• 14/06/2022 00:00

Los tres monos

Todos conocemos a los tres monos sabios del santuario de Toshogu: Mizaru, Kikazaru, e Iwazaru. Inspirados en las escrituras de Confucio, estos nos invitan a no ver, a no escuchar y a no hablar nada malo para no contaminar nuestro espíritu con malas vibraciones.

Todos conocemos a los tres monos sabios del santuario de Toshogu: Mizaru, Kikazaru, e Iwazaru. Inspirados en las escrituras de Confucio, estos nos invitan a no ver, a no escuchar y a no hablar nada malo para no contaminar nuestro espíritu con malas vibraciones. Sin embargo, la interpretación popular de estas figuras las ha convertido en sinónimo de cinismo, apatía e impunidad.

Por ello, en este país no hacer olas es un atributo y navegar con bandera de pendejo es valorado como una habilidad, cuando no, una viveza. Preferimos que sea otro que tome el riesgo, dé la cara y haga algo al respecto. Así las cosas, ¿cómo vamos a mejorar este país, esta sociedad, si preferimos “el no veo, no escucho y no hablo”, es decir, la indiferencia, el silencio y la complicidad, como las bases de nuestra convivencia?

Sobran los ejemplos donde las personas prefieren no ver, no escuchar y callar, como una manera de evadir sus responsabilidades éticas y ciudadanas. Algunos piensan que se trata de una característica colectiva, que premia con beneficios y ventajas al que entiende que hacer lo correcto es opcional, selectivo y circunstancial y que trivializa cualquier tema, aunque toque la misma fibra del tejido social que nos define y nos une a todos como panameños.

Si se trata del sector privado, cómo cuesta a los empresarios entender que sus trabajadores no son solo herramientas para generar ganancias y que, para ser productivos, estos requieren de un ingreso que les permita tener una vida digna y satisfactoria, alejados de preocupaciones existenciales de su presente y su futuro, y ajenos a las ambiciones desmedidas de acumulación o las preferencias políticas de sus patronos. Aferrarse a un modelo económico exhausto y concentrado, que funciona de manera exitosa para una minoría y que genera más pobreza y desigualdad para la mayoría, no parece ser la opción más razonable e inteligente.

Si analizamos al sector de los trabajadores y otros grupos de interés, arropados en una vieja colcha de desconfianza y buenas razones, pareciera que prevalece el “ya” y el “todo o nada”, sin importar las consecuencias, lo que afecta la disposición de estos al diálogo, a la negociación y a los acuerdos. La forma de ver, oír y hablar de estos tiende a desconocer la naturaleza flexible y cambiante del entorno y la necesidad de hacer los ajustes necesarios para crear las condiciones que favorezcan la inversión, la generación de empleos y el bienestar de la colectividad.

En el sector público, vemos todos los días a funcionarios que ignoran las necesidades de la gente, voltean la vista a los verdaderos problemas del país y hablan un discurso que está más en función de una campaña política y de sus propios intereses, combustible ideal para el clientelismo y la corrupción que nos carcome, siempre en complicidad con otros socios.

Esta práctica de no oír, no ver y no hablar de los panameños, tal vez explica, entre muchos ejemplos, el por qué un esfuerzo para revocar el mandato de un alcalde recibe una respuesta fría de los ciudadanos; o la extralimitación en sus funciones de unos magistrados del Tribunal Electoral no levante una protesta masiva de la sociedad panameña; o que el actuar de la Asamblea Nacional, disonante y discordante con las necesidades del país, no genere una indignación y un rechazo popular cuando aprueba leyes inconsultas, la mayoría hechas a la medida de sus intereses; o que la contraloría general de la república realice auditorías sin la experticia adecuada y mantenga en secreto los resultados para justificar la renovación de una concesión portuaria lesiva a los intereses de la nación; o que el país esté inundado de basura y nadie oiga las quejas de la gente, vea las pilas de basura o diga qué solución se le dará a un asunto que, más que estético, constituye un serio problema de salud pública.

No faltará quien diga que los panameños sí escuchamos, vemos y hablamos, y mucho. Pero la realidad señala lo contrario. Seguir abordando los temas importantes de una manera selectiva y superficial como hasta ahora, para salir del paso y beneficiar a los amigos y a los compadres, no es serio ni responsable. Sin una visión de país, donde los programas y los presupuestos prioricen la educación, la salud, la seguridad y la efectividad en el uso de los recursos del Estado, será muy difícil, si no imposible, salir del atolladero en que nos encontramos. A lo mejor nos hace falta un cuarto monito sabio que nos alumbre el camino tenebroso de la incertidumbre donde estamos, cuyo destino final todos intuyen pero que pocos se atreven a mencionar.

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