos consideran que su aprobación se dio porque logró convencer al Senado de su compromiso con la Constitución y el sistema de ‘Rule of Law'.

Lo que hace más interesante el proceso de ratificación de un magistrado de la Corte Suprema de Justicia, en EE.UU., no es solo su dimensión histórica sino también el ejercicio pleno y elevado del sistema de ‘checks and balances' que dicta la Constitución para que cada uno de los tres poderes del Estado se limiten entre ellos. En este caso, el Senado (Legislativo) somete a riguroso escrutinio la designación hecha por el presidente (Ejecutivo), a tales niveles que en alguna ocasión ha sido rechazada y hasta retirado el nombramiento hecho por el presidente, luego de aplicada la técnica de obstruccionismo parlamentario, muy conocida en EE.UU. como filibusterismo.

Ahora bien, el filibusterismo o la dilación en llevar a votación una propuesta está bien reglamentado y llegado un determinado momento es inevitable la votación. Su eficacia política está en permitir un debate extendido de la propuesta o del candidato sometido a ratificación.

Ese periodo en que se impide la votación sirve para que la parte opuesta presente ante sus colegas y ante el país sus razones y argumentos. Al mismo tiempo, abre espacio para que surjan nuevas informaciones y puedan ser incorporadas al debate. Los ciudadanos participan en el escrutinio. No hay filibusterismo sin argumentación del porqué. A ningún legislador se le ocurriría prolongar extraordinariamente una aprobación sin decir a sus votantes y al país cuáles son sus argumentos para hacerlo.

Con esto en mente, será interesante observar las audiencias y el proceso de ratificación de Neil Gorsuch, nominado por el presidente Trump para la Corte Suprema de Justicia; así como fue de aburrido y sinrazón el proceso de demora en la aprobación del llamado ‘proyecto de ley 245', que al final de cuentas deja más dudas que certezas. Seguramente porque hubo más matraqueo que filibusterismo.

ABOGADO Y PRESIDENTE DEL GRUPO EDITORIAL EL SIGLO - LA ESTRELLA DE PANAMÁ, GESE.

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