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- 05/12/2023 13:16
Una crisis de responsabilidad
La actual crisis panameña bien puede ser una versión del círculo vicioso resumido en la vieja pregunta, ¿qué vino primero, la gallina o el huevo?
Aunque se ha dicho hasta la saciedad que la génesis de nuestra actual crisis fue la aprobación del contrato minero, mi tesis es que se trata de una desconexión moral y cultural que inició, en papel, el 3 de noviembre de 1903.
Mucho ha cambiado desde aquel día en que dejamos, legalmente, de ser colombianos; sin embargo, si bien ya no somos de mayoría analfabeta ni morimos en promedio a los 35 años, nunca hemos aprendido, realmente, a ser ciudadanos de una república moderna en lo colectivo (o burgueses, en el sentido original no marxista; es decir, hombres y mujeres responsables y libres, gozantes del bienestar material mínimo requerido para decidir en temas relacionados a la cosa pública. Después de todo, ¿es posible gobernar lo mucho sin ser responsables de lo poco?).
La palabra clave aquí es responsabilidad, concepto en el que los griegos, romanos y judeo-cristianos de la antigüedad no eximían a la ignorancia –a pesar de la narrativa populista panameña que, desde los albores de la república, ha pintado a los “pobres” como santas palomas.
Nuestro pueblo irresponsable, nos guste o no, incluye también a los “poderosos” (“rabiblancos” y los actuales “rabiprietos”), quienes, en lo colectivo, no han sabido comprender el significado real del derribo de las clasistas murallas divisorias de la ciudad (1848), convirtiéndose en compradores de conciencias disfrazados de gobernantes.
Igual de perversa ha sido la actuación de la masa “inocente” que, en 1910, apoyó a los “compradores de conciencias” en la legalización del vicio y el despilfarro (en metáfora, los carnavales) como filosofía nacional. Explico esta relación enfermiza, de manera práctica, de la siguiente manera: “Te odio porque abusas de mi con tu poder, pero, durante “tres días”, me das lo que me gusta y por eso te elijo. Despierto de mi transe y me doy cuenta de que sigo pobre y abusado. Sé que no me vas a escuchar y por eso protesto…hasta que nuevamente me des lo que a mí me gusta”. En otras palabras, el pueblo panameño actúa como un adicto.
Así es. Esa ha sido nuestra conducta desde el movimiento inquilinario de 1925 hasta noviembre de 2023. Y es que, si bien el 97% de los istmeños sabe leer y escribir, aún seguimos siendo analfabetas con teléfono en mano (muchos manifestantes creen que la mina la creó el actual gobierno y que se va a cerrar “hoy” con el fallo de la corte).
¿Qué cuándo aprenderemos a ser responsables? Cuando una niña de Curundú comprenda lo duro que es ganarse la vida en Brisas del Golf, cuando un emprendedor le enseñe a sus empleados lo difícil que es pagar sus quincenas, o cuando alguna familia de Costa del Este envíe a sus hijos a la comarca ngäbe durante un fin de semana.