• 05/12/2023 13:43

'Gettysburg, Yprés, Guatemala, coincidencias de una libertad'

¿Qué tienen estos cinco hombres en común? Su amor al prójimo. Se conducen según sus creencias y sus compromisos espirituales [...]

Gettysburg, 1863. El tronar de los cañones anuncia el inicio de la batalla, los hombres del 88 Regimiento de Nueva York de la Brigada Irlandesa del Ejército del Potomac ponen rodilla en tierra para recibir la bendición de un hombre trajeado de negro, se trata del sacerdote católico William Corby que los acompaña desde el comienzo de la guerra civil estadounidense. “El padre Corby se juega la vida, al igual que otros sacerdotes que acompañan todavía hoy a los ejércitos, por amor hacia ellos, por llevar esperanza y misericordia a lugares en los que el odio y la muerte se imponen” (Casado, 2019) y recogió en “Memorias de Guerra de un capellán” sus impresiones sobre el impacto de esta conflagración en el espíritu de los hombres.

Pisagua, 1879. El desembarco ha terminado y la provincia peruana de Tarapacá ha caído. El relato del periodista “Recluta Nro. 5” resulta conmovedor porque además de mostrar los hechos castrenses muestra las cicatrices en el alma de aquellos combatientes. El escritor no es otro que el sacerdote Ruperto Marchant que no dejó de atender a los heridos de esa y otras batallas (Matte Varas, 1934). Alcanzó notoriedad cuando su libro “Crónicas de un capellán en la Guerra del Pacífico” fue publicado (1914).

Yprés, 1917. Los británicos atacan posiciones alemanas en la ciudad de Fresenburg, un oficial inglés yace herido frente a las líneas germanas y el sacerdote jesuita William Doyle no duda en acercarse a él a pesar del estampido de la artillería y el tableteo de las ametralladoras. Este jesuita escribió sobre sí que “la gente se muestra indecisa a la hora de decir si soy un héroe o un loco; creo que la segunda respuesta es la buena. Pero no pueden comprender lo que significa para un sacerdote la salvación de una sola alma” (Lozano, 2020). Doyle morirá en la contienda víctima de un obús cuando administraba la extremaunción a un herido.

Cuesta de las Perdices, 1937. Se inicia el repliegue a las posiciones originales, el Frente de Madrid resiste. El campo quedó cubierto de heridos y moribundos. El jesuita Fernando Huidobro no duda en dejar las trincheras protectoras para auxiliar a republicanos y a legionarios. Una bala lo había dejado rengo y respondía así a quienes se preocupaban por los riesgos que tomaba: “Cojo fue San Ignacio y no capellán de monjas” (Espejo, 2021). Un impacto de obús segaría su vida cuando auxiliaba espiritualmente a un combatiente malherido.

Guatemala, 2023. Los bloqueos de carreteras llevan siete días, los manifestantes, acompañados del ruido ensordecedor de matracas y cornetas, agrupan sus motocicletas a lo ancho de la vía para formar un parapeto e impedir el paso de todo vehículo al tiempo que gritan consignas políticas de antiguo y nuevo cuño en favor de una democracia de complejo contenido. El sacerdote diocesano Ángel Blasco debe cumplir su misión pastoral hacia quienes están del otro lado del bloqueo. El diálogo fracasa, los líderes del piquete de choque son irreductibles. Blasco, insultado por anónimos agresores por el hecho de vestir según su fe, es detenido por la policía que vigila el lugar después que él atravesase la barricada de motos, piedras y troncos.

¿Qué tienen estos cinco hombres en común? Su amor al prójimo. Se conducen según sus creencias y sus compromisos espirituales y en apego a los mismos están dispuestos a dar la vida. Los cinco experimentaron lo que Larea (2011) llama “la distribución desigual de la libertad religiosa bajo una homogeneidad coercitiva” donde en cuatro casos es la guerra y en uno, la protesta política. En todos hay sacrificio por parte del hombre de fe que se expone a un peligro -la muerte o la cárcel- que parece tenerlo sin cuidado porque su misión es superior al desafío coyuntural terrenal. Interesante, sin embargo, el caso guatemalteco del choque entre el ejercicio de la libertad religiosa y el derecho a la protesta donde el segundo limita coercitivamente al primero. La mayoría de las aproximaciones respecto a la libertad de conciencia o de protesta se plantean desde la actitud del Estado frente a estos derechos pero pocos análisis evalúan la colisión de derechos cuando ciudadanos de una misma sociedad discrepan sobre la primacía de uno u otro.

Rodríguez (2007) destaca la contradicción hallada desde el nivel teórico sobre la “participación política” (la marcha pacífica, por ejemplo) y el nivel práctico (el boqueo de calles) y señala que “hoy asistimos a un momento político diferente, en el que las luchas y movimientos sociales juegan un papel relevante, donde la sociedad reacciona ante el Estado y atestigua y conforma una nueva cultura política” que tiende peligrosamente a avasallar los derechos individuales -como la libertad religiosa- frente a los colectivos. Lo paradójico es que, un ciudadano sin la ocasión de ejercer su libertad religiosa genera un vacío en la esperanza colectiva respecto al porvenir.

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