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- 30/11/2023 00:00
¡Se impone un gobierno de unidad!
Cuando nuestro país enfrentó sus retos más importantes: la lucha que cubrió décadas y que se nutrió del sacrificio de varias generaciones, para recuperar la soberanía sobre todo el territorio nacional que nos fuera arrebatada con el Tratado Hay-Bunau Varilla o cuando los abusos de la tiranía imperante reclamaron el esfuerzo de las grandes mayorías, una “cruzada nacional” terminó por ponerle fin y devolvernos a la senda de la democracia, por lo menos formal.
Desde que “retornamos a la vida democrática” la nación no ha dejado de vivir vicisitudes. Por momentos y en algunas etapas ha parecido que hemos encontrado el rumbo para construir el país de todos, para el beneficio de todos y no de unos pocos. Ese transitar ha estado plagado de avances y también de enormes frustraciones que han ido acumulando un saldo de insatisfacciones populares que, en la coyuntura presente, de la crisis minera, como era previsible, terminó por explotar.
El conflicto minero no nació repentinamente; se fue creando, paso a paso, durante varias administraciones. Asumamos que, con buena intención, la actual consideró que “su solución” era la más conveniente para el país y que motivado por un sano interés de buscarle un final satisfactorio, negoció el contrato que luego encontró su formalización con la Ley 406. Pero, al optar por esa vía, dejó de escuchar los argumentos en contra. De poco valieron las advertencias de que, antes de forzar la aprobación a tambor batiente de la ley por la Asamblea, debían considerarse otros aspectos que, fundadamente, restaban valor a los nuevos términos económicos que, aunque eran notablemente superiores a los del contrato previo, declarado inconstitucional, no necesariamente hacían virtuoso el nuevo acuerdo.
Las consecuencias de esa precipitación y sus estragos económicos los hemos vivido durante más de dos meses. Y los paliativos de la propuesta de una consulta tardía o el anuncio de las posibles consecuencias de eventuales demandas internacionales no han mermado, sino que han incrementado la demanda popular de que se proscriba la minería.
De haberse prestado atención al clamor popular, el contrato no se hubiera elevado a ley y no hubiera sido necesario llegar a la etapa de su dilucidación judicial, en buena hora decidida por el fallo de la Corte Suprema. Pero este no es el final del vía crucis. Todavía pasarán varios días hasta que el fallo quede en firme. Se abre ahora una nueva etapa que, para enfrentarla con éxito, demandará nuevas actitudes, del concurso de nuestras mejores voluntades; pero sobre todo de vocación patriótica.
Por el arrastre de desconfianza que el gobierno actual ha acumulado será muy difícil que pueda recuperarla con la simple declaración de que acatará el fallo judicial que, aparte de ser una obligación ineludible, poco o nada aportaría cuando debamos enfrentar las eventuales reclamaciones internacionales que pudiera emprender la minera.
Si ese es el nuevo panorama que debemos enfrentar como nación, solo nuestra unidad nos permitirá superarla. Como primer paso, corresponde que el gobierno se sincere con el pueblo; que reconozca que está urgido de recuperar autoridad y credibilidad. Y que lo que mejor serviría a ese propósito es convocar a la integración de un “Gobierno de Unidad Nacional”.
Todos recordamos haberle escuchado al presidente Cortizo, cuando asumió la jefatura de la nación, manifestar que, al asumir esa responsabilidad, para él lo más importante sería preocuparse de cómo dejaría el cargo. Su legado será diferente si durante el resto de su período, en lugar de perpetuar en las actuales líneas de su gobierno, decide darle un nuevo enfoque, que debe comenzar por llamar a la unidad y la conformación, para el resto de su período, de un nuevo gobierno, políticamente neutral, con representación de los sectores más importantes y representativos de la vida nacional.
En todas nuestras pasadas crisis, para superarlas nos ha servido cohesionar a la nación con un objetivo definido. Si aprendemos del pasado, también, con la voluntad de todos, lograremos que la presente solo sea un mal recuerdo.