• 16/09/2022 00:00

Variantes nacionales e internacionales de la iniquidad

En Panamá resulta evidente, y extremadamente lamentable, que la Asamblea Nacional se dedique a trabajar en favor de los intereses políticos y personales de la mayoría de sus miembros

Todo lo que implique injusticia social, violencia abierta o soterrada, corrupción en sus diversas manifestaciones, racismo, descarada demagogia e intimidación de cualquier tipo, entre otras lacras humanas, debe ser combatido por quienes están llamados a hacerlo desde los diversos gobiernos del mundo, y en su defecto denunciarlo con argumentos quienes desde diversos espacios de la sociedad civil lo podemos hacer. Una prensa libre contribuye sin duda a ello. Por suerte en nuestro país hacerlo todavía es posible. El problema es que en el plano nacional abiertamente implica, no pocas veces y cada vez más, serios riesgos para la seguridad jurídica o natural de quienes pueden asumirlo como un deber de conciencia.

En Panamá resulta evidente, y extremadamente lamentable, que nuestra flamante Asamblea Nacional se dedique, en todas las formas posibles, a trabajar en favor de los intereses políticos y personales de la mayoría de sus miembros y de sus respectivos partidos, saboteando los intentos de construir leyes que salvaguarden la honestidad política, empresarial y ciudadana en general, al hacer imposible que la justicia pueda lidiar con la prepotencia, el clientelismo descarado, el nepotismo y las “botellas” que siguen proliferando en forma de nombramientos absolutamente injustificados, lo cual lacera la ya de por sí maltrecha economía estatal. Difícilmente hay una persona sensata en nuestro país que no crea que la mayor parte de los actuales diputados en lugar de legislar para el bienestar ciudadano lo hacen para sí mismos con el más cínico descaro. Y lo peor es que la complejidad de la actual legislación, mantenida vigente por ellos mismos y basada en leyes malévolas creadas para su beneficio, los blinda sin remedio. Todo lo cual indica que en las próximas elecciones hay que arrancar de raíz la mala hierba. Y esa labor, que debe ser pública, empieza en los medios.

Otro problema mundial que hace años hincó sus garras en Panamá es el narcotráfico y sus nexos con poderosos secuaces locales, infiltrado como está en la política y probablemente también en diversos estratos escurridizos del poder. Pruebas específicas no suele haber a la mano: los traficantes y sus secuaces son expertos en camuflar evidencias; pero todo el mundo lo sabe. Los golpes súbitos que ocasionalmente propina la Policía a este negociado multimillonario son apenas la punta del iceberg, porque al poco tiempo las cosas se reacomodan y todo sigue igual., a ciencia y paciencia de los beneficiarios y en detrimento de los afectados. Y eso sucede, entre otras razones, porque se trata de un fenómeno de inmensas conexiones internacionales muy difíciles de romper mientras haya demanda de las diversas clases de drogas que se trafican a diario, sobre todo en los Estados Unidos.

Por otro lado, en el plano internacional, cada vez que leo las noticias sobre los seis meses de masacre que ya dura la invasión rusa a Ucrania y veo videos en donde la saña insiste en destrozar vidas y el patrimonio del país rico e independiente que era Ucrania hasta que Putín amaneció con el alma hecha una miasma, me hierve la sangre y me hace recordar lo que un amigo me dijo hace poco: ¿por qué alguien no le mete de una vez por todas un balazo en la cabeza al déspota agente de la antigua KGB soviética?

Igual digo del dictador nicaragüense Daniel Ortega y de la bruja de su mujer, cuya ignominia conjunta ha resultado mucho peor que la del último Somoza, dictador que los sandinistas derrocaron en nombre de los ideales del hoy llamado socialismo del siglo XXI, mientras los camaradas del patio fingen que lo que ocurre en la tierra depauperada del poeta Rubén Darío no es más que una nueva invención del imperialismo yanqui. Los principales enemigos políticos del déspota centroamericano, perseguidos, encarcelados o en el exilio, tanto empresarios, periodistas y escritores, como estudiantes, respetados excombatientes sandinistas y sacerdotes católicos, son censurados, perseguidos, violentados en sus bienes e ideas.

Escritores de gran prestigio internacional como Sergio Ramírez (vicepresidente del primer gobierno sandinista) y Gioconda Belli -ambos exiliados hoy en España-; y antes de su muerte el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal (Ministro de Cultura del primer sandinismo), fueron perseguidos por el despotismo de Ortega… Y cómo olvidar que la célebre “Comandante Dos”, Dora María Tellez, se pudre hoy en una mazmorra por disentir, como tantos compañeros de lucha, de las constantes locuras del nuevo dictador. Además, imposible olvidar que Daniel Ortega abusó impunemente de su hijastra, Zoilamérica Narváez, cuando tenía once años, y que la madre calló semejante ignominia pese a las pruebas, escándalo sepultado finalmente en el olvido.

Recientemente, la Academia Nicaragüense de la Lengua fue allanada y el célebre diario “La Prensa”, de la valiente y perseguida familia Chamorro (parte de la cual está presa y la otra en el exilio), asaltado y expropiado: dos variantes de una misma iniquidad. ¿Y uno se pregunta cómo puede el gobierno panameño mantener relaciones diplomáticas con regímenes para quienes no existen los más mínimos derechos humanos? ¿A qué teme si rompemos con el sanguinario dictador? ¿A los vociferantes cierra-calles del Suntracs?

Escritor, profesor universitario, promotor cultural y editor
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