• 15/04/2009 02:00

Ni blanco, ni violencia

En mayo todos debemos cumplir un deber que nos lleva a definir el rumbo del país. La decisión —buena, mala o indiferente— nos incumbe a ...

En mayo todos debemos cumplir un deber que nos lleva a definir el rumbo del país. La decisión —buena, mala o indiferente— nos incumbe a todos. Siempre se dice que “las próximas elecciones” son las más importantes de la historia y siempre es así, aunque parezca un estribillo gastado. Paradójicamente esta vez, mientras algunas voces sugieren votar en blanco, surgen también señales de peligro. Si hemos rechazado un sistema dictatorial que elimine el sistema democrático para escoger nuestras autoridades, debemos cuidar el sistema que hemos escogido.

Hasta 1989 la República vivió épocas caracterizadas por actos vandálicos contra el pacífico desarrollo de las elecciones, seguidas por más de dos décadas de oscurantismo político con una ausencia total de comicios confiables. A la práctica común del robo de urnas a sangre y fuego y del conteo espurio de papeletas preelaboradas, siguió un período marcado tanto por la ausencia de comicios generales como por el total irrespeto por la voluntad del electorado manifestada en las urnas. Peor aún: la institución encargada de organizar y dirigir las escasas consultas populares careció, ante la opinión pública, de la autonomía e independencia que pudiese garantizar una actuación impoluta digna de confianza.

Hoy, las cosas han cambiado o, por lo menos, abrigamos la esperanza de que algo se haya avanzado. Las elecciones de mayo deben constituir un hito más en el camino correcto, pero las acusaciones que se promueven contra el Tribunal Electoral, el llamado a votar en blanco y el ambiente de violencia que comienza a mostrar sus fauces, pueden resultar en un retroceso que nadie, con buen juicio, quisiera.

En primer lugar, siendo una institución encargada de analizar argumentos a favor y en contra de cualquier posición, sus decisiones siempre serán del beneplácito de una de las partes y de la desaprobación de la otra. Lo importante es que con imparcialidad se organicen y administren elecciones ordenadas, que las decisiones sean siempre ajustadas a derecho y que todos los políticos contribuyan a fortalecer la institución en lugar de destruirla en contra de sus propios intereses.

En segundo lugar, el voto en blanco en nada contribuye a la escogencia de buenos mandatarios. Si bien puede ser interpretado como una manifestación de protesta y de disconformidad, no presenta una solución concreta o una propuesta específica. Indefectiblemente triunfará uno de los candidatos por muy incompetente que sea. Parece más constructivo hacer la lucha dentro del proceso para escoger la candidatura de su preferencia y abogar allí por la que se considere idónea.

En tercer lugar, se avistan en el panorama ciertas peligrosas amenazas de violencia. Hubo incidentes de violencia interpartidaria dentro de algunas primarias y algunos casos se han suscitado durante la campaña electoral. La última advertencia de que el triunfo le será posible a un partido sólo si existe el fraude en las elecciones, es una clara invitación a la violencia. El ambiente enrarecido por una campaña electoral caracterizada por ataques personales y publicidad negativa o sucia constituye el caldo de cultivo ideal que podría elevar la temperatura de pasiones malsanas para dar al traste con un proceso que debe ser eminentemente pacífico y, si se quiere, alegre. La prudencia nos llama a cuidar lo que tenemos en lugar de hacerlo peligrar.

-La autora es diputada por el nuevo Circuito 8-7 / VMP.mireyalasso@yahoo.com

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