• 06/06/2023 00:00

Ají congo en las teclas

“Las redes sociales son para muchos un basurero, el desahogo malsano, ofensivo y falso y ¡ah!, también para defender lo indefendible; paraíso para justificar el “robó pero hizo”; que la rapiña comprobada es “persecución política”; [...]”

En artículo escrito en 1999 comenté el escrito “Una casa en el aire” del ilustre y reputado periodista colombiano, Javier Darío Restrepo. Escritos como el de Restrepo no pierden su valor ni vigencia y así, 24 años más tarde lo rescato porque si bien se enfoca principalmente en el derecho a la opinión libre de los columnistas la internet permite, para bien y para mal, el acceso a las redes sociales, privilegio que se utiliza como depósito de inquinas personales o políticas; de vocabulario soez, calumnias, de afirmaciones cargadas de ignorancia, etc., amén del mal uso de nuestro idioma. Y esto es lamentable porque la crítica, que puede ser inteligente y esclarecedora aun ante criterios opuestos, es en alto grado desperdiciada. Los límites de la crítica y la denuncia bien fundada y respetuosa se han desdibujado y en estos días, apenas empezando la pasión electorera, las redes sociales son “barrio de trifulca”, “parking de insultos”, en los que dimes y diretes pasan a desatar torrentes de respuestas y no precisamente para aclarar ni refutar con respeto. Hay escasez de crítica serena, severa, respetuosa, inteligente, documentada que también podría usar recursos válidos como la ironía o el sarcasmo y ser cáustica, todo esto sin caer en la palabra obscena, la chabacanería. También abundan los papagayos que repiten lo que afirma tal o cual político, partido político, sector económico o persona particular con inquinas de variada índole.

¿Qué rumbo ha tomado la crítica fundamentada, la pregunta respetuosa que se puede plantear ante casos que despiertan inquietud y desconfianza? Puedo decir, por ejemplo, sin caer en la calumnia o el irrespeto (casos publicados en diarios con todos los datos) que me resulta decepcionante que ni la Contraloría General de la República ni el Ministerio Público hayan aclarado qué permite que funcionarios (concejales y alcaldes) condenados penalmente por peculado, tales como la representante del corregimiento de Chilibre, Yoira Perea; el de San Felipe, Mario Kennedy; y el de Calidonia, Ramón Ashby; o el del alcalde de San Miguelito, el entusiastamente locuaz Héctor Carrasquilla, que viene arrastrando desde su primer período como alcalde un asunto del que parecen haberlo salvado sus tácticos brincoteos de PRD (hasta el 2010), a entusiasta CD 11 años (hasta 2022), y otra vez a los brazos del PRD (octubre 2022) de la mano del diputado Pineda que hoy lo acuna con entusiasmo (todo lo que cito está en detalle en internet).

Las redes sociales son para muchos un basurero, el desahogo malsano, ofensivo y falso y ¡ah!, también para defender lo indefendible; paraíso para justificar el “robó pero hizo”; que la rapiña comprobada es “persecución política”; que si este hizo este negociado turbio “todo el mundo lo hace” y “siempre ha sido así”. De todo esto se llenan las redes según los intereses, la ignorancia, la enemistad, ¡hasta ingenuidad!, de los que las usamos para opinar. ¿Qué es lo que presenciamos dentro del debate político en que estamos sumergidos? Agravios, chabacanería, información falseada, cualquier cosa con tal de desprestigiar. Todos tenemos nuestro corazoncito y en ese cofre algunos guardan “facturas” que pasar, rencores vivitos o en reposo, simpatías y antipatías, prejuicios e intereses. Así hay quienes remojan sus teclas (ya no usamos pluma y papel) con el vitriolo de la calumnia, la injuria y la intención malsana de daño al honor ajeno escudados en el cobarde anonimato y los mercenarios “call center”.

Aprecio como Restrepo, la crítica que se vale de “la ironía inteligente e ingeniosa” en vez del agravio; y rechazo la palabra torpe y ofensiva, la acidez y el corrosivo de odios para saciar inquinas mientras que en otros casos, esos mismos no vacilan en prodigar halagos cuando se trata de un amigo o “benefactor” (en efectivo $, con negocios o provechosos cargos cuando el amigo está en el poder). Tal como lo dice Restrepo, el espectáculo estimulante de la inteligencia y el ingenio para expresar y sostener las propias convicciones y rebatir las contrarias es lo que está haciendo falta en ese magnífico recurso que nos permite, en la internet, el acceso a las redes sociales. ¿Puede alguien ofenderse porque diga en mi tuit que considero desagradable, chocante, ver a los candidatos “regueseando”, abrazando ancianas, pilando arroz, cargando niños, prometiendo no meterle mano a los fondos del Estado? ¿Que me tienen hasta la coronilla con su palabrería hueca, con concentraciones con personas “alquiladas”, engorradas, encamisetadas y en bailongos (y mucho, con nuestro dinero)? Y esto apenas empieza.

Los políticos profesionales, esos que viven de la ubre estatal, no están interesados en educarnos. Su propósito primordial es llegar al poder para mantener el estado de cosas que a ellos los favorece y les engorda el bolsillo, la cuenta de banco, las propiedades... Nosotros, los ciudadanos de a pie somos peones en su tablero de ajedrez político. Para lograrlo es que les resulta conveniente la “bochinchera”, la “runchería”, la demagogia, los “call center”, la ficción de amor al pueblo. Y nosotros, muchos de nosotros, lo estamos permitiendo. Y podrán decirnos como despreciativamente lo espetó en una ocasión otro ejemplar de la fauna política: “A llorar al cementerio”.

Comunicadora social.
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