• 12/08/2023 00:00

Burgos y el Tratado de Versalles

Antonio Burgos se destacó por sus análisis sobre la conducta de las potencias vencedoras y sobre el papel que decorosamente trataban de cumplir las naciones latinoamericanas a pesar de su limitado peso geopolítico en el seno de ese organismo internacional.

“En estas deliberaciones se nos permitía a los delegados, para llenar las apariencias, exponer nuestro punto de vista, pero sin que nuestro dictamen fuera tomado en cuenta; y menos que cualquiera actitud nuestra, contraria o favorable, pudiera influir sobre las cuestiones resueltas de antemano por los señores del Consejo Supremo” (Burgos, “Contrastes europeos y orientación americana”, 1923).

Antonio Burgos, delegado panameño en la Conferencia de Paz de Paris gestada al término de la Gran Guerra (1914-1918) y de la que nacería la Sociedad de Naciones (SDN), se destacó por sus análisis sobre la conducta de las potencias vencedoras y sobre el papel que decorosamente trataban de cumplir las naciones latinoamericanas a pesar de su limitado peso geopolítico en el seno de ese organismo internacional. Wehrli (2012) recoge una anotación de Burgos en la data -27 de enero de 1919- sobre la costumbre de los delegados latinoamericanos de reunirse periódicamente entre ellos para ponerse de acuerdo en una postura común y que bautizaron como GRULAC (Grupo Latinoamericano). Su acción más notoria en la SDN fue su unión en una misma voz para defender principios como el de la igualdad jurídica de los Estados.

La manipulación -por parte de las grandes potencias- de la que fue objeto el proceso de selección de las comisiones que conformaron la SDN fue tomada por los delegados latinoamericanos como afrenta hacia la región llegando incluso a evaluar la posibilidad de retirarse de la Conferencia de Paz o suscribir una paz por separado con Alemania. “El delegado panameño Antonio Burgos redactó una nota de protesta explicando que su país había sufrido importantes daños morales y materiales durante la Guerra Mundial, en comparación con su tamaño” (Wehrli, 2018) y subrayó “el derecho absoluto de los Estados a ver su soberanía respetada” (Streeter, 2010). A pesar de las dificultades que tuvo que afrontar el GRULAC (el presidente francés Clemenceau, por ejemplo, acotó que sería injusto otorgar a los latinoamericanos puestos en las comisiones cuando esos países “no habían sufrido en la guerra” olvidando a los más de cuarenta mil voluntarios sudamericanos que pelearon en ella), Brasil logró ser elegido “entre los cuatro estados representados en el Consejo de la SDN de forma no permanente, junto con Bélgica, España y Grecia” (Vargas, 2000).

Para el historiador Wehrli (2018), la SDN “(…) significó la irrupción de los latinoamericanos en las discusiones más sensibles de la política mundial y europea; [sin embargo] las delegaciones de América Latina se preocupaban más de asuntos continentales, como la resolución del litigio territorial sobre Tacna y Arica, o las intervenciones estadounidenses en diversos lugares de Meso y Sudamérica” y no habrían sabido aprovechar su peso numérico dentro de la SDN donde cada miembro disponía de un voto y los latinoamericanos representaban el 30% de los Estados miembros. Sin embargo, no hay que suscribir necesariamente lo afirmado por Wehrli porque, como escribe el propio Burgos en 1923 “el principio de igualdad jurídica fue rápidamente denegado cada vez que éste chocaba con los intereses de las grandes potencias” que imponían su voluntad. Además, “debido a la inclusión de la doctrina Monroe en el artículo 21 del Pacto de la SDN, la organización no pudo intervenir en el continente americano hasta los años treinta, con la guerra del Chaco (conflagración boliviano-paraguaya) y el conflicto sobre el trapecio amazónico de Leticia (entre Perú y Colombia)”. En conclusión, para los delegados latinoamericanos, la SDN se fue revelando como un mecanismo inútil que no daba muestras de entender las dificultades de la región y que, desde una visión etnocéntrica, consideraba periférico todo lo concerniente a esos territorios. El deterioro de las relaciones con América Latina fue gradual. Los evidentes vacíos generados por el repliegue de las democracias europeas en la década previa a la Segunda Guerra Mundial fueron audazmente aprovechados por los fascistas y la Rusia soviética para intentar el establecimiento de zonas de influencia.

Sin embargo, en la década de los años veinte, una vez elegida la sede en Ginebra e iniciadas las labores de la SDN, América Latina todavía se esforzaba para aparecer, frente al Viejo continente que se suicidó en las trincheras, como la encarnación de un ideal de paz del que los europeos tendrían mucho que aprender, por medio de la voz de sus delegados y de sus juristas, especialistas en derecho internacional (Dumont, 2018) buscando un posible contrapeso a la creciente influencia de los Estados Unidos sobre el continente americano.

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