• 21/09/2014 02:00

Todos ‘chateamos’

"...la distracción masiva que se apodera de nosotros al estar concentrados en el enviar y recibir mensajes..."

Hay una revolución que ha cambiado el ritmo de la vida cotidiana. Su efecto más directo actúa sobre nuestras cabezas; es tanta la concentración que se apodera de las mentes que nos hace indiferentes a lo que acontece a nuestro alrededor, aunque hay que decir que es de gran valor como sistema de comunicación. El ‘culpable’ —para bien o para mal, si es que se le puede imputar responsabilidad—, recae sobre aparatos muy especializados (celular o ‘tableta’) con programas que nos incentivan a estar en la ‘onda del chateo’, conectados sea en Facebook, Twitter, WhatsApp, entre otros.

Se trata de una ocupación expansiva que apunta en todas las direcciones y que inspira a todos: ‘yo, tú, él, ella, nosotros, vosotros, todos nos envolvemos’, por encima de cualquier cosa, en ese tipo de comunicación que es necesaria, aunque inoportuna en algunos casos. En este artículo llamamos la atención del nuevo ritmo de la distracción masiva que se apodera de nosotros al estar concentrados en el enviar y recibir mensajes, o entusiasmados y abismados, con las tantas opciones que ofrecen estos aparatos.

Así vemos cómo en los restaurantes, universidades, oficinas, empresas, periódicos, como en tantas otros lugares, se hace presente el dominio del celular. Las familias que comparten, las amistades o estudiantes que se reúnen para intimar, las parejas para intercambiar emociones, en cada uno de estos encuentros aparecen las manos y dedos veloces con miradas atentas a las pantallas; lo que ocurre alrededor poco importa. La distracción se apodera del ágape y los presentes, casi adormecidos, están poco interesados en lo que ocurre entre ellos mismos. La reunión queda reducida, y hasta opacada, por el dominio del chateo.

En los círculos de los novios y esposos es común observar las caras largas. El chateo es, también, generador de ‘conflictos de parejas’. De hecho se puede identificar que muchas de las discordias, y crece cada vez más, tiene ese referente común. En otros niveles, en las reuniones o sesiones parlamentarias, por ejemplo, ni se diga. Ahí es trágico el panorama cibernético. Hemos visto que ante una intervención, o cortesía de sala, son más los que chatean que la minoría que pone atención. Es posible que este ‘virus de la comunicación’ haya fortalecido el trabajo parlamentario, aunque también es cierto que lo ha relajado, sino disminuido significativamente los debates.

Y, los policías. Ya hay muchas quejas sobre estos servidores por su distracción. En cierta ocasión, conduciendo hacia las costas de Colón, en un reten, en espera de la orden de continuar (al no ser atendido por el policía distraído), nos vimos obligado a seguir la marcha. Esto motivó una reprimenda del agente que, a pocos metros, chateaba. ‘No le he dado el paso’, alegó el policía. Pero, ‘usted estaba distraído con el celular en la mano’, ripostamos al agente. ‘Licencia’, dijo, y de seguido: ‘Los policías también tenemos derecho a chatear’.

Es verdad que la comunicación es un derecho de todos, aunque algo (que modere conductas respecto a esa nueva forma de compartir relaciones) habría que hacer desde las escuelas, familias, instituciones, grupos y organizaciones para que ese tan esencial instrumento de conexión sea útil y dirigido a los buenos fines. No así un descomponedor que perjudique y disocie. Todo esto al oído, incluido el nuestro, de esa gran masa creciente de las ‘cibercharlas’.

*DIRECTOR DEL IDEN.

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