• 23/01/2022 00:00

La experiencia de vivir un 'trip' musical

“[…] la música es la que nos empuja hacia una concepción de la mente como algo más que una calculadora sofisticada, porque los seres humanos representamos más que acueductos, máquinas y tecnología”

Hoy, cumplo 63 años de edad y tengo vivos en la memoria los recuerdos de presentaciones musicales en el Teatro Balboa, a pesar de sus sillas enclenques, techos altos, pasillos angostos y luces tenues. En una ocasión quedé inmovilizado en el respaldo del asiento por los ritmos alucinantes del baterista Brian Blade, cuando, junto al ingenio armónico del pianista Danilo Pérez y el bajista John Patitucci, amenizó una descarga “jam”. Varias veces salí de ese lugar con la sensación de que el cuerpo capta las cosas de una manera que el cerebro no puede asimilar.

Tengo vivos igualmente los recuerdos de las muchas veces que Violeta Production organizó eventos musicales en Atlapa y otros recovecos de la ciudad. Por supuesto que pudiéramos hacer el argumento con lo que sucede, por ejemplo, en el Blue Note o el Birdland en Nueva York, pero les aseguro con total claridad mental que lo que escuchamos en esas sesiones era más la sensación de una fantasía que la percepción de una realidad.

Pero hablar de una fantasía suena raro desde un punto de vista musical. En música, como en cualquier otra área donde participan los sentidos, es común describir la mente como un aparato que interpreta sensaciones y que luego las recombina para darle sentido, y así es como cada uno interpreta la música a su estilo y a su manera. Por eso, cuando escuchamos conscientemente los acordes más finos de un solo de tambores y platillos, como lo hacía mi hermano Ernesto cuando éramos jóvenes, no hace falta comprender la teoría del sonido ni saber las notas del pentagrama. Y el que sin ser músico diga que tiene una comprensión real de la música equivale a decir que no entiende absolutamente nada. ¿Es así o no?

Los seres humanos a través de nuestra evolución hemos sido capaces de caracterizar al mundo y realizar operaciones mentales con esa información. Los éxitos más sorprendentes como especie se deben precisamente a eso, y así es como se han construido acueductos, máquinas de vapor y computadoras. Pero de la misma manera, y con frecuencia, nos dejamos llevar por las cosas que giran a nuestro alrededor sin abstraernos de ello. Como cuando escuchamos música.

Sería un error pensar que este tipo de experiencias es una fantasía. Creo más bien que la realidad de la música ejerce presión sobre nuestros sentidos de una forma que nos permite ampliar nuestra concepción de lo que es la mente y cómo funciona. Las discusiones sobre cómo vivimos la realidad generalmente comienzan con la percepción, y la música rara vez aparece en ese tipo de conversación. Ahora, el mundo contiene muchas cosas que no podemos percibir. Sin embargo, hay muchas cosas que sí se pueden percibir, cosas concretas de las que se pueden calcular su tamaño, forma y color con solo prestarles un poco de atención. Y también se pueden percibir eventos que ocurren a nuestro alrededor y de la cual se puede tener una idea aproximada de su duración y cómo se relacionan entre sí en el tiempo.

Y así es que escuchamos la cuerda vibrante de un violín oscilar y sonar durante un tiempo después de que se ha tocado. Esta oscilación, este tipo de resonancia, es la que en realidad percibimos en nuestra mente. Pero las cuerdas vibrantes tienen otra propiedad: transportar nuestras sensaciones y pensamientos hacia lo fantasioso. Y de allí la locura de viajar y “tripear” escuchando música. Porque ya no solo quedamos escuchando música, sino que de repente también comenzamos a pensar que somos músicos, haciendo solos en la mente y creando canciones imaginarias. Y así, sin que podamos poner límite a las ideas que se despiertan y enlazan en nuestro sueño, al escuchar una nota musical pensamos que también podemos hacer lo mismo.

Lejos entonces de estar limitados por las sensaciones de una fantasía, los intentos humanos de dar sentido al mundo a menudo implican representar, calcular y deliberar sobre la percepción de la realidad. Esto no es el tipo de cosas que ocurren típicamente en un teatro o sala cualquiera de eventos, pero sí tenemos vivencias en un Teatro Balboa y definitivamente en los clubes y bares de música renombrados del mundo. Escuchar música es un recordatorio para aquellos que piensan que la mente no agota la experiencia perceptiva, porque impulsa el reconocimiento de que la mente es dinámica y abarca cambio y movimiento. Al final, la música es la que nos empuja hacia una concepción de la mente como algo más que una calculadora sofisticada, porque los seres humanos representamos más que acueductos, máquinas y tecnología. Somos sobre todo cuerpos resonantes que oscilan y vibran al compás de un buen acorde musical.

Empresario
Lo Nuevo