• 14/02/2021 00:00

El traslado de la Ciudad de Panamá la Vieja

“[…] San Felipe se convirtió en un centro del poder controlado por blancos de descendencia española […], quienes compartieron […] con los blancos estadounidenses […]”

En un artículo titulado Fundación de Panamá la Nueva, publicado en La Estrella de Panamá (1906), Enrique J. Arce y Juan B. Sosa, con base a información obtenida en documentos procedentes del Archivo General de Indias, escriben que “El 21 de enero de 1673 Antonio Fernández de Córdoba daba cumplimiento á un decreto real sobre el traslado de la ciudad a Ancón con la asistencia y el asentamiento de lo más notable que existía en Panamá la Vieja en un lugar harto conocido por sus facilidades portuarias”. Los autores referidos explican que, según una carta enviada a la reina, el 25 de julio de 1675, por Alonso de Mercado y Villacorta, gobernador de la provincia de Tierra Firme y presidente de la Real Audiencia de Panamá, a raíz de la muerte de Fernández de Córdoba, a este le tocó, entre otras cosas, la formación del Arrabal. Para darle cuenta de este procedimiento a la reina, Villacorta le escribe: “Señora… don Antonio Fernández de Córdoba mi antecesor á quien se encargó de la mudanza de esta ciudad con atención á su más segura defensa hizo de todo el sitio una ciudadela… estrechó demasiado la planta no dejando en ella otros tantos solares … y así cuando acudieron los originarios beneméritos que al principio rehusaron mudarse no hubo sitios en que ponerlos … así mismo la gente pobre de mulatos, sambos y negros libres que no cupieron tampoco dentro, hizo necesaria la formación del arrabal con bujios y ranchos de paja que pudiesen fácilmente quemarse llegando la ocasión de invasión de enemigos. Esta disposición y el ser el sitio del arrabal algo más eminente y de igual conveniencia de ser poblado inclinó los deseos de otros muchos españoles y mozos libres de todas suertes a que dejando las habitaciones y puertos en que vivían retirados, se agregaron al arrabal como también se sitiaron en él otras personas forasteras de diferentes partes por la conveniencia de solares que recibían y por las comodidades de mejores aires, aguas y salud que en este nuevo sitio del Ancón han reconocido y experimentan resultando de este concurso hallarse el arrabal tan crecido y con un tercio de más de personas y gente que la población de la ciudad”. Además, Arce y Sosa anotaron que “el día de la ceremonia estaban trazadas las calles, y el espacio donde iba a establecerse la ciudad, lleno de materiales y madera para comenzar los trabajos. Juan Hidalgo Balcera, mayordomo de la fábrica del Convento de Monjas, tenía sitio escogido y toda la varazón en el puerto para dar comienzo á la citada obra siendo de suponerse que habría interés de parte de los vecinos en hacerse de los mejores solares, acudiendo oportunamente a solicitarlos”.

De los contenidos de los documentos citados sobre la distribución espacial de la población en la nueva Ciudad de Panamá, podemos inferir lo esencial que representó para las autoridades del imperio trasatlántico, la organización del entorno en el proceso de consolidación de un imaginario que les facilitara legitimar las relaciones de dominación colonial en diferentes escenarios de la vida social, política y comercial, entre otros. En el proceso de legitimación de las relaciones de dominación en la nueva ciudad algunos espacios geográficos fueron exaltados y otros racializados, una tendencia que continúo en años posteriores. Por ejemplo, en los periódicos de inicios del siglo XX, generalmente, San Felipe fue caracterizado por ser un sitio de excelencia donde residían las personas de buena familia, se ubicaban los edificios de importancia gubernamental y religiosos, el lugar que hablaba de la antigüedad de la nación. Es decir, San Felipe fue mirado en la prensa como un símbolo de poder y autoridad, de normas, reglamentaciones y leyes, un entorno civilizado. De “aquí hacia abajo, los bancos, los ministerios, la Casa Presidencial, el obispado, las cámaras, la vida nacional, ataviada con todos los severos ornamentos de autoridad y de mando” (La Estrella de Panamá, 4 de enero de 1914). Lo cierto es que San Felipe se convirtió en un centro del poder controlado por blancos de descendencia española, poseedores de un capital político, económico y cultural, quienes compartieron los espacios de su cotidianeidad (clubes, hoteles, teatro, parques) con los blancos estadounidenses de ciertos rangos y formaciones académicas residentes, en su mayoría, en la antigua Zona del Canal de Panamá.

Profesora de la Universidad de Panamá.
Lo Nuevo