• 29/03/2019 01:03

Desigualdad social: las dos caras de Panamá

Existen muchas realidades en nuestro país. Una capital con riqueza y opulencia rodeada de cinturones de pobreza, que no se pueden esconder. 

En Panamá, son evidentes las grandes diferencias políticas, sociales y económicas que, entre grupos, derivan en trato desigual y discriminación. Ello, en buena forma, se debe a que es un país con una gran diversidad étnica, social y cultural, por su historia y su posición geográfica transitista.

A pesar de su crecimiento económico y a megaproyectos en construcción, el nuestro es un país donde las desigualdades entre sus ciudadanos son muy marcadas. Conforme al documento Índice de Pobreza Multidimensional (IPM) de Unicef 2018, en Panamá hay 453 837 niños, niñas y adolescentes pobres y es el sexto país más desigual en el mundo, según el Coeficiente de Gini, al analizar las mejores economías y las más desiguales de todos los países del orbe.

Existen muchas realidades en nuestro país. Una capital con riqueza y opulencia rodeada de cinturones de pobreza, que no se pueden esconder. En el resto del país, la marginación es aún mayor, particularmente en las comarcas indígenas. Hemos avanzado impresionantemente en la economía, pero también ha aumentado la diferencia entre ricos y los menos favorecidos de la bonanza y beneficios del desarrollo.

La desigualdad económica se ha convertido en un problema social para todas las naciones. Es la condición por la cual las personas tienen un acceso disímil a los recursos de todo tipo, a los servicios y a las posiciones que valora la sociedad. Este tipo de desigualdad está fuertemente relacionada al estrato social, al género, a la etnia, a la religión, entre otros.

Según el filósofo francés Juan Jacobo Rousseau, en su obra ‘Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres', la desigualdad social y política no deviene de una voluntad divina y tampoco es consecuencia de la desigualdad natural entre los hombres. Por el contrario, señala que su origen es el resultado de la propiedad privada y de los abusos de aquellos que se apropian para sí de la riqueza del mundo y de los beneficios privados que derivan de esa apropiación. Ya en esa época, buscar respuestas a la desigualdad social era un tema central para las ciencias sociales.

En su trabajo (2009) ‘Desigualdad: Un análisis de la (in)felicidad colectiva', Richard Wilkinson y Kate Pickett revelaron que los países con mayores índices de desigualdades económicas sufren mayores problemas sociales como pobreza, desempleo, enfermedades mentales y drogas; menor esperanza de vida; peores rendimientos académicos y mayores índices de embarazos juveniles no deseados. En las sociedades más desiguales, la progresiva desintegración del núcleo familiar y el estrés conducen a ciclos de violencia.

La mayor desigualdad se ve reflejada en la educación, que a su vez es una manifestación de la discordancia de oportunidades, donde interviene la selección por el estatus social, en lugar de criterios competitivos; los recursos económicos; las ideologías políticas y religiosas, los grupos étnicos y el género.

Ello es consecuencia de las diferencias entre quienes pueden pagar por recibir una exclusiva y prestigiosa educación y los que solo pueden acceder a la gratuita que da el Estado, muchas veces de carácter mediocre. A ello se suman las pugnas permanentes, justificadas o no, entre los gremios magisteriales y el Gobierno, lo que no facilita alcanzar las mejoras que el sistema requiere y brindar a los panameños la posibilidad de acceder a un sistema escolar público que sea sinónimo de excelencia y éxito ciudadano.

La desigualdad se refleja también en los precios de la canasta básica, que afectan gravemente la calidad de vida de las personas con menores ingresos, en detrimento de su alimentación y salud, contrario a las clases sociales adineradas con mayor capacidad adquisitiva.

La desigualdad genera estrés, inconformidad, tensión y, a la larga, animadversión hacia la clase política. Ello se manifiesta con más intensidad en cada período electoral, donde la promesa de cambiar la vida de los panameños carece de credibilidad y concordancia con las necesidades de los ciudadanos, tantas veces insatisfechas con engaños y espejismos demagógicos de candidatos que se burlan del pueblo.

Este año de elecciones, es el momento propicio para unir fuerzas y demostrar lo que queremos sea nuestro país y lo que proponemos para lograrlo y sostenerlo, donde la democracia como sistema de Gobierno garantice disminuir la brecha entre ricos y pobres, en vías de avanzar hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), donde los ciudadanos puedan aspirar a condiciones de vida dignas y no existan distingos políticos, de raza, sexo o religión, para lograr el sueño de mejores días. Panamá lo merece. Panamá lo necesita.

ABOGADO

‘La desigualdad genera estrés, inconformidad, tensión y, a la larga, animadversión hacia la clase política. Ello se manifiesta con más intensidad en cada período electoral [...]'

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