• 16/06/2021 00:00

Los menticríticos o la anticiencia y antiética

“Termino recordando lo que Paulo Freire afirma en su obra Política y educación (1993): El derecho a criticar impone algunos deberes de quien critica, decía. “El primero de ellos es no mentir. […]”

Las críticas con contenidos ideológicos, políticos, religiosos o de otra índole, resultan muy frecuentes entre gente común no versada sobre los tópicos abordados, pero también entre público con altos grados de escolaridad, presuntamente cercano al razonamiento científico y presumiblemente versado en los temas tratados. Por otro lado, no es inusual, en unos y otros, emplear el recurso de la mentira para hacer prevalecer sus puntos de vista. Pudiera decirse que, entre gente que es versada en los conceptos y formas de razonar científicamente, esta no debiera ser la tónica, pero se sorprenderán muchos si asumen que los científicos y letrados no incurren en la mentira para “ganar” un debate. Estaríamos frente a un estereotipo si creyéramos que ellos son prácticamente infalibles.

En debates acalorados sobre cuestiones de sexualidad -matrimonios homosexuales, educación en sexualidad, abortos inducidos u otros-, he presenciado más de un centenar de veces el uso de este recurso antiético, de ambos “bandos”. Hay quienes han llegado al extremo de sugerir que se excluya a docentes homosexuales en las instituciones escolares de nivel básico. ¿La razón? Que pueden incurrir en actos pedófilos o de abuso con los alumnos. Cuando esto lo escuché la primera vez, hace unos 14 años atrás, siendo jefe de una oficina en el Meduca, me dediqué a confirmar el fundamento científico de esta aseveración. El resultado fue que no había -en los últimos seis años a ese momento- hechos de abuso sexual infantil de parte de homosexual alguno; todos habían provenido de docentes heterosexuales. Aun así, la mentira que lleva a la crítica homofóbica de tal multitud de padres y madres, pastores, periodistas… sigue empleándose aún.

Recientemente, he leído y escuchado “críticas” a propósito del torneo electoral de nuestra Universidad de Panamá, que las mismas están revestidas del recurso antiético y anticientífico de la mentira, lo que convierte a algunos de estos opinadores en “menticríticos”.

Por ejemplo, en un escrito periodístico se cuestiona que la Universidad de Panamá aporte a la oferta de profesionales, contribuyentes del desarrollo del país. La base del cuestionamiento de uno de estos críticos es que se obvia “que muchos de esos egresados no consiguen trabajo…”. Pareciera que el autor de esta crítica no ha descubierto aún la diferencia entre un centro de formación, de oferta de servicios educativos y otro que emplea a los egresados de esa institución. Esta última no determina que la demanda de trabajo sea minúscula, ¿o no se conoce cómo funciona el capitalismo?

El autor, en referencia insiste en decir que nuestro centro universitario “dejó de ser el protagonista en los debates a nivel nacional y ese lugar lo ocuparon universidades particulares”. Lo más apropiado, desde el punto de vista científico, debió haber sido indicar cuáles son esas “universidades particulares” que se han convertido en protagonistas de cuáles debates. Que yo sepa, ninguna tiene institucionalizados los foros que desarrolla mensualmente nuestra Universidad; algunos de ellos han pasado a servir de herramientas de orientación a grupos de diversos orígenes políticos y socioeconómicos. Lo más reciente ha sido el aporte producido a propósito del debate nacional sobre Seguridad Social y los regímenes de pensiones.

He visto reconocimientos públicos de autoridades del Estado, de gremios profesionales -como la Asociación de Enfermeras-, de organizaciones sindicales -como la Central General de trabajadores, Convergencia Sindical y la Federación Auténtica de Trabajadores, entre otras-, todos vinculados con esta problemática. Si esto es perder el protagonismo en debates nacionales -relevantes agregaría yo-, entonces habrá que escudriñar a qué se refiere realmente.

La respuesta, pareciera ser que el fondo de su crítica es descalificar la gestión de los últimos cinco años en la que nuestra universidad ha subido escalones significativos en el “ranking” internacional de la calidad de las instituciones de estudios superiores; a tal punto que se ha convertido en la primera del país. ¿Se desconoce esta realidad o simplemente se incurre en el recurso antiético y anticientífico de la mentira para quitarle méritos al Dr. Flores y su equipo de gestión?

Termino recordando lo que Paulo Freire afirma en su obra Política y educación (1993): El derecho a criticar impone algunos deberes de quien critica, decía. “El primero de ellos es no mentir. Podemos equivocarnos, podemos errar. Mentir nunca”. En tal sentido, este deber de no faltar a la verdad para apoyar una crítica, “es un imperativo ético de la más alta importancia en el proceso de aprendizaje de nuestra democracia”.

Sociólogo y docente de la UP.
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