• 26/05/2019 02:00

Rebelándonos contra las redes

Aunque estas compañías dicen defender la libertad de expresión, en esencia, su negocio es puramente comercial: son agencias de publicidad

En tiempos atrás, la forma más fácil de bloquear la difusión de una información era evitar su difusión mecánicamente, ya sea evitar la salida de un periódico, cortar la electricidad de una radioemisora o quitar la licencia a un canal de televisión. Y esto realmente sucedió en Panamá en 1982, cuando un grupo de oficiales, encabezado por el entonces general Rubén Paredes, dijo a los medios opositores: ‘Me los cierra todos ya, al término de la distancia'.

Las variaciones a este libreto de censura eran conocidas ampliamente en todo el mundo, pero hoy el guión está casi obsoleto, ya que es imposible evitar la propagación de información en una cuenta de Twitter, cuando casi cualquiera puede grabar un evento por teléfonos inteligentes y divulgarlo en segundos. Pero, a pesar de eso, mucha de la información que se publica es falsa o tendenciosa. Es cierto, la capacidad de difundir información ya no está limitada por el acceso a una infraestructura de transmisión costosa y centralizada, sino que ahora se genera desde plataformas digitales, como Facebook, YouTube y Twitter.

Aunque estas compañías dicen defender la libertad de expresión, en esencia, su negocio es puramente comercial: son agencias de publicidad. Cualquiera que quiera puede pagar y comprar información. Además, utilizan herramientas de vigilancia masiva sobre nuestros comportamientos, en línea y fuera de línea, para generar predicciones automatizadas cada vez más precisas de los anuncios a los que somos más susceptibles y el contenido que nos mantendrá haciendo clic, tocando y desplazándonos hacia abajo en un espiral que nunca termina.

Es decir, en términos puramente técnicos, Facebook y YouTube no representan ninguna libertad de expresión, sino que ellos representan exactamente lo que son: impulsadores de información. Ellos dan exactamente lo que pedimos y queremos. El problema es que los seres humanos somos una especie social que no está equipada con ninguna defensa contra el mundo de las redes, más allá de nuestra capacidad de adquirir conocimiento y permanecer en grupos que trabajan juntos. Somos muy susceptibles a destellos de novedad, mensajes de afirmación y pertenencia, y mensajes de indignación hacia los enemigos percibidos.

Este tipo de mensajes es para la comunidad de internautas lo que la sal, el azúcar y la grasa son para el apetito humano. Y las redes se han convertido en una instancia de retroalimentación y validación social, con el gravamen de que no existen límites ni etiquetas nutricionales en este menú informativo. Para Facebook, YouTube y Twitter, todos los mensajes, ya sea una noticia de última hora, un video sobre personas obesas que consumen bebidas azucaradas, un meme en contra de un ministro o un anuncio inteligente de palos de golf, son contenido de una porción del pastel.

De igual manera, estos mensajes en línea no se pueden considerar públicos en el sentido tradicional de las comunicaciones. Por supuesto, Facebook y Twitter son lugares donde masas de personas experimentan cosas juntas simultáneamente. Pero en realidad, las publicaciones se dirigen y se entregan de forma privada, pantalla por pantalla. La información pública se ha fragmentado y sumergido en miles de millones de capilares individuales, haciéndose mucho más fácil y accesible para todos, pero al mismo tiempo son interacciones y conversaciones privadas que ocurren detrás de uno y a espaldas de todos.

Pero no por eso tenemos que resignarnos al statu quo. Tanto Facebook como Twitter y Google tienen menos de veinte años. En este momento de la evolución de la industria automotriz, todavía no existían cinturones de seguridad, bolsas de aire ni controles de emisiones. Las reglas y las estructuras de incentivos que subyacen en la forma en que la información se difunde en las redes deben cambiar. Pero para ser justos con las empresas que impulsan la información en las redes, si bien hay muchas cosas que podrían hacer mejor, la realidad es que las soluciones a los problemas del mensaje digital son decisiones principalmente políticas.

En el siglo XX, se aprobaron leyes que prohibían el plomo en la pintura y la gasolina, que definían cuánto ruido puede hacerse en el vecindario, y que determinaron cuánto puede una compañía telefónica vigilar a sus clientes. Igualmente, en este siglo XXI, se han creado leyes que prohíben fumar en espacios públicos y vender sodas en kioscos escolares. Perfectamente, podemos también decidir cómo queremos manejar la difusión de información en redes, la vigilancia digital, el canal de atención, el acoso, la recopilación de datos y la toma de decisiones algorítmicas. Solo tenemos que empezar la discusión y acabar este hostigamiento ya.

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