• 08/07/2022 00:00

Por los vientos que soplan: corrupción y poder

Por los vientos que soplan, Albert Einstein tenía razón, no solo en cuanto a su celebérrima Teoría de la Relatividad y tantos otros aportes que habrían de impactar a la ciencia, y de paso a la Humanidad, sino por una suerte de sabiduría popular cuya verdad resulta más innegable cada día: “Hay dos cosas infinitas: El universo y la estupidez humana; —decía— de lo primero podría tener mis dudas, pero lo segundo es absolutamente innegable”.

Por los vientos que soplan, Albert Einstein tenía razón, no solo en cuanto a su celebérrima Teoría de la Relatividad y tantos otros aportes que habrían de impactar a la ciencia, y de paso a la Humanidad, sino por una suerte de sabiduría popular cuya verdad resulta más innegable cada día: “Hay dos cosas infinitas: El universo y la estupidez humana; —decía— de lo primero podría tener mis dudas, pero lo segundo es absolutamente innegable”. Lo malo es que esa “estupidez”, endógena o inducida —(aquello de “fingir demencia”), siempre ha tenido— consecuencias terribles para esa misma humanidad. Porque propicia su corrupción, y ésta acaba matando tarde o temprano el progreso ya que produce injusticia social y pobreza.

Una y otra vez el hombre tropieza con la misma piedra, complicándose la vida y, de rebote, la de los demás. Posiblemente la política, ejercida por quienes uno supone seres pensantes, sea el mejor ejemplo de esa sostenida estupidez que parece regir en el mundo desde los tiempos más remotos, a menudo precisamente en perjuicio de la raza humana, en lugar de en su beneficio. Sobre todo cuando la ambición personal —económica y de poder, lacras inseparables— se antepone al  bien común. Panamá, lamentablemente, no es una excepción.

Recordemos que incluso entre los dioses del Olimpo se fraguaban arteras trampas, venganzas, celos, confabulaciones de toda ralea en perjuicio de enemigos reales o imaginarios, celestiales o humanos. Gran parte de las célebres tragedias griegas -obras de teatro de una perfección  asombrosa, son apenas algunas de las tantísimas ejemplificaciones universales, en el campo literario, de los celos, el odio, la traición, la ambición de poder, la corrupción, y por supuesto la prevalente estupidez humana que poco ha cambiado.

Ni siquiera la existencia de férreas leyes en la sociedad —cuando las hay, que no siempre—, tanto preventivas como de diverso grado de castigo por delitos graves, logran paliar ese mal ominoso que ha logrado absorber en sus entrañas a las demás urdimbres nefastas para el progreso de una sociedad que se respete, y que sea capaz de superarse y avanzar. Me refiero, por supuesto —insisto—, al cada vez más rampante flagelo de la corrupción, con sus múltiples causas y manifestaciones, a menudo inducida por una creciente intrusión del narcotráfico, y aun sin este flagelo: voraz, depredadora, enquistada primero en el cerebro de políticos y empresarios confabulados para enriquecerse a costa de complacientes gobiernos, de una parte sobornable de la sociedad y de la evidente ambición de riqueza mal habida de no pocos funcionarios públicos, diputados, jueces y magistrados manipulados por arriba o por debajo la mesa.

¿Estoy generalizando? Por supuesto, ¿Qué más puedo hacer? Ojalá pudiera dar nombres, pero faltan siempre las pruebas; esas benditas (¿Malditas?) pruebas, que a veces están literalmente en las narices de quienes, pudiendo poner remedio, han sido sobornados para volverse ciegos, sordos, mudos y mancos de toda manquedad! Pero mis lectores saben perfectamente de lo que hablo, y de quiénes. ¿Quién no lo sabe en Panamá?

Se dirá que no es función de un escritor, promotor cultural, profesor universitario jubilado, hincarle el diente del sentido común a temas tan escabrosos (¿Peligrosos?) como los aquí planteados. Tal vez… Siempre he sido un poquito “bicho raro” entre mis colegas. Estoy profundamente clavado en la creación literaria desde los 17 años, pero no tanto como para no ver y sentir; o para fingir que la corrupción en Panamá es solo un invento de mi imaginación…

En Panamá aún no llegamos a eso, pero el que diga que no es cierto que gran parte de los más importantes intelectuales cubanos, venezolanos y nicaragüenses están en la cárcel sin garantías, o en el exilio, es un mentiroso; y resulta evidente que los que no lo están, callan por execrable complicidad con el poder o por un explicable y muy real miedo. Lo cual plantea el hecho de lo que ocurre siempre en dictaduras de cualquier signo: En el pasado la familia Somoza en Nicaragua; hoy los ex-guerrilleros Daniel Ortega y la bruja de su mujer Rosario Murillo empeñados en eternizarse en el poder, a quienes la izquierda internacional se niega a condenar “por no hacerle el juego al imperialismo yanqui”, ese eterno pretexto.

Mis respetos a los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli, entre otros de similar jerarquía intelectual, por su posición frente al régimen que oprime la tierra del gran poeta Rubén Darío. La lista de perseguidos nicas es larga, para no hablar de los venezolanos y desde hace más de medio siglo los cubanos. Corrupción, entreguismo y la estupidez de fanáticos en esos y otros países siguen tan campantes como llenas las cárceles. Ojalá Panamá jamás caiga en semejante situación. Sufrir la dictadura de Noriega fue más que suficiente.

Por los vientos que soplan, hoy como siempre el silencio cómplice no es buena consejera, y conduce a la impunidad. Siempre hay quienes logran acallar los aullidos de su conciencia. Pero si no la tienen, les importa un pito. No soy de esos.

Escritor, promotor cultural y editor
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