• 24/02/2020 04:00

Carnavales sin máscaras y sin vergüenza

Espero que estos días de fiestas y descanso sean positivos para todos ustedes. Les comparto parte de un relato que publiqué hace algunos años.

Espero que estos días de fiestas y descanso sean positivos para todos ustedes. Les comparto parte de un relato que publiqué hace algunos años. Por primera vez en mi vida, en el año 2007 viajé al interior del país para compartir con familiares algunos días del asueto carnavalesco. Estuve en el poblado de Las Tablas: llegué el sábado en horas de la tarde y partí de regreso a la capital el lunes en la mañana. Casi, casi en huida. Estuve unas 40 horas cuando la mayoría de las personas que asisten, año tras año a estas celebraciones, a Las Tablas o a cualquier otro poblado en el interior, pasan más o menos cinco días (alrededor de 120 horas).

Estuve en el parque en el centro del poblado de Las Tablas una sola vez durante ese viaje, y no estuve más de hora y media. Fue casi a las once de la noche del mismo día que llegué. Me sentí inseguro y claustrofóbico en medio de un mar de personas que 'disfrutaban' del desfile y del espectáculo de los fuegos artificiales.

A pesar de mi inquietud por la seguridad propia y la de mis seres queridos, que al igual que yo, vivían esta experiencia por primera vez, debo señalar que el entusiasmo, la entrega y el arte con que se organiza el espectáculo del desfile, las reinas y sus indumentarias exóticas, las murgas y los cantos, llaman la atención y merecen el aplauso de todos. Es un espectáculo que los organizadores realmente toman en serio. Otra cosa que en el poco tiempo que estuve percibí que era en serio, muy en serio, es la disputa entre las dos calles: la de arriba y la de abajo.

Los que provenimos de otras latitudes quisiéramos entender que se trata de un asunto meramente cultural que tiene el objetivo de crear la expectativa y estimular las partes para que se esmeren en ofrecer un mejor espectáculo cada año. No es así. De los tantos relatos que amigos y recién conocidos nos contaban sobre la historia y el desarrollo de estos carnavales a través de las décadas; de los comentarios, las anécdotas, los secretos conocidos, los bochinches y las mentiras, la más seria, con la que menos jugaban y con la que más dejaban claro que era asunto que no preveían que se resolvería, por lo menos en este siglo, era una reconciliación entre las dos calles.

Mucho se habían lastimado. Mucho habían expuesto ante la luz de la vida, sobre las intimidades de miembros de ambas comunidades. Sobre las reinas y sus familias. Sobre las esposas de uno y el marido de otra. La hija de aquellos y el sobrino de los de la otra calle. Sobre las preferencias íntimas del esposo de Fulana o de la mujer de Zutano.

Irónicamente, también noté en mi breve estadía –casi al margen de las fiestas– que personas como yo, visitantes temporales que no tienen vela en ese entierro, a través de los años han ido tomando partido en un asunto que ya casi nadie se acuerda cómo comenzó. Se aprenden de memoria las tonadas para insultar a la parte contraria y están dispuestos a fajarse con cualquiera por defender la calle en donde no viven ni ellos ni nadie que conocen. Muchos más entregados a la disputa que los mismos lugareños.

Pero también comprobé un punto importante: en la capital, en Las Tablas o en cualquier pueblo del interior, las grandes empresas, los de entretenimiento, bebidas y los hoteles, se beneficiaban del comercio que provocaba la actividad de celebración. Las enormes ganancias que produce la disputa casi centenaria entre Calle Arriba y Calle Abajo, dejarán fondos para el próximo año e irán a algunas cuentas corporativas muy particulares.

Pero, para aprovechar se lanzó al ruedo otro jugador, con un “supuesto sentido moral”: hay que ser bien irresponsable para vociferar a voz en cuello que se suspendan los carnavales, so pretexto del coronavirus, para ganar aplausos y más dinero con el diezmo o cuando pasa la canasta de las ofrendas. De los empresarios ya sabemos, es su negocio y de allí se benefician muchas familias con trabajo. Pero, aprovechándose de la fe de sus seguidores y su ingenuidad, el objetivo de estos “apóstoles” es hacerse ricos sin máscaras y sin vergüenza.

Comunicador social.
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