• 16/02/2021 00:00

El costo del olvido

“No pidamos nada que no hayamos sembrado. El nuestro, siendo un pueblo joven, está actuando en directa correspondencia con lo que se le enseñó”

Es hipócrita y descarado pedir que ante la pandemia nuestro pueblo sea disciplinado, inteligente, cívico, honesto, responsable, solidario, respetuoso, participativo, ordenado o consciente. Esos son hábitos, valores y principios que se inculcan con una buena educación. Una educación que han hecho mierda, durante 42 años, los distintos regímenes que nos han sucedido. (Perdón, no encontré otra expresión que mejor plasmara el concepto y mi sentir).

Si un ciclo educativo completo tiene en promedio 16 años, esos 42 años son casi tres generaciones a quienes en forma institucional y endémica se les ha inoculado el “no me importa”, el “¿qué hay pa’ mí?”, la indiferencia, el juegavivo, la inconciencia, la chabacanería, la ignorancia, la indisciplina, la irresponsabilidad y el irrespeto. Este es un fenómeno que, guardadas proporciones, alcanza al mundo entero. Simple: las corporaciones y grandes conglomerados privados gobiernan el mundo y se requiere anular la memoria y conciencia de los individuos, para ejercer la dominación y tener impunidad ante la corrupción. Solo así se puede entender cómo han venido siendo eliminadas de los cuadros temáticos académicos horas y/o materias como Lógica, Filosofía, Historia, Español.

Sociológicamente, la memoria viene a ser el archivo de datos históricos de todo aquello que le es propio a un conglomerado social, cualquiera sea su contenido: ya sea bueno o malo, alegre o doloroso, pero que conlleva en sí una profunda significación para la colectividad. Las sociedades, por un instinto natural de conservación, procuran la preserva de esa memoria, como la fiel salvaguarda de valores y creencias que atesoren y mantengan vigentes ciertas conductas o, por el contrario, prevengan de la comisión o repetición de otras.

De generación en generación, la educación ha sido el vehículo por excelencia para la protección y enriquecimiento de ese patrimonio. Como todo patrimonio, la memoria es algo valioso que se hereda o se construye. Construirlo es una actividad que conlleva en sí, el arroparlo con el sentido de pertenencia y de orgullo. Estos elementos básicos, junto a lo académico y moral, son los instrumentos que permiten a los pueblos levantarse ante las injusticias, repeler aquello que les es ajeno y defender con uñas y dientes sus más caros intereses.

A contrapelo, olvidar es la pérdida o cese de un recuerdo o un hecho que, por consiguiente, deja de estar en la memoria. Al olvido se le adscribe de ordinario el carácter involuntario, pero en el mundo sociocolectivo, el olvido jamás lo es. Se trata pues, de una actividad sistemática y dolosa. Comienza con hacerse, en primer lugar, del control de los aparatos del Estado y una vez allí, se desmantela toda la estructura que le dio sentido a la consciencia de un país, esa que impediría la consumación de veladas maquinaciones. Es un proceso lento, de suerte que pueda ser imperceptible, involuciona valores y creencias de manera tal, que obnubile primero y anule después la conciencia.

En el caso panameño, todo esto tuvo su génesis en el año 1979, cuando los partidos oligárquicos tradicionales penetraron las dirigencias magisteriales, convenciéndolas de oponerse a la reforma educativa planteada por el Gobierno. Una reforma que, si bien era impulsada por el régimen militar, la misma respondía a las necesidades apremiantes de modernización de la época. Se le acusó falsamente de “comunista”, aunque una comisión de insignes educadores, entre ellos, monseñor Carlos María Ariz, rector en ese entonces de la USMA, Rafael Moscote, catedrático universitario y exrector del Instituto Nacional y Hepsfel Kleitfitz, a la sazón, director del Instituto Alberto Einstein, señalaron categóricamente no haber encontrado nada de comunismo ni socialismo en dicha propuesta.

Lo hemos pagado caro. Hoy, el haberles permitido robarnos la educación, nos tiene sumidos en la amoralidad social y colectiva. Esa que permite que digamos del político ladrón: “robó, pero hizo”. Nos han dejado con uno de los peores sistemas educativos: alienado, antinacional y en despropósito, el cual solo está produciendo generaciones enteras de seres vacíos e idiotas (al decir de Albert Einstein). Con ello se permitieron colocarnos como el sexto país más desigual del mundo.

Hablaba del Español y por ende de la Gramática y el lenguaje al inicio de este ensayo. Si me soportan unos segundos más, los dejo con algunas inferencias de Christophe Clavé, que da un ejemplo de lo dicho.

“El coeficiente intelectual medio de la población del mundo, en los últimos veinte años, está disminuyendo. Una de las causas de este fenómeno se le atribuye al empobrecimiento del lenguaje. No solo se trata de la reducción del vocabulario utilizado, sino también de las sutilezas lingüísticas que permiten elaborar y formular un pensamiento complejo. (…). La desaparición de mayúsculas y la puntuación son ejemplos de “golpes mortales” a la precisión y variedad de la expresión.

Menos palabras y menos verbos conjugados implican menos capacidad para expresar las emociones y menos posibilidades de elaborar un pensamiento. Sin palabras para construir un razonamiento, el pensamiento complejo se hace imposible. Cuanto más pobre es el lenguaje, más desaparece el pensamiento. Si no existen pensamientos, no hay conciencia crítica ni contestataria. (…). Quienes afirman la necesidad de simplificar la ortografía, descontar el idioma de sus “fallas” abolir los géneros, los tiempos, los matices, todo lo que crea complejidad, son los verdaderos artífices del empobrecimiento de la mente humana. No hay libertad sin necesidad. No hay belleza sin el pensamiento de la belleza”.

No pidamos nada que no hayamos sembrado. El nuestro, siendo un pueblo joven, está actuando en directa correspondencia con lo que se le enseñó. Por eso, aquellos llamados a levantarse y actuar están adormecidos, endrogados. Nosotros los de más de 45 años, debemos aceptar el ser extinguidos “con febril desasosiego, puesto que el Hado ciego puso en nosotros cobardía”.

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