Las presiones del establecimiento “trumpista” contra Panamá han llevado a muchos funcionarios de nuestro país a asumir el reclamo plañidero de que Estados Unidos es injusto con Panamá, ya que siempre hemos tenido muy buenas relaciones entre panameños y estadounidenses. No es así. La historia de las intervenciones estadounidenses en el istmo de Panamá aborda el recuerdo de relaciones contrastadas donde impera lo negativo sobre lo positivo

Saltemos las rememoraciones del espíritu rompe-fronteras que por encima de las lindes oficiales llevó a Estados Unidos a apoderarse de la mitad de México: cuando ocuparon aquel país algunas mentes radicales plantearon la posibilidad de anexarse a todo México, pero fueron disuadidos por la preocupación que entrañaba incorporar una gran población indígena y mestiza a un país como Estados Unidos, que precisamente se había librado del mestizaje gracias a las Guerras Indias. No obstante, sus miradas se centraron sobre Centroamérica y se cernieron sobre ella pretendiendo incorporar a Nicaragua como estado esclavista.

Como se observa, la presencia formal del gobierno estadounidense era precedida de intervenciones paraestatales en las cuales aventureros estadounidenses se introducían en las áreas codiciadas produciendo disturbios, ocupando territorios y reclamando soberanía individual, para luego justificar la intervención formal del Estado yanqui. Cuando el trabajo de los filibusteros concluyó su labor de preparación del terreno apareció la presencia formal del Estado yanqui en el istmo de Panamá

En 1856 se produce la ocupación militar de la estación de ferrocarril por el incidente de la Tajada de Sandía; el 7 de septiembre de 1860 hacen presente su pretendido derecho a proteger la ruta del tránsito para combatir las trifulcas locales; el 9 de marzo de 1865 para proteger a sus ciudadanos durante una revuelta interna; en 1885 los disturbios en Colón, que produjeron un gran incendio, fueron el pretexto para el desembarco de tropas para pacificar la revuelta dirigida por Pedro Prestán, a quien persiguen hasta obtener su ejecución por ahorcamiento en Colón; en 1902 para imponer la paz del Wisconsin que ponía fin a la Guerra de los Mil Días, obtienen la supresión de los líderes liberales que podrían oponerse a su hegemonía en el Istmo. A Victoriano Lorenzo lo hacen fusilar y a Belisario Porras se le privan derechos civiles.

En 1906, ya en el periodo republicano, intervienen para controlar las elecciones de ese año; en 1912, también para controlar las siguientes elecciones; en 1916, por motivos de enfrentamientos de Carnaval y de Viernes Santo en Panamá y Colón entre ciudadanos panameños y soldados gringos, desarman a la Policía Nacional; en julio de 1918 se produce la ocupación militar de Chiriquí y Veraguas; Chiriquí por dos años y Veraguas por una semana. Todo para favorecer intereses de las compañías fruteras; en marzo de 1921 imponen el Fallo White en la frontera tico-panameña, lo que perjudicaba los intereses territoriales panameños; en 1925 hay una cruenta ocupación militar del centro de la ciudad para sofocar el movimiento inquilinario.

En el periodo posterior a la finalización de la Segunda Guerra Mundial quisieron imponer el Tratado de Bases Filos-Hines, lo que fue objeto de un rechazo popular el 12 de diciembre de 1947; en 1952 exigieron al presidente Remón Cantera la adhesión a la política del macartismo y se puso fuera de la ley a entidades populares y de izquierda; se fraguaron redadas y juicios nocturnos y persecución civil y laboral de la disidencia patriótica; en enero de 1964 se produjo la histórica y brutal agresión contra los estudiantes y población por el tema de la bandera y la soberanía; el 20 de diciembre de 1990 invaden militar y cruentamente el territorio nacional pretextando un motivo judicial para contener el proceso de crecimiento de la personalidad interna del estado nacional panameño e imponer un sistema político que disminuye sistemáticamente la presencia del Estado en la vida económica, social y diplomática. Esta es la situación actual tras 46 años postinvasión. Con lo escrito tiene el lector elementos para dar respuesta a la inquietud formulada en el título.

*El autor es médico salubrista
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