El índice de Confianza del Consumidor Panameño (ICCP) se situó en 70 puntos en junio pasado, con una caída de 22 unidades respecto a enero de este año,...
- 17/04/2022 00:00
Adiós a la pandemia y evolución humana
Aprovechando la flexibilización de las medidas restrictivas en Europa, decidí, junto a un grupo de familiares y amigos, tomarme unas breves vacaciones por España. Después de más de dos años de trabajar continuamente en el campo científico de la pandemia, convenía buscar un poco de oxigenación mental. Aparte de disfrutar las delicias gastronómicas o vinícolas que ofrece el territorio ibérico y presenciar algunos partidos de fútbol, uno de mis viejos deseos era conocer el Museo de la Evolución Humana, construido para difundir los fascinantes hallazgos arqueológicos del yacimiento de Atapuerca, en la ciudad de Burgos. Adentrarse en las profundidades de la teoría de Darwin, perfeccionadas posteriormente, y en las complejidades del cerebro de los seres vivos más racionales, en comparación con previos homínidos, ayuda a entender la distinción entre lo que significa evidencia histórica y creencia religiosa, un desconocimiento tan de moda en estos días entre algunos diputados panameños. La óptima comprensión de las enormes discrepancias requiere aplicar el pensamiento crítico, algo que desafortunadamente escasea en la actualidad, a juzgar también por los disparates cognitivos vertidos por negacionistas y antivacunas durante la crisis sanitaria de la COVID-19.
El museo en cuestión fue integrado en el año 2015, como parte de la declaración de Patrimonio Histórico de la Humanidad, cuando la Unesco lo consideró un lugar de valor universal excepcional, porque nació vinculado a la necesidad de conservar, inventariar y divulgar los restos arqueológicos procedentes de los yacimientos de la sierra de Atapuerca. Este proyecto constituye un referente internacional en relación con el proceso evolutivo del hombre en sus aspectos ecológicos, biológicos y culturales en secuencia cronológica. En sus cuatro plantas se aprecia el escenario paleontológico de los yacimientos, donde el visitante puede encontrar una reproducción de la Sima de los Huesos en un modelo tridimensional y didáctico. Se exponen las principales piezas encontradas, como el cráneo conocido como «Miguelón», el fragmento de cráneo denominado «Agamenón», la pelvis bautizada como «Elvis» y el bifaz «Excalibur». Otra imprescindible sección está dedicada a Charles Darwin y a la historia de la evolución humana. En este espacio se encuentran diez realistas reproducciones de antepasados del ser humano que corresponden a: Australopithecus afarensis (cuya aparición data de hace 3.9 millones de años), Australopithecus africanus (3 millones), Paranthropus boisei (2 millones), Homo habilis (1.9 millones), Homo georgicus (1.8 millones), Homo ergaster (1.7 millones), Homo antecessor (800 mil), Homo heidelbergensis (600 mil), Homo rhodesiensis (300 mil) y Homo neanderthalensis (200 mil). Nuestra especie (Homo sapiens sapiens) surgió aproximadamente hace unos 120 mil años. En el magnífico edificio se recrean, además, los tres ecosistemas fundamentales de la evolución: la selva, la sabana y la tundra-estepa de la última glaciación. Por último, la intrincada arquitectura y creciente funcionalidad del cerebro humano es mostrada de manera exquisita en varias maquetas pedagógica, información clave para comprender la mejor racionalidad de las formas de vida más evolucionadas, aunque muchos siguen tristemente inmersos en nigromancias y fábulas milenarias.
Al salir de este orgásmico viaje por la evolución, me concentré en analizar la conducta de los españoles después de que el Gobierno decidiera minimizar las medidas de mitigación de la COVID-19. Aunque ellos han empezado su retorno a la normalidad pre-pandémica, da gusto observar que el uso de la mascarilla aún está vigente en ese país, particularmente en la gente más vulnerable (por edad o comorbilidad) y en los espacios interiores pobremente ventilados. Ciertamente, en algunas regiones del mundo, ya se vive una situación de endemicidad, enfocada en la detección y control de las infecciones graves, no en el diagnóstico de las manifestaciones más banales provocadas por el SARS-CoV-2. Las personas están aprendiendo a convivir con un virus que antes de las vacunas provocaba un 10-15 % de hospitalización y 1-2 % de letalidad, pero que ahora ha visto reducir esas cifras a menos del 3 % y 0.3 %, respectivamente. Sin duda alguna, tener un esquema completo de vacunación, ajustado a la condición personal de riesgo, da mucha tranquilidad a la hora de circular e interactuar con los demás. La OMS todavía no declara el fin de la pandemia, porque, en numerosas regiones del planeta, el impacto de la COVID-19 sigue siendo trascendente en materia de salud pública. Las naciones que optaron por una política de tolerancia cero, con estrategias muy rigurosas de confinamiento y aislamiento, son las que están peor en las recientes semanas. Esta aparente paradoja es debida a la baja prevalencia de inmunidad híbrida (infección natural más inmunización), al uso de vacunas inactivadas menos potentes y a la diseminación de los distintos sublinajes de la variante ómicron. Panamá, afortunadamente, anda en una posición ventajosa en el contexto de inmunidad poblacional y debería empezar a planear las nuevas directrices epidemiológicas de cara al estado endémico, pero alertando que no es del todo inofensivo para los individuos más vulnerables.
Mi conclusión de todo este periplo vacacional es que nuestra especie es mucho más heterogénea de lo que nos imaginamos. Así como el SARS-CoV-2 tiene diferentes variantes, el ser humano posee al menos tres claramente distintas subespecies. Homo sapiens sensatus, solidarius y honestus; Homo sapiens insolidarius, mentirosus y discriminatorius; y Homo sapiens corruptus, calumniosus e imbecilis. Solo espero que la primera sea la que prospere y las otras dos se extingan en función de una ventaja competitiva de la evolución de la humanidad. Soñar no cuesta nada...