• 30/10/2018 01:02

El buen estudiante

Hoy quiero escribir acerca de una condición que nunca abandona al verdadero científico, ni al erudito dedicado, ni al consumado artista.

Hoy quiero escribir acerca de una condición que nunca abandona al verdadero científico, ni al erudito dedicado, ni al consumado artista. Es el turno de escribir sobre aquel ímpetu juvenil que se acrisola en la madurez y se consagra en la vejez, pero que jamás desaparece en quienes declaran y aprehenden una pasión, una vocación por ser mejores. Sí, hoy deseo que mi pluma barata dibuje, con trazos trémulos y difusos, al buen estudiante.

¿Gana o pierde valor el estudiante por las notas que gana, por los premios que obtiene o por las lisonjas que escucha? ¿Será necesario que un estudiante, para ser ‘bueno', procure a toda costa las mejores calificaciones o las participaciones más destacadas o las ejecuciones más brillantes? ¿Habrá algo más o, incluso, algo mejor que todo eso?

No es que la fama no ayude. En nuestra sociedad, algunas veces, no basta la fuerza de un argumento para sostener una opinión. Hay ocasiones en las que lo que se dice no es suficiente; también depende de quién lo diga. En mi opinión, es una de las desgracias de la humanidad el que a veces no reconozcamos la verdad, aunque nos la diga un mentiroso y, por el contrario, creamos las falacias de alguien por el solo hecho de que siempre haya dicho la verdad.

Todos incurrimos en ese error muchas veces. Nadie tiene la culpa, porque la credibilidad y trayectoria serán siempre respetables. Por eso, con mayor razón, el buen espíritu estudiantil —el curioso y dubitativo— debe mantener su esencia inquisidora. Ese espíritu cuestionador del buen alumno es detectado enseguida por el buen maestro, que no solo ha de responder a la curiosidad de su pupilo, sino que ha de tener la habilidad para aprovechar la rica veta que un espíritu curioso abre al proceso educativo.

Es en este punto en donde la responsabilidad del buen estudiante se multiplica, ya que no se limita a la adquisición eficiente de conocimientos. Un estudiante que se destaca en clase deja de tener una responsabilidad exclusivamente para consigo. Tal vez sin darse cuenta, empieza a tener una ascendencia sobre sus compañeros de clase: despierta, en algunos, reconocimiento y respeto, en otros, probablemente, admiración, y quizás en unos cuantos, envidia. Desafortunadamente, muchos estudiantes destacados no pasan de esta etapa. Al saber que su rutilancia concita la atención de los demás, suelen envanecerse y equivocar el sentido de su liderazgo, ora con comportamientos egoístas, ora desorientando su influencia; a veces con gestos irrespetuosos o displicentes, otras veces con soberbia. Y ya ha habido alguno del que sus compañeros abusen, succionándole sus conocimientos para pasar fácilmente de nivel.

¡Cuán abandonado puede estar un estudiante aplicado! Si no hay quien le ayude a orientar sus cualidades y su influencia, puede verse cómo su espíritu se llena de envanecimiento o bien cómo es atropellado miserablemente por quienes solo desean sacar un provecho momentáneo de la aplicación ajena. No por ser disciplinado, un estudiante deja de ser joven, inexperto y maleable, y si el problema es crónico, puede llegar a hacer tan profundos estragos que trunquen y desperdicien un talento otrora prometedor y, sobre todo, feliz.

Pero si el estudiante destacado logra no confundir las notas con el conocimiento, ni el conocimiento con la sabiduría, ni la sabiduría con la vanidad o la abyección, entonces puede saltar a la categoría de buen estudiante. Este es aquel que disfruta del estudio más que de sus calificaciones; es quien apoya siempre a sus compañeros sin permitir que se aprovechen de él. Se trata del alumno que tiene capacidad para someter las lecciones de sus maestros al tamiz de la duda, sin por ello faltarles el respeto; es el que logra participar con ánimo de enriquecer la lección y no de sacar brillo a su estrella delante de los demás. El buen estudiante es un activo cooperador sin que ello signifique ser adulador; es quien está presto a comprender y ayudar ante cualquier limitación de sus compañeros en vez de reprochársela; es quien puede soplar una respuesta o pedir que se la soplen sin que sufra merma su reputación… y ¡sí!, el buen estudiante es aquel que, llegado el momento y la necesidad, puede exhibir sus logros académicos sin que por ello sufra menoscabo su calidad personal y humana.

Cuando un estudiante logra que confluyan en su persona la aplicación académica y la calidad personal se convierte en referente genuino de sus compañeros. Cuando la admiración y respeto de sus condiscípulos pasa a la acción y a la emulación, el buen estudiante puede dar por bien logrado su paso por las aulas. Nada hay más beneficioso para el proceso educativo, ni más agradable para un maestro, que notar cómo sus alumnos, siguiendo el ejemplo y los empeños de un buen compañero, tratan de seguirle los pasos mejorando su calidad estudiantil, afanándose por imitarlo e incluso superarlo sin por ello concitar sentimientos malsanos, porque el estudiante realmente bueno es inmune a ellos.

Antes bien, se alegra de los triunfos y logros de sus camaradas, ocultando tal vez —¿por qué no?— la satisfacción de haberlos ayudado e inspirado para la obtención de esas victorias. Cuando un buen estudiante es superado por sus amigos, queda dispuesto, con alegría, a abandonar su rol como arquetipo y a convertirse en émulo entusiasta. De inspirador pasa a ser inspirado, y no hay nada mejor para alguien bueno que darse cuenta de que puede ser mejor y trabajar con ardor para lograrlo.

El buen estudiante, finalmente, siempre es recordado con cariño por sus maestros y compañeros. Al salir de las aulas, deja una estela de acciones positivas que abren las puertas de la legítima amistad, de las asociaciones beneficiosas y de un profundo amor por el centro de estudios que le ayudó a construirse y a construir.

He escrito estas modestas reflexiones como un homenaje a todos aquellos muchachos, de todas las épocas, que amaron tanto su escuela, admiraron y respetaron tanto a sus maestros y fueron tan buenos amigos y compañeros de sus condiscípulos, que dieron todo para ser buenos estudiantes sin que hayan tenido pretensión de serlo.

ESPECIALISTA EN LENGUA Y LITERATURA ESPAÑOLA.

‘El buen estudiante [...]. [...] , deja una estela de acciones positivas que abren las puertas de la legítima amistad'

Lo Nuevo
comments powered by Disqus