La Orquesta de Cámara del Istmo, integrada por jóvenes músicos formados localmente, ha demostrado que es posible cultivar un proyecto musical con ambición,...

La situación por la que atraviesa hoy Panamá nos impone el compromiso de lograr que el sentimiento de la patria esté por encima de cualquier otro sentimiento y que él mismo opaque toda ambición individual.
El honor de nuestra nación y de nuestra historia, debe pesar cada vez más para fortalecer nuestras instituciones, aspiraciones, nuestros ideales, para llenar la función creadora de esa voluntad nacional firme e indivisible para actualizar nuestro futuro y estar presentes en los veloces cambios del mundo de hoy.
No podemos actuar como un registrador inexpresivo de acontecimientos congelados por el frío de los archivos y museos, como un oidor cuasi sordo a los vibrantes latidos del corazón nacional o como un ciudadano sin las aspiraciones extraordinarias que toda alma guarda.
La esencia de un pueblo, igual que la de un individuo, es su historia, y la historia es la reflexión que cada pueblo hace de lo que les sucede, de lo que sucede en ellos. La historia es, pues, los sucesos, que constituyen hechos, ideas hechas carne. Buscar en la historia la verdad de nuestras raíces, de nuestra nacionalidad, es la búsqueda de nuestro ser para poder encontrar el báculo fundamental para vivir el presente en función de patria y construir el futuro, también en función de ella.
Podemos apreciar al tornar nuestra mirada atrás, en un esfuerzo limitado a lo imprescindible, cómo se ha formado la nación panameña; cómo todo en nuestra formación, nace de las mezclas, el encuentro de razas, culturas y tradiciones; de cómo siendo parte de este continente debemos descubrir el sentimiento de nuestra identidad común, el sentimiento de la nacionalidad en un istmo “con una función geográfica anterior y superior a su propio destino, donde la historia se nutre de la savia universal”, como bien expresara el ilustre panameño don Víctor Florencio Goytía.
Sólo el paso del tiempo demostrará que toda la historia forjada estimuló el sentimiento nacional y que Panamá era y lo es hoy, aún más, un pueblo “cosmopolita hasta el punto de hacer posible la paradoja de que nuestro regionalismo esté en nuestra propensión universalista”. Nuestra identidad nacional no está dada tanto por obras extraordinarias como por comportamientos extraordinarios.
Es cierto que Panamá nació a la vida independiente, sin luchas y sin sangre, sin actos superiores de heroísmo y sin mártires; y esto llevó a pensar, a los inicios de la República, que los panameños no sabíamos apreciar el valor de nuestra independencia. Sin embargo, el sentimiento de la propia nacionalidad, la fe en la propia existencia soberana, la confianza en la propia capacidad como entidad independiente, que subyacen en el alma nacional, deben consolidar la independencia nacional.
Pero no es sólo el ayer, el pretérito, el haber tradicional, lo decisivo para que una nación exista, como nos enseña Ortega y Gasset. Las naciones se forman y viven de tener un programa para el mañana y el repasar de nuestra historia nos enseña que esa ha sido la savia que ha nutrido nuestra nación y nuestra nacionalidad: el haber siempre tenido un programa para el mañana que, el gran teórico de nuestra nacionalidad, don Justo Arosemena, supo recoger en su obra y que particularmente expuso el 28 de noviembre de 1850, en un discurso pronunciado en el Cabildo de Panamá.
De él y de todos nuestros próceres debemos aprender que los que integran una nación, un Estado, viven juntos para algo, son una comunidad de propósitos, de anhelos. No conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo.
Ese sueño del mañana, del darnos una nueva Constitución es el que debe movilizarnos, hoy más que nunca, a los panameños “en las cosas por hacer juntos”, es el que urge forjar para conservar nuestra identidad, para unirnos más en la firme esperanza de alcanzar por fin la victoria y ser ante todo: panameños.