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- 04/11/2022 00:00
3 de Noviembre: deconstruyendo los 'fulgores de gloria'
La historia de bronce tiende a exaltar los personajes de la fundación de la República, hasta guardar en un rincón cualquier posible recriminación a los mismos. Lo anterior es comprensible en una enseñanza primaria estatal, cuyo fin es el de fortalecer en el educando ese sentido identitario unificador en una sola expresión libertaria de república. Ante esta posición surge la extrema visión de que el acto separatista es la hechura de intereses foráneos, ante los que las acciones de los personajes panameños quedan prácticamente anuladas y arrodilladas a dichos intereses, sacrificando a la República neonata. Para los historiadores de formación escolar universitaria no existen posiciones maniqueas al respecto, pues debe abordarse el hecho histórico con sus luces y sus sombras, sin pasión ni mucho menos indiferencia, y con la visual de que la separación es una confluencia de intereses en la que es indiscutible que la idea de secesión no nació ni en Wall Street ni en la nueva compañía del canal ni en el Salón Oval de la Casa Blanca, sino en Panamá, independientemente de que en una vorágine de intereses unos eclipsen más que otros, o así lo parezcan.
En ese sentido, es preciso comprender que el eclipse total sobre el acto separatistas de los istmeños, cayó como un balde de agua fría el 18 de diciembre de 1903, con la firma del Tratado Hay-Buneau Varilla, que realmente compromete el desarrollo sano de un Estado y lo deja en condiciones de mediatización. Recriminar que todo lo aceptado podía rechazarse de parte de los próceres es poco realista, pues no se tomaría en cuenta que ante una revocatoria del apoyo y reconocimiento de la causa por parte de los Estados Unidos, su esfuerzo por la causa, sus vidas y propiedades, podían tener un desenlace nefasto en manos de Colombia, no se olvide que la traición se pagaba con muerte y expropiación. Ahora bien, obviar que muy en lo particular el mismo tratado salvaguardaba sus intereses de poder, también sería muy cándido.
El Tratado de 1903, puso en entredicho todos los elementos que constituyen un Estado como lo son: población, territorio y Gobierno y soberanía, creando una república justo a la medida de los intereses imperialistas estadounidenses de construir un canal y mantener su hegemonía indiscutible en el mismo. El tratado estableció un protectorado, al garantizar a los Estados Unidos la independencia de Panamá, pues ningún Estado realmente independiente requiere que otro Estado garantice su independencia. De más está decir que esto salvaguardaba la vida de los conspiradores secesionistas y mandaba un mensaje claro a Colombia. Seguidamente, Panamá le concede a perpetuidad a Estados Unidos parte de su territorio para la construcción del Canal, o sea, la naciente república entregó una parte elemental de su conformación como Estado a otro Estado. Esto último concediendo poder y autoridad a Estados Unidos para que ese territorio lo administrarán “cual si fuesen soberanos”. Igualmente Panamá cede, mediante el tratado, el monopolio a Estados Unidos para la construcción de cualquier comunicación interoceánica, impedimento al desarrollo nacional que se mantendrá durante muchas décadas. Como si fuera poco, también expone su elemento vital de existencia, al permitir a Estados Unidos mantener la paz pública y el orden constitucional, en otras palabras, intervenir. Muy apropiado esto para los sectores dominantes de poder y nefasto para los sectores populares y medios en su disentir.
Este pacto selló el devenir de la República durante un siglo XX, que estuvo entre vaivenes revisionistas y reclamos de soberanía de parte de los sectores populares, que no dudaron en entregar su vida por la integración del territorio. En 1903 surgimos como República, pero tocó al pueblo consolidar ese surgimiento durante todo un siglo de lucha. Viva Panamá.