• 17/06/2020 00:00

¿Epidemiología?... una opinión

“[…] han propuesto un nuevo modelo de atención en salud y la reactivación de los Comités de Salud; pero […] mientras prevalezcan las restricciones[…], tales iniciativas solo servirían (para) autogratificación mental”

Recientemente, el decano de la Facultad de Medicina, Dr. Enrique Mendoza, en entrevista sobre la crisis sanitaria; hizo varias observaciones, que comparto, aunque me referiré solo a dos. El término sindemia es un neologismo, constituido por el prefijo “sin”, que significa juntos y “demos”, pueblo; sea que alude a situaciones o hechos que concurren juntos sobre un pueblo. En un contexto integral, la salud es la base fundamental de la sociedad; sin ella solo se puede ser receptor pasivo de las acciones dirigidas a restaurarla. Mientras mejor sea la salud de la población y mejores las condiciones sanitarias del medio, mayor eficiencia del proceso productivo, para generar los bienes y servicios requeridos por la sociedad; de aquí que la salud pública sea esencial para el desarrollo. La reducción sostenida del presupuesto, para el sector social, sobre todo en salud y educación, durante las pasadas tres décadas, con la política neoliberal, impulsada por el capital financiero internacional y ejecutada, fielmente, por todas las administraciones, generaron condiciones harto favorables para que cualquier epidemia causara estragos, como los que hoy padecemos.

El Banco Mundial, que asumió el liderazgo en la formulación de políticas de salud, concluyó que: “los países en que los servicios de salud estatales han crecido desmesuradamente se concentran en exceso en la asistencia discrecional de los servicios esenciales para los grupos pobres, ese sistema tiene que reducirse; circunloquio para “recomendar”, lo que los Gobiernos hicieron: reducir el presupuesto de salud. También desaconsejaron intervenciones necesarias para salvar la vida de los pobres del tercer mundo, que requieren hospitalización, con este argumento: “lo que las personas hacen con su vida y la de sus hijos afecta a su salud mucho más que cualquier cosa que hagan los Gobiernos”, o sea, atender a los pobres es un gasto injustificado, preferible que resuelvan por su cuenta. Y esta otra perla: “los Gobiernos no deberían reducir los gastos en medicinas a través de la fabricación de genéricos, ya que crearían una competencia desleal contra las compañías farmacéuticas”. O sea, lo importante es proteger la industria farmacéutica, que a nadie se le ocurra disminuir las ganancias de las empresas farmacéuticas; si la población no puede pagar las medicinas que necesita, ese es su problema; que sobrevivan quienes puedan pagarlas. Así que, excepto demostración en contrario, el cierre del laboratorio de fabricación de medicamentos de la CSS pudo ser deliberado; la contaminación de fármacos, con el veneno dietilenglicol, comprado como glicerina, pudo no ser un hecho fortuito. Desafortunadamente, la junta directiva ni siquiera se interesó en una investigación administrativa, a pesar de que varios funcionarios de la institución viajaron a China a tramitar la compra del insumo y no obstante que varios funcionarios advirtieron que el procedimiento seguido para la compra implicaba riesgos e incluso recomendaron suspenderlo. Y para colmo de males, la administración de justicia se valió de argucias legales, impidiendo así que los involucrados rindieran cuentas, por su participación u omisión en lo que fue la peor tragedia de salud pública.

En cuanto a Epidemiología, la primera reflexión que cabe es que, con un sistema sanitario descuidado, centrado en la medicina curativa, sin una política de Estado coherente, comprometida con la promoción de la salud y la prevención de enfermedades, y además con un escenario económica y socialmente comprometido, con profundas desigualdades, el impacto ha sido grande, principalmente en los grupos más vulnerables; fenómeno coincidente con lo ocurrido en la ciudad de Nueva York, donde afectó con mayor rigor a la población de origen afroantillano y latino o en México, donde, en siete de cada diez decesos, se identificó la concurrencia de obesidad, diabetes e hipertensión; y el riesgo, que en jóvenes con sobrepeso, fue similar al de los adultos mayores.

Aquí, el principal escollo es de orden administrativo; los especialistas en epidemiología, que son los calificados para prever una crisis sanitaria, para manejarla técnica y responsablemente o mejor aún, para evitar la magnitud del daño, mediante una política de Estado, congruente con el escenario real de la salud pública, simplemente no cuentan, porque gracias a la nefasta y tradicional politiquería, quedan subordinados a los ministros designados, que por lo general, desconocen la disciplina y se dedican a improvisar o bien, a favorecer intereses ajenos a la salud pública, a través de negociados, con medicamentos, ventiladores, insumos, vacunas, etc.

Si a todo ello agregamos que la única política de Estado es la económica, definida en el Artículo 271 de la Constitución, que, además, le confiere prioridad al servicio de la deuda, no debería sorprender la incompetencia, la corrupción ni el colapso del sistema sanitario. La información divulgada apunta a la inexistencia de supervisión e incluso de inteligencia epidemiológica, que sería peor, puesto que esta se fundamenta en análisis e interpretación de datos objetivos; a propósito, en Costa Rica el ministro de Salud es epidemiólogo y las cifras del vecino país nos obligan a reflexionar; la salud pública exige criterios de racionalidad y eficiencia. Algunos, ahora, con buena intención, han propuesto un nuevo modelo de atención en salud y la reactivación de los Comités de Salud; pero estimo que mientras prevalezcan las restricciones existentes, tales iniciativas solo servirían a guisa de autogratificación mental.

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