• 25/07/2021 00:00

Tijeras genéticas

“La edición genética es todavía un campo minado, porque añadiría una nueva aleatoriedad al azar natural de la evolución, que de por sí es impredecible”

El desciframiento completo del genoma humano y el desarrollo de la tecnología de mARN, para la elaboración de vacunas seguras y eficaces, son dos de los más espectaculares hitos de la biomedicina moderna. Otro extraordinario avance científico ha sido el delineamiento del mecanismo molecular conocido como CRISPR (“clustered regularly interspaced short palindromic repeats” o repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas), con el cual Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier se hicieron acreedores del Premio Nobel de Química 2020. Por mucho tiempo, varios investigadores (Yoshizumi Ishino, Francisco Mojica y Fen Zhang, entre otros) descubrieron que algunos virus, denominados bacteriófagos, infectaban bacterias, haciéndolas inmunes a los antibióticos, mediante la inserción de segmentos genéticos que conferían resistencia antimicrobiana. Esos virus, por supuesto, también introducen otras informaciones que las bacterias juzgan como irrelevantes o nocivas, y por eso se inventaron el CRISPR, unas especies de tijeras que les sirven para cortar el genoma del intruso. En ese tiempo, el fenómeno parecía ser un capítulo de ciencia ficción, pero en la actualidad el concepto ya forma parte integral de múltiples aplicaciones valiosas en el campo científico.

El galardón sueco tiene que ver directamente con la posibilidad de editar el ADN para modificar favorablemente el código de nuestra propia existencia, induciendo cambios fisicoquímicos que se puedan transmitir a las generaciones posteriores, mediante la manipulación, por amputación o adición, corte y confección, de algunos genes puntuales vinculados a diferentes enfermedades graves o discapacitantes. CRISPR-Cas9 (Cas9 es una enzima endonucleasa de ADN asociada a CRISPR) es, sin duda, la herramienta de edición genética más importante jamás descubierta. Estos progresos de la ciencia, empero, pueden generar dilemas éticos, si no se utilizan correctamente para fines claramente trascendentes. Excepto para prevenir y curar trastornos congénitos o hereditarios (amaurosis de Leber, anemia de Fanconi, distrofia muscular de Duchenne, beta-talasemia, anemia falciforme, fibrosis quística, por ejemplo) y hasta algunos desórdenes identificados en etapas posnatales (autismo, esquizofrenia, Alzheimer), sería peligroso utilizar el CRISPR para modificar el color de nuestros ojos o cambiar el fenotipo facial, como también para tratar de elevar el coeficiente intelectual de un individuo, puesto que, en lo que se refiere a la inteligencia, se sabe que en ella influyen la nutrición, la educación y el entorno social de los primeros años de la vida, y no solo la impronta de los progenitores.

La versatilidad de la metodología CRISPR incluye su potencial utilización para diseñar terapias antimicrobianas específicas y pruebas diagnósticas innovadoras. Varios laboratorios de investigación, de hecho, están usando esta poderosa tecnología para fragmentar directamente el genoma del coronavirus SARS-CoV-2, causante de la pandemia de la COVID-19. La edición genética está destinada a solventar numerosos desafíos biomédicos y biotecnológicos e incluso servir para diseñar vacunas potentes contra infecciones y malignidades en el futuro. Las ventajas que se derivan de la aplicación del CRISPR se han ensayado también en la agricultura transgénica y en la mitigación de algunas plagas que afectan animales y plantas. Con ellas también se podría transformar a ciertas especies de mosquitos para prevenir la malaria, el dengue o la fiebre amarilla y corregir los genes defectuosos que causan dolencias concretas, incluyendo algunos tipos de cánceres o alteraciones en los telómeros para prolongar la longevidad.

Los problemas mayores aparecerán cuando algunos insensatos investigadores traten de incidir en las líneas germinales, óvulos o espermatozoides, o de editar embriones humanos con objetivos preestablecidos no consensuados globalmente. El mundo académico, de hecho, ya condenó al científico chino He Jiankui, por modificar genéticamente a dos mellizas en el año 2018 para conseguir que fueran resistentes al VIH, porque aún la técnica necesita perfeccionarse para evitar presuntas mutaciones deletéreas. La justicia asiática, además, lo sentenció a tres años de cárcel y a una multa económica cuantiosa por violar normas de deontología médica. Bioeticistas y abogados deberán estipular cuidadosamente el marco jurídico y ético para permitir tales intervenciones. Ya lo anticipaba Isaac Asimov, cuando decía: “La ciencia reúne el conocimiento más rápido de lo que la sociedad reúne la sabiduría”.

La edición genética es todavía un campo minado, porque añadiría una nueva aleatoriedad al azar natural de la evolución, que de por sí es impredecible. Asusta imaginarse el día en que un procedimiento de estos caiga en las manos maquiavélicas de bioterroristas o supremacistas étnicos con intenciones infames. Sería una especie de holocausto molecular. Y hasta ahí llegaría la racionalidad del “Homo sapiens”, si es que de verdad la poseemos…

Médico e investigador.
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