• 13/04/2019 02:00

Arde, Caperucita Roja

‘Los movimientos puritanos enarbolan [...] la bandera conservadora o la bandera del progreso'

Leo esta semana en El País que una escuela en Barcelona ha decidido eliminar aproximadamente 200 títulos por su contenido sexista. Cuentos tan abominables como ‘La Bella Durmiente' o ‘Caperucita Roja' que, imagino, habrase hallado que han traumado a incontables generaciones de niños en el planeta con contenidos altamente tóxicos como lo es la idea de que un niño no debe detenerse en el bosque a hablar con extraños ni mucho menos darle todos los detalles de hacia dónde se dirige, y que en el mundo hay que tener cuidado porque hay depredadores que quieren aprovecharse de los niños, que es, en esencia, la lección moral del cuento de la Caperucita Roja. Sí, a ese esa grado extremo llega su toxicidad.

Los defensores de estas quemas libros —porque las quemas de libros las hay literales y también simbólicas— dicen que ello es necesario para corregir patrones culturales sexistas. Pero los puritanismos siempre reutilizan los mismos argumentos una y otra vez. Los movimientos puritanos enarbolan siempre ya sea la bandera conservadora o la bandera del progreso. Los puritanismos conservadores tienden a aducir la preservación de los valores tradicionales como argumento frente a la supuesta corrupción de lo moderno, para justificar sus prohibiciones. Los puritanismos revolucionarios, por otro lado, tienden a querer borrar todo vestigio de tradición cultural, para poder entonces construir su utopía sobre la tabula rasa que imaginan ellos es la realidad humana. El Nuevo Hombre Soviético, la Revolución Cultural de Mao, o el Año Cero de los Jemeres Rojos de Pol Pot en Cambodia representaron tan solo algunos de los más infames ejemplos del ejercicio de barrer a la fuerza con el pasado para construir la utopía.

En la popular serie animada Los Simpsons, hay un episodio en que Marge inicia y lidera movimiento de madres para pedir que se censure las caricaturas para niños que muestran conductas violentas, motivada por una caricatura ‘Itchy y Scratchy' que es vista por sus hijos Bart, Lisa y la bebé Maggie. En dicha caricatura los personajes Itchy y Scratchy, un ratón y un gato —claramente modelados en la clásica caricatura para niños ‘Tom y Jerry'— se pelean todo el tiempo y se hacen maldades. Marge y su movimiento logran convencer a los productores de la caricatura para que eliminen las escenas violentas de sus episodios, aduciendo que hay que evitar el fomento de la violencia en los niños. Por supuesto, los episodios de la caricatura se volvieron aburridísimos a partir de allí, pues esencialmente le robaron el humor.

Pero Marge queda satisfecha, porque ahora los niños no están viendo caricaturas con escenificaciones violentas. Sin embargo, poco después algunas de las señoras que habían apoyado a Marge en su cruzada contra las caricaturas que mostraban violencia, comienzan a movilizarse para exigir se censure también la exhibición local programada de una gira que, entre otras obras clásicas, exhibirá el David de Miguel Ángel. Marge entiende entonces que por querer garantizar un ambiente demasiado aséptico para los niños –en términos de los contenidos a ellos disponibles en televisión-- ha abierto una caja de pandora de puritanismo oscurantista.

¿A dónde vamos a llegar con estas zonas de comfort y la esterilización excesiva de los contenidos a que consideramos permisible exponer a las personas en sociedad? Los cuentos nos hablan en lenguaje de símbolos, lidian con miedos ancestrales y estos no se amoldan a la razón constructivista de la pretensión de sanitizarlos. Me hago eco del comentario de Miguel Ángel Quintana Paz, profesor español de ética, quien manifestó en su cuenta de Twitter sobre esta nueva hoguera de libros: ‘el niño al que no dejan leer Caperucita por sexista es el mozo al que no dejarán leer Tom Sawyer por racista, el joven al que vetarán Lolita por inmoral y el adulto que solo leerá lo que decida el Consejo de Sabias que saben qué te conviene'.

Quiero pensar que a medida que se sigan radicalizando los puritanos procusteanos que ahora van con la antorcha en una mano mientras en la otra llevan la bandera del progresismo y la igualdad, las Marge Simpson del mundo real se darán cuenta a tiempo de que las quemas de libros, literales o simbólicas, nunca marcan un avance, sino siempre un retroceso. De lo contrario, no habrá obra literaria que no quede en pie ante estos intentos por establecer un nuevo Index Librorum Prohibitorum.

ABOGADO

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