• 11/04/2017 02:01

Para una teoría de la educación integral (I)

La sensibilidad admite grados y por tanto es susceptible de perfectibilidad y de atrofia.

Cuando decimos ‘educación integral' no hacemos sino indicar el único camino posible para la orientación de la conducta y la ilustración de la inteligencia del hombre, considerado como ser racional.

Cuando pensamos en la ‘educación integral', queremos significar que aceptamos que el hombre es un complejo consubstancial de materia y espíritu, una combinación esencial de cuerpo orgánico y de alma inmaterial e imperecedera y que, por lo tanto, todo tratamiento educativo debe mirar hacia la integridad de la persona humana y no a uno de sus componentes.

Si bien examinamos las grandes fallas de muchos de los más renombrados sistemas pedagógicos modernos, hallaremos que la raíz de ellas se encuentra en un concepto filosófico trunco sobre la personalidad humana. Se concibe a este como una variedad en el gran reino de la existencia orgánica, cuyas aparentes diferencias específicas con los demás seres han aparecido merced a influencias de índole mesológica y pueden, por tanto, desaparecer, como han surgido, al impulso de las normas que regulan la transformación de las especies.

Así concebido el hombre por las escuelas transformistas —que no son más que un aspecto de la orientación materialista que ha invadido al mundo entero—, la educación humana no puede tampoco diferenciarse fundamentalmente del procedimiento de selección artificial que se aplica para las plantas en los viveros o para el mejoramiento de la sangre en las granjas de experimentación pecuaria. Así entendido el hombre, su educación no se diferenciará esencialmente del adiestramiento que emplean los domadores de circo para lograr, después de una dolorosa serie de experiencias, obtener el divertido espectáculo de los animales amaestrados.

Mas, ocurre que el hombre, a más de la naturaleza animal, se halla dotado de ese indeficiente y extraordinario y dinámico principio de racionalidad que hace de él una criatura específicamente distinta de los demás animales, organizada para ser dominadora de la naturaleza y destinada a cumplir fines excelsos, cuyo radio supera los precarios linderos del espacio y el tiempo.

El hombre es el ser más extraordinario y rico de la naturaleza. Su misma ansia de eternidad y de absoluto lo convierte en la más clara afirmación de la Divinidad, como lo indujeran san Agustín y Descartes. Ya la filosofía hindú se había elevado al concepto de Dios conducida por la ineluctable tendencia de perfectibilidad que se halla en el corazón humano; y pensadores de la antigüedad lo consideraron como un microcosmos en cuya poliédrica actividad se reflejaban todas las manifestaciones del universo.

Y si ello es así, si el hombre es, por su naturaleza, múltiple y vario, si su campo de acción abarca, desde la elemental agitación de sus células primarias en los recónditos núcleos de su organismo hasta la palpitación de su pensamiento en las regiones de la lucubración metafísica, si, por una parte, es vida vegetativa y sensitiva, organismo animal que debe desarrollarse y nutrirse y, por otra, es espíritu que lleva en sí el ímpetu emancipador y la fuerza fecunda de la actividad creadora; si es tan pronto facultad receptora del conocimiento, como fuerza efectiva capaz de amar y odiar, de gozar y sufrir, o potencia volitiva suficiente para traducir en actos los anhelos del corazón o las concepciones de la mente, es preciso concluir que una educación integral no será sino aquella que contemple, en su debida importancia, la totalidad de las funciones humanas.

Sensibilidad, afectividad, raciocinio, volición, o sean cuerpo y espíritu; sentidos e inteligencia; corazón y carácter.

Preciosos instrumentos conductivos, los sentidos externos son las antenas sutiles de que se vale nuestra mente para ponerse en contacto con el mundo exterior y captar cada una de las modificaciones. Todo cuanto en nuestra inteligencia se halla, ya lo dijeron los estoicos ha pasado por nuestros sentidos. Por el cauce de nuestras sensaciones corre sin interrupción el arroyo primigenio de nuestros conocimientos.

Mas estos finos instrumentos del saber requieren cuidado y atención permanente. La sensibilidad admite grados y por tanto es susceptible de perfectibilidad y de atrofia. La educación de los sentidos externos es, por eso, una de las primeras tareas de una educación adecuada.

PEDAGOGO, ESCRITOR Y DIPLOMÁTICO.

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