- 24/10/2022 00:00
Día de la Raza: un barnizado pasado norteamericano
Hace unos años, logré superar mi sorpresa porque el dólar debajo de mi almohada lo ponía mi madre y no un conejito. Además, que Santa Claus no existía. Ahora me entero de que el “THANKSGIVING” (Siglo 17) nunca ocurrió en Massachusetts ni en cualquiera de los otros doce estados coloniales creados el siglo después. Fue un mito plantado por los descendientes de los protestantes a bordo del Mayflower. No me opongo a continuar celebrándolo por el lindo mensaje anual de dar las gracias junto a tus seres queridos, al igual que a nuestro Creador.
Teniendo yo también esa nacionalidad e hijo del mejor embajador norteamericano que tuvimos en Panamá (1939-1999), me considero apto para hoy criticar la nación que lo vio a él nacer. Desde la creación de EE. UU. (y antes), hubo siglos del genocidio perpetrado contra muchas naciones indígenas. No fue hasta hace unas contadas décadas atrás en que EE. UU. inició un genuino esfuerzo de expirarse de esa triste realidad, pero, por ejemplo, darles alegremente licencias exclusivas para montar casinos no es la mejor ruta.
Hollywood satanizó a los indígenas, al punto que, cuando niños, todos queríamos jugar de vaqueros y a los más pequeños los vestíamos de indios sin pistolas o flechas. No fue hasta que vi el porqué Marlon Brandon optó por no presentarse a recibir el Oscar por EL PADRINO que me despertó curiosidad. Ver https://youtu.be/OpquGmS-QDs
Recordemos los documentales y películas que te mostraban el avance de Hitler 1939-43, vía el mapa político de Europa. Ahora imagínese el mapa norteamericano conteniendo todas las naciones indígenas en Florida y luego al oeste del Mississippi. El avance sanguinario de la caballería hasta las playas del litoral pacífico a finales del Siglo XIX. Al general Custer se lo cepillaron en 1876 en Montana; muy al norte de los durmientes ferroviarios.
Contrario a la Segunda Guerra, el Mundo no podía ver las “conquistas” en cinemas semana tras semana, ya que no existían el filme 8mm. Creo que por la seguridad de los obreros (y su cuero cabelludo), el ferrocarril fue construido aquí, para los mineros en camino a California (1855) que llegaban a Colón. Ya las naciones indígenas habían sido expulsadas de las cercanías a los rieles, el tren transcontinental de EE. UU. fue finalizado en 1869.
Ya, para esa época, los medios internacionales impresos empezaron de cero, cubriendo la guerra y el fácil triunfo sobre España en 1898, lo que animó al norteamericano común a más expansionismo territorial. Sin embargo, el electorado leyó sobre el fiasco y abusos contra los filipinos bajo el gobernador Taft. Este fue buen amigo de Teddy Roosevelt y luego también presidente de EE. UU.
Soy fiel creyente de que la barbarie norteamericana sobre Manila le hizo mucho daño ante el “ethos” y “pathos” del norteamericano común. Aunado a eso, influyó en evitar que Filipinas, Guam, Cuba, Puerto Rico -y Panamá- fuesen una estrella más en la bandera de EE. UU. Curiosamente, miren la similitud de las banderas de los últimos tres países. Con el perdón de doña María Ossa de Amador, yo sospecho que las tres fueron diseñadas en 1600 Pensilvania, Avenue en DC.
Mi padre fue, “ad honórem” y por décadas, el mejor embajador que tuvo EE. UU. en Panamá. Por sus esfuerzos acercando ambas naciones, Remón y Lakas lo condecoraron ellos mismos (1954 y 1975 respectivamente) con la mayor medalla posible para un civil. Aunque fue criticado por muchos de sus paisanos “zonians” y en EE. UU. por su firme posición a la transferencia canalera, fue condecorado también por el Senado norteamericano en el otoño de su vida. Se rehusó a ir a la recepción consular en el Hotel Intercontinental, ya que el lo consideraba el icono de la corrupción inmobiliaria en Panamá. En vez, mandó a mi hermano Kevin (q. e. p. d.) a recibirla en su nombre.
En fin, la virtud gubernamental norteamericana (generalmente) de autocorregirse en el camino entró en efecto reconociendo el genocidio en la naciones indígenas, en Filipinas, con los esclavos y los campos de concentración de encierre de ciudadanos norteamericanos de descendencia japonesa después de Pearl Harbor.
Las cifras que frecuentan en diferentes textos de víctimas indígenas, entre 1776 y 1918 varían. Algunas (no confirmadas) oscilan hasta un millón; entre ellos niños, mujeres y guerreros. No fue hasta 1926 que a los indígenas nacidos en suelo norteamericano se les dio la ciudadanía, aunque miles de ellos pelearon por EE. UU. en ambas Guerras Mundiales y por la Independencia de Inglaterra en 1776.