• 28/02/2014 01:00

Carnavales

Siendo los Carnavales uno de los pocos eventos que los panameños tomamos en serio, vale la pena elaborar sobre sus inicios. Veremos que ...

Siendo los Carnavales uno de los pocos eventos que los panameños tomamos en serio, vale la pena elaborar sobre sus inicios. Veremos que es una de las más antiguas fiestas paganas que aún celebramos.

El Carnaval, como lo conocemos hoy, tiene su origen en festividades paganas de la Época de la Roma Clásica, es una continuidad de las festividades romanas en honor al dios Saturno, dios de la agricultura y las cosechas; las Saturnales; al dios Baco, dios del vino y las lupercales, celebradas el 15 de febrero en honor al ‘lupo’, lobo.

Sin embargo, los historiadores nos dicen que los orígenes de los carnavales son aún más antiguos, remontándose a las antiguas civilizaciones de Egipto y Sumeria (Mesopotamia, Irak moderno) hace 5000 años. Hay evidencias de que la costumbre de disfrazarse y pintarse la cara para Carnaval tiene su origen en costumbres sumerias.

El carnaval del Imperio Romano se expandió a Europa e introducido a las Américas por los portugueses y españoles.

Los Carnavales toman auge con su adopción por el cristianismo, donde adquirió su nombre, teniendo como propósito el advenimiento de la Cuaresma, días previos del Miércoles de Ceniza. Eran tres días de celebración ‘a todo dar’, donde casi todo se permitía, que provocaba taparse el rostro, disfrazarse para mantener el anonimato. Hoy día hemos extendido el periodo de carnaval y perdido el rubor, no nos tapamos la cara.

El motivo principal del carnaval en los tiempos antiguos del cristianismo era despedirse de la carne y llevar una vida de recogimiento, ayuno y oraciones. Su nombre proviene del italiano, ‘Carnavale’ o ‘carnem levare’ (‘quitar carne’).

Existen carnavales en todas las sociedades de raíces cristianas, inclusive de tradición protestante. He tenido la fortuna de disfrutar del carnaval en los distintos países que he visitado no residido. Puedo decir que nada iguala, como espectáculo y diversión, a los carnavales de nuestro Pueblo de América y el Caribe. Para empezar, Brasil tiene el record del mayor y más espectacular carnaval del mundo.

He participado como espectador en los carnavales famosos como el de New Orleans, el ‘Mardi Gras’ (‘Martes graso’), el de Venecia, con sus llamativas máscaras y lujosamente elaborados vestidos de la época dorada de la Serenísima República Veneciana, en Roma y Milano, dedicados mayormente a los niños, me falta Río de Janeiro. Mas, en términos de divertimiento y abandono, nada como el Carnaval de Trinidad, con sus famosas bandas de tambores de acero, la dulce y pegajosa música del Calipso (‘kaiso’ y ‘soka’) y sus espectaculares comparsas, semejantes a las ‘escolas do samba’ del Brasil. Emociona e impresiona escuchar una banda de tambores de acero (‘steel bands’), compuestas por más de doscientos miembros, tocar como un solo hombre, no puedes resistir participar. !Lástima que sea casi desconocido en nuestro Pueblo de América!

Antes de terminar mis relatos sobre carnavales, me remonto a mis primeras experiencias con nuestros carnavales.

En mi adolescencia no se celebraban realmente los carnavales en David, mi ciudad natal, debido a que la celebración principal era y sigue siendo las Patronales honrando nuestro Santo Patrón, San José. De esa festividad surgió la famosa Feria Internacional de David. La celebración del carnaval en la provincia es un evento de relativa pronta época, por lo que se, empieza en Dolega.

Mis primeras experiencias de carnaval fueron en La Atalaya, a donde viajábamos todos los veranos con mi abuela materna. Ya en otros artículos me he referido a la aventura que significaba esos viajes en mi niñez.

En La Atalaya, por supuesto, no participaba en celebraciones de adultos, que las había, participaba en juegos de niños y por primera vez participé de la costumbre de ‘mojadera’. Los adultos de la familia me contaban que esa costumbre venía de épocas antiguas, donde los hombres ‘mojaban’ a las mujeres con agua perfumada (¡cuán lejos hemos llegado!). Los niños nos agazapábamos, escondidos, en espera de una niña o una señora para mojarla con una ‘tutuma’ de agua limpia. Igual sucedía de manera opuesta. La mayor diversión era mojar de sorpresa a una persona del sexo opuesto. Había reglas. No se nos ocurría mojar a uno del propio sexo, no se consideraba propio del género. Había una hora final.

Más tarde en Ocú tuve mi primera experiencia de una verdadero carnaval, ‘mojadera’ de carro de bombero, tunas, bailes y jolgorio. Aún lo recuerdo, pero eso será para otro futuro relato.

BANQUERO Y EXDIPLOMÁTICO.

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