• 26/01/2023 00:00

Nuestros ancestros, los chinos

“En 1942, seguidores de Arnulfo Arias le expropiaron sus negocios a mi familia en Pocrí de Aguadulce. [...]. Mi padre tuvo que huir a las montañas y solo bajaba furtivamente de noche para vernos. Tuvo que comenzar de cero, [...]”

El patriotismo es el sentimiento más antiguo de la humanidad. Lo tenían los chinos, para quienes el concepto significaba el bienestar de las mayorías, no el del emperador.

Patriotismo tenían los chinos que hicieron una notable contribución a la construcción del primer ferrocarril transoceánico.

Huían de las Guerras del Opio, de la Rebelión Taiping y los desastres naturales. Dejaron atrás esposas e hijos. Conscientes de que “allá donde vamos, va la Patria”, traían polvo de su tierra junto a su corazón.

La compañía que los trajo les daba opio para después vedárselos, enloquecerlos y empujarlos hasta el suicidio. Sus sobrevivientes fundaron la Sociedad China en 1873 y son parte integrante de la nacionalidad panameña (Armando Fortune).

El 3 de noviembre de 1903 murieron dos chinos. Wong Kong Yee, oriundo de Hocksang, era médico y cenaba, a las diez de la noche en casa de Ignacio Molino en Salsipuedes, cuando la granada de un barco colombiano lo mató. El segundo murió en la playa de la Marina, junto a la Presidencia, también por granada.

Sin embargo, los “cuentacuentos” de la Separación escribieron que, “¡solo murieron un chino y un burro!”. Le levantaron un monumento al burro y ningunearon al paisano. La “leyenda dorada” no podía aceptar que un chino fuese uno de sus mártires, en vez de alguien “de abolengo”. Estos no tuvieron ninguno.

Además de a los mártires del Ferrocarril, Panamá le debe un reconocimiento a Wong Kong Yee.

China tiene 1420 millones de habitantes y 56 etnias, de las cuales la Han es la más numerosa del mundo. Posee 302 lenguas, lo cual quiere decir que uno de cada cinco habitantes del planeta habla chino.

Si nos atenemos a la Genética, se verá que los humanos, mientras más creemos diferenciarnos, más nos parecemos.

Por mis venas corre sangre china y española. Mi abuelo materno, Ho Cho Kai, vino de Hunan a trabajar en el Canal francés, pero no llegó a la obra; se hizo a la vela y fue a escorar a La Villa de Los Santos.

Sin hablar castellano, conquistó a una extraordinaria mujer, mi abuela Segunda Villalaz, pariente de Nicanor Villalaz, autor de nuestro Escudo Nacional.

Mis abuelos tenían negocios en Chitré. Durante la Guerra de los Mil Días (1899 a 1902), las tropas colombianas expropiaron a las familias chinas.

La pareja huyó a Tonosí, donde otro pariente de mi abuela, Narciso Villalaz, era el alcalde, entre 1898-1899 y de 1902 a 1903.

La adhesión al Acta de Separación de 3 de noviembre de 1903 fue firmada exclusivamente por todas las féminas de Tonosí el 15 de noviembre. ¡Caso único! Las primeras cuatro firmas eran de apellido Villalaz; la segunda, era de mi abuela Segunda.

Los hijos de mis abuelos (nuestros tíos) fueron enviados a Hunan. Unos regresaron, y al resto se los tragó la guerra.

Para evitar la discriminación, mis abuelos bautizaron a sus hijos como Villalaz, y no como Ho. Mi madre fue enviada a Hunan, donde estuvo varios años y aprendió a hablar el Punti, lengua distinta al Hakka.

Me habló sobre los zapatos de hierro para achicarles el pie a algunas doncellas; de los piratas y salteadores de caminos, de quienes las féminas debían evitar disfrazándose como hombres, y de los bandidos que arrastraban a jóvenes y niños a la guerra.

El apellido Ho se ramificó en los Hoa de Tonosí, en Yau Villalaz; en Loo y Cuán Villalaz, de Chiriquí, entre otros.

Mi padre, Yau Kah Shun o Carlos Yau, vino a Panamá en 1926, cinco años antes de la invasión de Japón a Manchuria, oriundo de Hocksang al igual que Wong Kong Yee.

Pertenecía a los hakka, guerreros del norte que se asentaron al sur, de quienes se dice que, «sin chinos, dejaría de existir el mundo; sin hakkas, dejaría de existir China».

Mi papá era el más alto de la “colonia china”, con más de seis pies y conocedor de las artes marciales. Lo recuerdo mover un quintal de arroz y controlar a un maleante con una mano.

Tan pronto llegó a Panamá, mi padre viajó directamente a Tonosí y conoció a mi madre, sin poder entenderse en ningún idioma. Ya que no había carreteras (hasta 1967), debió llegar embarcado, tal como hizo mi abuelo en el siglo XIX.

De mis padres descienden los Yau Villalaz, Yau Gordón, Broce Yau, Turner Yau y Yao Falconett, entre otros.

En 1942, seguidores de Arnulfo Arias le expropiaron sus negocios a mi familia en Pocrí de Aguadulce. Allí el Dr. Carlos López Guevara nos cargaba latas de agua por 15 centavos. Mi padre tuvo que huir a las montañas y solo bajaba furtivamente de noche para vernos. Tuvo que comenzar de cero, olvidar a sus deudores y trabajar en la Compañía del Canal, a la que renunció casi enseguida.

Uno de los hijos de mi padre en Hocksang era mi hermano Yau A Mak, quien vino a Panamá en 1963. Combatió en la Guerra de Corea (1950-1953). Adiestrado en las artes marciales y voluntario en el Ejército Popular de Liberación (EPL), fue asignado a la defensa del Aeropuerto en Pyongyang, Corea, y declarado “Héroe Nacional de la República Popular de China”.

Que este recuento sea acicate para divulgar relatos de familias de origen chino.

(*) Presidente honorario del Centro de Estudios Estratégicos Asiáticos de Panamá (Ceeap) y coordinador de la Asociación Panameña de Apoyo a la Reunificación Pacífica de Corea (Aparco).
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