• 16/06/2020 00:00

La mascarilla y la corrupción

No cabe duda de que este problema de salud pública con contenido universal como lo es el COVID-19, ha impactado en todo el quehacer de las sociedades y ha inaugurado una nueva y distinta forma, no solo en lo que al propio individuo respecta, sino también en las relaciones interpersonales, en todo el quehacer educativo, en lo económico, en la salud y hasta en lo espiritual.

No cabe duda de que este problema de salud pública con contenido universal como lo es el COVID-19, ha impactado en todo el quehacer de las sociedades y ha inaugurado una nueva y distinta forma, no solo en lo que al propio individuo respecta, sino también en las relaciones interpersonales, en todo el quehacer educativo, en lo económico, en la salud y hasta en lo espiritual.

El camino a la “nueva normalidad”, que prefiero llamarla anormalidad, porque lo conocido como normal ya no lo es. Había que definir y explicar muy bien aquello de nueva normalidad.

Ahora bien, el camino a la “nueva normalidad”, conlleva una serie de facetas y ajustes como lo son: distanciamiento social y el uso de la mascarilla. Sobre el primero, igual tengo mis aprensiones, pues sería conveniente hablar de distanciamiento físico, pues, el distanciamiento social que ya existe se expresa con claridad entre los sectores privilegiados y poderosos económicamente y los sectores desvalidos y pobres del país.

La mascarilla, si bien contribuye a prevenir el contagio, no es lo suficiente para tapar parte del rostro de los que tienen la responsabilidad de dirigir esta nación. La mascarilla debe cubrir, pero no encubrir, y es el caso que la población necesita que una serie de acciones sean debidamente explicadas y aclaradas. Todavía no queda claro -por ejemplo- que, si había las debidas autorizaciones, con todas las formalidades requeridas, para la compra de los famosos ventiladores en la cantidad de 100, haya tenido que renunciar el viceministro de la Presidencia, como tampoco queda claro lo del hospital modular que hoy se ha convertido en el centro de atención de una ciudadanía que exige serias explicaciones de los dirigentes.

Las poses de los que tienen la responsabilidad de llevar las riendas del país no pueden ni deben situarse en el terreno de la intimidación, puesto que nadie en su sano juicio puede oponerse a que haya hospitales, en lo que si hay oposición es en la falta de claridad de las cuentas que deben rendirse y que parecieran tener alguna dificultad para ello.

He venido sosteniendo que el funcionario debe estar más allá de toda duda. Y, ante la aparición de algún atisbo de corrupción, lo conveniente es ponerlo en cuarentena hasta que las incertidumbres queden despejadas.

La mascarilla necesariamente ayuda en este enredo del COVID-19, lo que no queda del todo especificado es que si también va a ser una prenda de vestir a utilizar por quienes piensan y sienten que el país es de ellos y que es una cornucopia para el aprovechamiento de los recursos del Estado. Esa mascarilla debe ser arrancada de esos rostros, para exponerlos al escarnio público de modo que -si es el caso- respondan ante las instancias de la justicia.

La acción gubernamental debe ser prístina, para que los que la enturbian no pueden recibir ningún respaldo y menos estar al frente de ninguna acción de Gobierno, porque eso ni ayuda ni resuelve. Es más, en lo que sí abona es en la pérdida acelerada de la estima social de un Gobierno que debe actuar con toda la seriedad.

Docente universitario.
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