• 01/12/2019 00:00

Cerebros de piedra

“Lo curioso es que tenemos la certeza de que nuestras opiniones sobre cualquier tema [sobre todo políticos] son originales. Estamos convencidos de que nuestras ideas son innatas, no simples xerocopias, eco de voces vinculadas a los poderes constituidos”

En cierta ocasión, en el buen Chile, en el Chile anterior a Pinochet, en un anfiteatro del Instituto Pedagógico pedí la palabra para disentir con el conferencista.

En medio del silencio sideral, rebatí los argumentos del catedrático empeñado en demostrar que el hombre era la criatura más maravillosa de la creación, porque pensaba.

Sostuve con arrogancia que los insectos poseen una organización social mucho más eficiente que de la que se jactan el hombre, gracias a su innata programación genética.

Ponderé la capacidad de las abejas para producir industrialmente sus alimentos sin necesidad de “aprendizaje” ni experiencia previa. El debate entre creacionistas y evolucionistas [idealistas y materialistas] alcanzó ribetes sublimes y ridículos.

A la salida de la conferencia un condiscípulo, darwiniano hasta las guachas, me informó risueño que había metido la pata al desafiar a la “vaca más sagrada” del Instituto.

Se trataba del académico Roberto Munizaga Aguirre, especialista en Ciencias Sociales y materias pedagógicas, Premio Nacional de Educación.

Munizaga tenía razón, pensar es sin duda lo que separa al ser humano del resto de las especies, función fisio-bio-química un poco más compleja de lo que se conoce como reflejo condicionado, a mi juicio.

La facultad de pensar está vinculada a la facultad de aprender. Imposible separar la una de la otra.

De manera que desde que el bebé abandona el vientre materno, al igual que una computadora, acopia la información que le suministra cada palabra o ruido que oye, cada objeto que mira, cada superficie que toca, cada sustancia que huele o lame, todos, los escribe en el cerebro en blanco aristotélico que dotó la naturaleza al hombre.

La función de su red de circuitos [neuronas, dendritas y axón] es recoger información, archivarla, procesarla y convertirla en conceptos para, luego, relacionarlos, interrelacionarlos, fijarlos en el consciente e inconsciente de cada individuo. Y, por último, compartirlos socialmente con el resto de la sociedad.

Socializar y colectivizar el proceso de pensar y lo pensado es lo que se conoce en el argot pedagógico como “proceso de enseñanza aprendizaje”.

Pero este proceso no es tan inocente. Está contaminado por los intereses creados y las hegemonías sociopolíticas. Desde siempre.

Significa que todo aprendizaje es manipulado por las hegemonías a través de las instituciones establecidas: familia, escuela, academia, congregaciones religiosas, organizaciones políticas y corporativas, constituciones, medios de comunicación, redes sociales, etc. Esta gran maquinaria socializa el conocimiento en todas sus formas. Pero su principal objetivo es darle bases firmes al establishment.

Lo curioso es que tenemos la certeza de que nuestras opiniones sobre cualquier tema [sobre todo políticos] son originales. Estamos convencidos de que nuestras ideas son innatas, no simples xerocopias, eco de voces vinculadas a los poderes constituidos.

Lo peor ocurre cuando las ideas no se las escribe con tiza en las tabulas rasas de las que hablara a Aristóteles, las que podrían ser borradas, sino, al igual que el código de Hammurabi, se graban con cincel en cerebros de piedra, coartando la misma capacidad de pensar. PRO

Escritor y periodista.
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