• 25/06/2020 00:00

Ejemplaridad

“En la medida en que el comportamiento ejemplar sea parte de nuestra sociedad, seguramente tendremos más estatuas que erigir y lo que es más importante, un mejor país”

La historia no se puede borrar, está para estudiarla, entenderla, analizarla y, a fin de cuentas, aprender de ella, porque es la gran maestra de la humanidad. Tumbar estatuas no es nada nuevo. En la Roma antigua, Calígula ordenó derribar todas las imágenes de Augusto y, luego de su muerte, el Senado acordó demoler todas las de Calígula y convertirlas en monedas.

Cuando una sociedad distingue a una persona o acontecimiento con un monumento o estatua lo hace como reconocimiento a su especial trascendencia y presentándolo como ejemplo para la posteridad. Amén de que muchas son verdaderas obras de arte.

La mejor forma de observar un monumento o estatua debe tomar en cuenta al menos dos circunstancias, la coyuntura histórica que rodeó al personaje o acontecimiento y, por otra parte, el momento histórico en que se erigió.

Cuando uno lee el discurso del presidente Belisario Porras en la inauguración de la emblemática estatua a Vasco Núñez de Balboa, aquel 29 de septiembre de 1924, se encuentra con un mandatario conocedor del personaje histórico y pondera en él virtudes que considera deben destacarse. Por ejemplo, si, producto de nuevos estudios y apreciaciones, las presentes generaciones arribaran a la conclusión de que el balance de la vida del personaje tiene más deméritos que valores, lo que correspondería sería consignar en los textos de historia esos hallazgos y, también, en el propio monumento, pero no echarlo abajo.

Con sentido académico lo expresa el profesor Fernando Sánchez Marcos: “el historiador procura, o debe procurar, que la perspectiva desde la que lee el ayer no traicione ni opaque la lógica propia del pasado y el sentido que los protagonistas quisieron dar a los acontecimientos”.

Ahora bien, aprovechemos las estatuas para destacar que la ejemplaridad debe ser el atributo principal para “llevar al bronce” a un personaje.

En el servicio público, particularmente, esa cualidad que sirve de ejemplo es esencial. Los ciudadanos esperan de los servidores públicos que los representan que cumplan con la Constitución y las leyes, pero también que sus actuaciones públicas sean referentes de comportamiento público.

Si bien es cierto que el servidor público tiene claramente delimitado su espacio de acción, en el cual solo puede hacer lo que la ley le manda, no puede hacer más (extralimitación) ni hacer menos (omisión), en adición se deben encontrar en él o ella virtudes tales que muestren ejemplaridad. En el devenir diario hay infinidad de actividades que tienen implicaciones públicas y allí se espera también una conducta honorable.

Dicho de otra manera, el servicio público lleva consigo sentido del deber, inspiración a obrar siempre bien, velando por su propio honor, actuar con rigurosa diligencia e inagotable vocación de servicio.

Por supuesto que esa ejemplaridad acarrea sacrificios, esos son parte inseparable del servicio público.

Por ello, cuando un servidor público comete un error o una falta se espera de él o de ella una conducta que tenga la fuerza persuasiva del ejemplo virtuoso. Como no podemos presumir que el funcionario actúa de mala fe, se está ante una falta de criterio, que debe tener consecuencias, legales, si corresponde, pero tan importantes como aquellas de rendición de cuentas o separación del cargo, si amerita, por respeto a la ciudadanía a la que sirve y que le ha conferido, directa o indirectamente, su mandato.

Cuando no hay ejemplaridad, el ciudadano pierde confianza y credibilidad en las autoridades. Esas ausencias tienen un impacto negativo sobre la institucionalidad y, por ende, en el sistema democrático.

La ejemplaridad, que es de primordial importancia en el servicio público, también es exigible en la esfera política y fundamental en el comportamiento de los particulares, desde el sector privado, los gremios, las asociaciones o el simple desempeño ciudadano.

En la medida en que el comportamiento ejemplar sea parte de nuestra sociedad, seguramente tendremos más estatuas que erigir y lo que es más importante, un mejor país.

Abogado y presidente del Grupo Editorial El Siglo - La Estrella de Panamá, GESE.
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