• 31/08/2020 00:00

Diálogos y cuasidiálogos: ¿cuál prefieren las fuerzas populares?

El diálogo tiene distintas acepciones, según el contexto y propósito de este. En su acepción más general, nos dicen Pérez Porto y Merino (2012), lo encontramos como una forma de discurso oral o escrito, en donde se comunican entre sí dos o más personas.

El diálogo tiene distintas acepciones, según el contexto y propósito de este. En su acepción más general, nos dicen Pérez Porto y Merino (2012), lo encontramos como una forma de discurso oral o escrito, en donde se comunican entre sí dos o más personas. Se trata de un recurso válido y adecuado para intercambiar ideas por cualquier medio, ya sea directo o indirecto. La condición sustancial aquí es que se aceptan las posturas del interlocutor y los participantes están dispuestos a modificar sus propios puntos de vista (Op. cit.).

En otras palabras, en todas las definiciones encontradas -comenzando por la de la Real Academia de la Lengua Española-, incluyendo en el género literario, los cuales desarrollan diálogos con un interlocutor ficticio, como en los Diálogos socráticos de Platón, siempre aparece el reconocimiento de que los que entablan el diálogo son interlocutores válidos, cuentan con legitimidad para, al menos, intercambiar ideas y potencialmente, modificar las propias.

En el plano macrosocial, particularmente político, el diálogo ha sido históricamente un recurso para alcanzar acuerdos que por la vía del conflicto violento -para la Sociología también existen conflictos no violentos- son muy costosos en vidas, activos económicos y hasta capacidad de control social.

No obstante, existen cuasidiálogos que son meras simulaciones de diálogo. Esto es, falsos diálogos, en tanto que no cumplen con lo que en política resulta el propósito principal por el cual acudir a esta fórmula: lograr acuerdos entre las partes, beneficiosos para los entes interlocutores, de acuerdo con los intereses de cada uno de ellos.

¿Cuándo ocurren estos cuasidiálogos? Cada vez que uno de los interlocutores simula dialogar, pero su real disposición es que su verdad sea la única válida y desacredita las opiniones de los oponentes, en un intento por fortalecer su dominio. La otra variante del cuasidiálogo es cuando el sujeto con mayor poder utiliza el recurso formal del diálogo para diluir el ímpetu de su interlocutor, quien, potencialmente, podría drenar su posición dominante, a lo que no está dispuesto que ocurra. Es decir, impide el desarrollo, el fortalecimiento del sujeto subordinado o con poco poder, para que no alcance el nivel crítico de influencia social -material o inmaterial- que le podría hacer perder el control de la población al sujeto dominante.

Aquí cabe una pregunta de orden histórico, en aras de evaluar si los llamados “diálogos nacionales”, “mesas de concertaciones” o como se les haya denominado, instaurados como moda desde el mismo momento de la ocupación militar de EUA en 1990, han sido diálogos y no cuasidiálogos: ¿cuáles son los frutos tangibles, en el sentido de transformaciones culturales, políticas y económicas, que el pueblo panameño ha alcanzado en cada uno de ellos?

En cada uno de ellos, el fruto alcanzado -fuera del aprendizaje del proceso en sí- fue la desmovilización de las fuerzas sociales del pueblo, sin duda bien intencionadas, pero ingenuas, al no hacer la lectura correcta de que el sujeto dominante, a través del Estado, no tenía la menor disposición -ni tampoco la capacidad- de ceder poder real al pueblo, con lo cual es prácticamente imposible impulsar transformaciones sustanciales. En este sentido, nunca hubo diálogo, pero sí abundantes cuasidiálogos.

En plena pandemia, se constituyeron unas mesas para un diálogo de la cuestión laboral, la resultante fue que el poder real sobre el Estado -banqueros y gran empresariado comercial y rentista de la zona de tránsito- impuso su criterio.

Para los que somos de la tercera o cuarta edad, ya no cabe insistir en establecer diálogos nacionales -otra cosa son los de ámbitos locales, puntuales para problemas sectoriales y coyunturales-, porque estos deben ser para transformar la realidad nacional y esto, únicamente es factible si se modifica el modelo de desarrollo imperante. Aquí, cabe recordarse la sentencia del maestro Guillermo Castro en la inauguración del Foro Social Panamá, cuando dijo: “Este Estado, aunque quisiera, no puede” tomar medidas para transformar nuestra realidad de dependencia, exclusión y desigualdad.

Por lo tanto, un diálogo nacional puede servir solo como ejercicio académico y de demostración de lo que la historia ya nos enseñó: No solo que el sujeto dominante no está en capacidad ni voluntad de transformar, sino que el pueblo, sin una fuerza real organizada, con criterios consensuados a lo interno de este -lo cual apenas comienza a retomar ese camino perdido-, simplemente sería presa de ser celebrante de un cuasidiálogo más.

Sociólogo, docente de la UP.
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