• 23/03/2017 01:01

Comunicación mediante la escritura

Siempre ha habido numerosas formas de comunicación

Por más que en el ser humano tienda a privar la subjetividad, también ha desarrollado desde sus inicios en la tierra una innegable proclividad social. Una necesidad de transmitir y comunicar de manera eficiente a otros sus vivencias y sus dudas y sus ansiedades, al igual que sus esperanzas.

Siempre ha habido numerosas formas de comunicación. En años recientes, el avance ininterrumpido e imparable de la tecnología no ha hecho más que ampliar inmensamente las posibilidades, cada vez con un grado más amplio de sofisticación. Hoy en día, en instantes, de una manera u otra, podemos estar informados de lo que ocurre en cualquier sitio del planeta mediante una cobertura noticiosa muy profesional y por tanto idónea, e incluso por métodos de investigación personal relativos al uso de Internet y de las redes sociales. En todas estas instancias, son la imagen y el sonido los elementos que tienden a prevalecer, a imponerse, entre otras razones acaso porque el aspecto eminentemente virtual de la tecnología se aviene mejor por esos carriles. Y porque la imagen y la voz son las formas naturales de expresión de la vista y el oído, sentidos claves del acontecer humano.

No obstante, como un guerrero que no desmaya nunca, que viene acumulando costumbre y experiencia, el maravilloso invento humano llamado escritura sigue existiendo desde hace siglos como una herramienta de comunicación, dejándose ser en su plenitud estática al momento de transmitir información, experiencias y reflexiones que, contrario a lo efímero y a veces perecedero, pretende prevalecer entre el ruido y el caos regidos por ciertos códigos básicos. Códigos tradicionales como la gramática, la ortografía, la puntuación, y el manejo ordenado y a la vez creativo de la semántica. Una escritura que, por cierto, en cualquier lengua o lugar, exige para ser validada (comprendida y asimilada) un eficiente proceso paralelo y posterior de idónea lectura. Por supuesto, la escritura, hecha de lenguaje (sin el cual este artículo de opinión no podría comunicarse impreso en un periódico o en una revista), tiene diversos modos de expresión, según los fines que busque lograr.

Dicho lenguaje puede articularse de varias maneras, al menos cuatro: puede ser expositivo, en la medida en que se proponga presentar ideas o analizar situaciones o problemas que valga la pena comprender mejor; o bien descriptivo, como una forma de visualizar detalles que forman parte esencial de la composición o manera de ser o de comportarse de algo (concreto o abstracto) o de alguien; o caracterizarse por su comportamiento narrativo, lo cual acontece cuando en la realidad que se quiere transmitir existe movimiento, es decir, secuencias que se siguen unas a otras en el tiempo y el espacio, y que requieren ser reproducidas mediante un lenguaje que se las ingenie para reproducir dicha movilidad lo más fielmente posible; o podría ser metafórico, cuando quien escribe se vale de imágenes, mediante recursos poéticos, a fin de intentar una visión más profunda de esa realidad que se busca comunicar.

Por lo general, tanto el buen periodismo como la excelente literatura echan mano, con diverso grado de complejidad y eficiencia, de los cuatro recursos, combinándolos de forma creativa. Pero no cabe duda de que textos periodísticos como el artículo de opinión se ciñen más a un lenguaje expositivo, puesto que buscan justamente exponer su verdad, o al menos su modo de ver las cosas, y trata de convencer, como lo haría un profesor en un aula de clases; mientras que los cuentos y las novelas tienden a manejar en todo momento una hibridación de las formas de relatar sus historias, con el propósito de hacerlas más variadas y permeables a la creatividad que quieren compartir con el lector.

Así, la escritura es algo que puede resultar fascinante tanto para quien, ensimismado al máximo, la crea a partir de emociones, pensamientos, recuerdos o ilusiones, puestos al servicio de la imaginación, buscando transmitir mundos subjetivos o sociales, como para quien sólo busca comunicar información o el planteamiento, a menudo crítico, de ideas. Y lo cierto es que parte de esa fascinación es justamente el hecho de que del otro lado, atento, receptivo, pueda estar un lector capaz de emocionarse o de ideologizarse, según sea el caso, mediante el eficiente uso del lenguaje que alguien redacta en un solitario momento de máxima entrega y creatividad.

Quién le iba a decir a Homero, a Cervantes, a Shakespeare y a Sor Juan Inés de la Cruz, entre muchos otros grandes forjadores de la literatura universal, que algunas de sus obras serían leídas siglos más tarde sin perder ese hálito incandescente, ese soplo de genialidad, con los que sus autores se entregaron alguna vez, calladamente, a su lenta escritura.

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